lunes, 5 de agosto de 2013

Sputnik, mi amor o la danza en la nada



Son varias ya las amistades que, al contarles que he terminado una novela de Murakami totalmente satisfecho, me han hecho un mohíno de extrañeza del tipo ¿en serio, te ha gustado?, pero una vez que comenzamos a comentarla no pueden dejar de concederle a las historias de Murakami una esencia difícil de encontrar cuando se trata de abordar historias tan... tan... comunes. Y es que lo que cuesta entender de nosotros mismos es la capacidad de anularnos ante los demás, y esa no-existencia puede ser llamada soledad, vacío o simplemente desamor ante todo lo que la vida es. Y en verdad que es tan común en la vida real encontrar a tanta gente desencantada, ya sin ninguna reserva de sorpresas.

Aquí es donde encuentro la belleza de Sputnik, mi amor, en ese cruce de existencias neutras que al puro roce de la coincidencia van formando una historia personalísima, ya ineludible. En el caso de esta novela, vuelve el número existencial mágico que Murakami echa a rodar en sus dados: el tres, el trío, lo tripártito, esa cadena de azares donde el deseo masculino queda excluido y a la vez asimilado en el juego carnal de la femineidad vertiginosa, pausada, misteriosa. Vuelve la mujer madura y la adolescente acuciosa sexualmente, vuelve el joven que a fuerza de ser testigo de estas gravitaciones destructivas siempre termina especulando que debe haber un pozo oculto en el campo, culpable de todas sus ansiedades y rechazos, oculto por la oscuridad, trampa que se traga a todas las lunas que cruzan sobre él.

Y hablando de esta fijación lunar, Murakami me ha dado una de las metáforas lunares más imprevistas de todas las que he podido leer hasta ahora, una imagen tan extraña como brutal por su sencillez: "Pero el sueño no acudió tan fácilmente. Al descorrer las cortinas apareció la luna flotando blanca -hasta aquí ninguna sorpresa por parte del novelista- y taciturna en el cielo como un huérfano inteligente -aquí es el estallido de todos los espejos-. Comprendí que no podía volver a dormirme -y yo comprendí que no podía dejar un día más para seguir con la novela hasta el final-. Había que entrarle al desvelo y quizá creer que Sumire también podía hablarme a mi a las tres de la mañana. Eso es lo que no puedo responder de entrada cuando se me pregunta ¿en serio, te gustó? Me resulta tan excitante pensar en todas las posibilidades que me resuelvan el enigma del por qué me gusta Murakami: que nada en sus novelas quiere ser profundo, que la soledad no es profunda, que es algo normal y lirondo como la luna iluminando vacíos, que no importan las antípodas (las islas del Japón o las griegas) para situar el deslumbramiento de la nada, que las historias mangas se imponen y terminan influenciando hasta los grandes novelistas -intrigante tesis de Mayra-, que el deseo masculino no es nada ante la fuerza gravitacional de la atracción mutua femenina... en fin, que sólo el suicidio o los desaparecidos como el humo pueden aproximarse a la verdad de lo que somos, solos o acompañados en el eterno viaje hacia el silencio.

¿Que si me gusta Murakami? ¡Me fascina!

F.E.

3 comentarios:

Diana Gonzàlez dijo...

Murakami es dolorasamente hermoso! Me agrada tu encuentro con èl, tendràs que desnudar a Reiko en Tokio Blues...mecerte con el jazz entre los ojos. Un abrazo poeta.

MGM dijo...

Una de las posibles lecturas de Murakami, autor esencial de nuestro tiempo. Creo que ya nos ha dado pistas para una posible interpretación cuando asegura que: "a la ficción narrativa le es privativa la función de “convertir todo en una historia” y, sobre todo, de “mantener la solidez del puente espiritual construido entre el pasado y el futuro” y, para alcanzar ese propósito “debemos respirar profundamente el aire de la realidad, el aire de las cosas como son, y debemos encarar pródigamente y sin prejuicios la forma en que las historias están cambiando dentro de nosotros. Debemos acuñar nuevas palabras a tono con el ritmo de ese cambio”.

Fabricio Estrada dijo...

"el puente espiritual construido entre el pasado y el futuro"... claro, ahí es donde entra Reiko y Myu, aunque es en Myu donde más provocador se muestra Murakami dado que su personaje es coreana "trasplantada"... y todo lo que eso significa para el pasado colonial que tuvieron Japón y Korea, un pasado que insertarlo así, como ninguna coreana o japonesa quisiera, es una muestra de audacia política.