martes, 6 de agosto de 2013

Gracias Convoca: una reseña a señas

Por mascarón de proa llevamos a Leonardo Montes de Oca. No podía ser de otra manera. Un mimo por astrolabio. Vamos más felices que niños en su primera excursión. Prefiero ver a Leonardo como parte aguas legendario que como co-piloto del motorista. Temblaríamos. Nos va señalando los pinares, las aldeas del altiplano de Intibucá y luego el descenso hacia Gracias. Rigo ríe santificado por el desplazamiento de sus días. Lo hemos sacado de casa y ahora es uno más en todos los temas que se van mezclando entre los matices de los historiadores, de los poetas, de los músicos y actores que vamos ahí. Una babel chispeante, socarrona y casi bucanera va borrando los kilómetros. ¿Quién nos convoca? Gracias, Convoca 2013, el evento que Salvador Madrid ha venido hilvanando metódicamente desde hace dos meses atrás.



Es julio y Gracias arde en la canícula. Todos los espejos de San Manuel Colohete cegan a quien se atreva a mirarlos de frente, así que decido verlo todo al revés y veo el barco antiquísimo que toda iglesia guarda en su interior para surcar los cielos, el maderamen inverso, la quilla de cuatrocientos años desde donde la colonia lanzó sus redes. Había estado frente al Vasa y ningún objeto o lugar además de él me había puesto a vibrar de tal modo. Me siento tatuado, revestido de cal una y otra vez y luego vuelto a tatuar. Jorge Travieso encuentra un diablo entre las pinturas murales y lo está fotografiando. Somos saqueadores también, pienso, y desde los espejos del altar mayor somos vigilados, a imagen y semejanza de lo ocurrido en los paraísos barrocos ya mordidos por la carcoma. Es julio y Gracias ha convocado un avispero para libar sus mieles. Tegus Clown, Café Guancasco, Jorge Amaya, Edgar Soriano, Helen Umaña, Armando García, Julio Escoto, Jorge Oquelí, Rigoberto Paredes, Néstor Ulloa, Enrique Cardona Chiapas, Heber Sorto, Alex Darío Rivera, Jaime Rivera, Omar Aquiles, Darwin Mendoza, Délmer Membreño, Fred Alvarado, Milizka Hernández, Jorge Travieso, Mario Ardón, Joaquín Portillo, Teatro Walabis, Oto Sabillón, David Soto, Caroline Kriesten, Fabio Castillo... zumbamos por todos lados y abarcamos públicos inéditos en Belén, Caiquín, San Manuel Colohete y una gran multitud de estudiantes. Salvador ha editado 5,000 ejemplares de la antología de poesía conmemorativa y la vamos repartiendo a cuanto se cruza.

El diablo que fotografía Jorge es benévolo. Diría que triste. Hace muchos años le arrebataron su coro, un cuarteto de gárgolas que ululaban cuando el viento las atravesaba. Un cura pensó que el sonido, viniendo desde los alerones de la iglesia, sonaba demasiado diabólico y las mandó a sellar. Les taponeó las fauces abiertas y el viento se fue para otra Luvina. Nuestro diablo quedó triste y así lo retrata Jorge. Yo no llevo cámara, ando con mal de ojo (el lente de mi alpha reflex se dañó) y voy a implorar salud a las águilas bicéfalas de Felipe II. Ahí están, tan alejadas de sus nidos austriacos, tan hondureñas ya, entre el polvo del coro en Colohete. Mi mal de ojo se cura y empiezo a fotografiar, con mayor nitidez, mentalmente, con todo el espléndido pixelaje de esas alturas. Hemos dejado en Caiquín a Enrique Cardona Chiapas y a Heber Sorto y los demás leemos ante los escolares de San Manuel Colohete. Rigo va despacio visto desde el campanario y desde los 2,850 metros de altura del Cerro Las Minas en Celaque. A ese paso, los ancianos lencas calculan que a Rigo le tomará doscientos años regresar a Tegucigalpa. "No hay prisa -nos dice le poet- disfrutemos los confines".

El último día de cuatro, Jorge Oquelí monta una compostura lenca yuxtapuesta. Avanza vestido de blanco, lleva envueltos tres pescados en suyate. Antes de teñirlos con polvo de oro Oquelí hace sonar un caracol hacia los cuatro puntos cardinales. La gente guarda silencio. Se concentran en un amplio círculo. El misterio, el misterio de nuevo. Oquelí lo ha logrado, ha impuesto el misterio de lo evidente y de paso, ha hecho la denuncia política más importante, a mi parecer, de todo el evento: el despojo de nuestros recursos naturales y simbólicos, ahí mismo, donde aún sobreviven los rituales lencas propiciatorios, los más atávicos de nuestra nacionalidad.

Leonardo regresa de algún lugar. Se ubica en su puesto como un artillero somnoliento y todos recordamos la noche de despedida en la casa de Mito Galeano. Vemos todavía, encandilados, la danza del fuego de Karla, Ana Lú, Moisés y Ricardo. Yo temo recordar ese fuego y que sus chispas prendan en los pilares de Colohete. Tan adentro de mí llevo esa joya. Por primera vez en siglos, siento que el diablo de la pared sonríe y luego se duerme. Escucho a los paveles cantar. Jaime canta como una rocola incesante.  Yo pienso en regresar como un día me prometí llegar - a sotto voce- hasta los confines de lo mágico.

F.E.















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