miércoles, 13 de noviembre de 2013

Otra de poeta



Rayo el pupitre, lentamente. El aula está llena y Eduardo Urbina me dice que soy parte del grupo 3, y que tendré que pararme ahí, a escuchar cómo desenrollan mi bibliografía mientras pongo la peor cara de santo que guardo. El fofo escritor que me antecede se infla y se desinfla como un globo de Mongolfier que sigue anclado en 1783. Yo lo veo y cada mirada es un dardo que lo manda al horizonte, más allá de los baños del B-1.

Sí, estoy en la UNAH. Espero mi turno de leer. Siento frío. El aula es la misma donde me enamoré, hace muchos años, de una brasileña que resultó ser mi prima lejana, la misma aula que se oscurecía de pronto durante los prolongados racionamientos eléctricos del 94. Ahora soy poeta, así lo creen al menos, pero yo me voy a mi puesto habitual en toda aula: el fondo, donde se arrinconan los inadaptados y los vigilantes de torres imaginarias. Sigo raspando la madera intentando encontrar bajo la primera capa el palimpsesto de mi vida estudiantil, quizá un número telefónico antiguo al que pueda llamarme a mí mismo y decirme que ya pasó la clase de italiano y que silba el viento en los pasillos y que no quiero hablar con nadie que me recuerde la secundaria y que solo quiero leer leer leer encerrarme durante horas en la biblioteca y pedir a préstamo los libros de Attila Joszcef de Paul Celán de Ibarború y toda la saga de Hesse para llorar sin lágrimas por la despedida de las post-adolescencia... llamarme a mí mismo para citarme en el CRA y ver los únicos documentales disponibles sobre la segunda guerra mundial, los mismos docus que no podía ver de Discovery Channel porque en esa época el único cable que tenía en casa era ese hilo de Ariadna que cada día seguía desde mi cuarto al centro de otro cuarto y de éste a otro cuarto, casi como si fuera John Malkovich o el Kusaks dueño de unas marionetas con mi rostro.

Luego me llaman al frente. Esta vez solo debo pararme para que me miren mientras desgranan mi bibliografía y las chicxs morbosean y dejan de zumbar como moscas. No no no no, los detengo, no quiero esto, esto es aburrido, quiero leer leer leer, olvídense de los puntos y de los formalismos, aquí traigo mis libros si quieren, pero no me pongan contra el muro de los fusilamientos que desde aquí nunca miré mientras estudiaba el cómo conquistar a la brasileña Vanessa. Y leo, entonces, tres poemas y listo: American School Geography Lesson, Mandamientos para un viaje a Europa y Sky Club Condominios, sí, así nos entendemos mejor, ponemos los pies sobre el suelo o sobre este cráter llamado Tegucigalpa y verguenza compartida, en fin, nos balanceamos sobre el mismo cable y la hora se va de inmediato y yo estoy de nuevo en el taxi de regreso y desde el taxi que tracatea veo, fugaz, en un muro la pinta de un enamorado que quizá fui yo en 1994 mientras regresaba de la U solitario e iluso: AUNQUE BORREN ESTO, TE AMO, ISELA.

Regreso a casa. Otra tarde más de poeta.

F.E.

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