Pereció allí la mayor y más esforzada parte de los enemigos, porque, para no desordenarse en la formación, los primeros de línea estaban enlazados unos a otros con largas cadenas prendidas a los ceñidores.
Los que perseguidos se retiraban hacia su campo, todavía encontraban peor suerte; porque las mujeres, puestas de negro sobre los carros, daban la muerte a los que así huían; unas a sus maridos, otras a sus hermanos, otras a sus padres; y de sus hijos, a los niños pequeños, ahogándolos con sus propias manos, los arrojaban debajo de las ruedas y de los pies de las bestias, y después se quitaban ellas la vida.
Cuéntase de una que, habiéndose ahorcado del timón de un carro, tenía a sus hijos colgados de sus pies con cordeles a uno y otro lado. Los hombres, a falta de árboles, se ahorcaban de las astas de los bueyes, y otros, poniendo atado el cuello a las patas de éstos, después los picaban con aguijones para que, echando a andar, los arrastrasen y pisasen.
Y con todo de quitarse tan espantosamente la vida, aún cautivaron los Romanos a sesenta mil, habiendo sido otros tantos, según se dice, los que murieron. El bagaje lo saquearon los soldados de Mario; pero los despojos, las insignias y las trompetas se dice que fueron llevados al campamento de Cátulo, que era el más fuerte argumento de que éste se valía para probar que había sido suya la victoria.
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