En Minnesota el maíz sobrepasa mi cabeza en agosto y el tractor Modelo A estuvo allí durante años hasta que se lo llevaron.
Había mucho sitio para él bajo el cielo. Mi padre desmontó el viejo granero con mis tíos y el tractor sigue allí. Nunca se mueve y en verano la hierba le crece en las ruedas. El cielo está pequeño y recortado sólo en la foto y mis abuelos se sientan en el centro como si todo ese espacio plano no estuviera detrás de ellos, como si la casa blanca no fuera como un enano bajo el cielo.
Nunca vi al padre de mi madre a las faldas de la colina. Antes de que ella se fuera a la cárcel, al principio de la guerra, fue a verlo. Trepó la colina por la que él había corrido tantas veces pero ya no podía hacerlo. Después él estuvo enfermo y sé que ella recuerda claramente ese paseo y se acuerda de él allí y también de cuando nadaba en abril en el océano.
El océano y las playas tenían otro significado para mi padre. Ama los lagos, pero nunca utiliza esa palabra. Recuerda la guerra en las playas y la paz en los lagos. No hay fotos de mi madre y la guerra o de mi padre, pero la cámara fijó sus caras en aquellos años y, años después, vi mi cara en sus rasgos cuando miré la foto a través del cristal. En su oficina dibujábamos en papel amarillo y hacíamos preguntas.
Preguntábamos sobre las cámaras y cómo funcionan: rotan la imagen al revés para que aparezca correctamente en la impresión. No había muchas cartas pero “amor” aparecía al final de alguna de ellas y eran cartas de amor por eso. Mucho antes de nacer yo, una mujer escribió a casa desde el territorio de las Dakotas. Creo que era el cielo y la tierra plana lo que la afligía.
Yo leí cartas que ella escribía a la casa en las montañas donde hablaba de la pradera y de los saltamontes y de la nieve y del cielo. “¿Dónde está mi océano?”
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