Solemos considerar la Biblia como un texto religioso, traducido en el pasado a una multitud de lenguas europeas y aún hoy leído en versiones arcaicas. Para el israelí, la situación es diferente. El hebreo renació como lengua viva a comienzos del siglo XX, tras una latencia de 2.000 años;* actualmente, un escolar israelí puede leer y comprender la Biblia en su idioma original; y si el Rey David pudiese hojear un libro de poesía hebrea contemporánea, tendría escasas dificultades para entenderlo.
El lector hebreo encuentra en la Biblia, más allá de su contenido espiritual e histórico, un texto rico en ritmo, música y formas de habla. La mayoría de los libros que la componen son poesía pura en diversos estilos y sobre diferentes temas: relatos sobre la Creación y los patriarcas, cantos de victoria y de amor, profecías e himnos. En otras palabras, el primer libro de la Biblia hebrea (el llamado “Antiguo Testamento”) constituye también el primer documento de la poesía hebrea, que fue escrito hace unos 4.000 años.
Pero la creación poética hebraica no cesó tras la destrucción de Judea por los romanos a comienzos del primero milenio de la era común ni con compilación del canon bíblico: continuó escribiéndose ininterrumpidamente en los países de la dispersión. Si bien el antiguo idioma de las Escrituras no se habló en la vida cotidiana durante veinte siglos, siguió siendo estudiado y utilizado en las plegarias en el seno de cada comunidad judía. Su caso se asemeja, en parte, al del latín: ambos perdieron la vívida dimensión del uso coloquial pero continuaron activos
en otros niveles.
en otros niveles.
Generaciones de judíos del este y el oeste, en regiones que hoy se llaman Irak, España, Italia, Yemen, Egipto, Polonia, Rusia y Alemania, continuaron produciendo poesía hebrea religiosa y secular. De este modo, a lo largo de 2.000 años, la tradición poética hebrea fue enriqueciendo su estilo, sus temas y sus formas líricas con los aportes de otras tradiciones.
No existe en la historia humana otro caso comparable al del hebreo. Con el surgimiento del sionismo a fines del siglo XVIII y el retorno de los judíos a la Tierra de Israel, el idioma, que no se hablaba y estaba semifosilizado, volvió a tener vigencia. Los poetas constituyeron la punta de lanza de ese impulso de renovación idiomática, y hasta mediados del siglo XX la poesía hebrea fue celebrada tanto por su mérito intrínseco como por su valor como logro nacional. Los dos gigantes de dicho período, Saúl Tchernijovski y Jaím Najmán Bialik, abandonaron la elevada retórica bíblica de sus predecesores, la cual no convenía a la vívida realidad nacional y lingüística que se estaba desarrollando en el Israel pre-estatal. Su tarea fue crear un nuevo y amplio panorama idiomático que permitiera expresar tanto la joven revolución pionera que estaba teniendo lugar, como muchos nuevos aspectos de la vida de los que la poesía hebrea anterior casi no se había ocupado.
Su obra estableció una tradición de cambio radical que continuó con las sucesivas generaciones de poetas, cada una de las cuales procuró destronar a la anterior y enfrentar los nuevos desafíos de su tiempo, creando un puente cada vez más sólido entre la vida moderna y su expresión artística. Durante la década de 1940, la segunda ola radical, conducida por Natán Alterman y Avraham Shlonsky, abogó por la supresión de la hipérbole figurativa, las expresiones anticuadas y las connotaciones religiosas que resultaban ajenas al zeitgeist del momento.
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Los voceros más destacados del tercero y último cambio radical de estilo, en los años cincuenta, fueron Yehuda Amijai, Natan Zaj y David Avidan. Esa generación, más influida por las corrientes norteamericana e inglesa que por las de Europa central y oriental, abogaban por un lenguaje poético más simple, ligado a las expresiones del habla cotidiana, por el verso libre y la poesía experiemntal.
El celo revolucionario que caracterizó a las tres generaciones de inmigrantes se adormeció en parte en las décadas de 1960 y 1970, hasta desaparecer totalmente con el arribo de las ideas postmodernas. Vistas retrospectivamente, esas olas poéticas revolucionarias manifestaron un temperamento radical debido a las circunstancias históricas, pero de hecho constituyeron etapas de un desarrollo natural que acompañó la normalización del lenguaje poético en la renacida sociedad hebreo-hablante.
Actualmente, aun cuando la inmigración al país continúa, para la mayoría de los poetas israelíes el hebreo es la lengua madre. En las últimas dos décadas del siglo XX, el fervor ideológico y las polémicas entre corrientes literarias cedieron su lugar a una exploración menos vehemente del hebreo y su cultura. La poesía contemporánea de Israel se siente libre de manejar y aun mezclar una gran variedad de formas y estilos, tradicionales y modernos, para responder a las necesidades de determinados temas o atmósferas.
Esta postura más relajada frente a la creación revela otro aspecto de la poesía hebrea, y quizás proporciona una comprensión menos ideológica y más concreta de las disputas que tuvieron lugar en las generaciones de poetas inmigrantes, quienes, en gran medida, debieron adaptar modelos europeos a fin de crear poesía en hebreo.
Para el poeta nativo, la realidad israelí y las singulares posibilidades y limitaciones del hebreo costituyen condiciones básicas ineludibles.
Por ejemplo, el hebreo no posee un vocabulario abundante y, a diferencia de los idiomas indoeuropeos, se basa a veces en una sola palabra y no en la sintaxis o en la frase. Cada palabra posee varios significados según el contexto. Es necesario a menudo adaptar o inventar palabras para designar términos tecnológicos o científicos. En la poesía ello no ocurre, porque las tendencias lingüísticas han creado en ese campo otro tipo de riqueza. Una sola palabra puede contener diversos significados, todos ellos conectados mediante la lógica del símbolo y la metáfora y no mediante los hechos empíricos. La larga historia de la literatura judía añade interminables connotaciones y alusiones a cada vocablo, y de ese modo un poema puede ofrecer varias lecturas paralelas, cuya relación mutua puede constituir de por sí un arte consistente en conexiones inversas, complementarias o paradójicas.
Los poetas inmigrantes enfrentaron la enorme tarea de salvar la distancia entre la poesía tradicional y la poesía moderna, explorando el verso libre, el metro tonal y otras formas, y convirtiéndolos en parte orgánica del verso hebreo. Lo que para ellos fue terra incognita, es hoy nuestra herencia natural, y en la continua obra creativa de los poetas israelíes contemporáneos, nuevos matices de lenguaje se revelan continuamente a través de la expresión poética.
Murmura en la noche el mar.
El oído interroga en la tierra:
¿el enemigo abordará las naves,
regresará sobre sus pasos?
Troya: una leyenda que rezuma sangre.
Todo padre desea ver los ojos vivos de su hijo
y piensa: el enemigo huyó.
Podremos esta noche dormir sobre la arena blanda
y despertarnos tarde,
remolonear como un escarabajo volteado,
sin órdenes,
sin granadas amartilladas;
caminar descalzos a la vera
del transparente mar,
hallar un caracol azul,
escribir "regresaremos pronto".
Pero el enemigo supo:
Troya no fue una leyenda.
Hubo quien se acostó
y quien allí
quedó dormido,
de cara al mar.
Acá, en este envío,
yo, Eva
con mi hijo Abel.
Si ven a mi hijo mayor,
Caín, el hijo de Adán,
díganle que yo
Como la huella de nuestros cuerpos,
no quedará señal de que estuvimos aquí.
El mundo se clausura a nuestro paso
y la arena, nuevamente, se acomoda.
Ya se avizoran fechas
en las que no estarás más;
vientos que arrastrarán nubes
que no derramarán
sobre nosotros lluvia.
Y tu nombre
en las listas de pasajeros de barcos
y en registros de hoteles
cuyas razones, sólo de oirlas,
hielan el corazón.
Los tres idiomas que conozco,
todos los colores con los que veo y sueño:
Ninguno me ayudará.
"Oscurece, y tú tienes sólo veinte años."NATHAN ALTERMAN
Atardecer en el mercado
Sólo tienes veinte años
y tu primer embarazo es una bomba.
Bajo tu amplio vestido estás encinta de explosivos
y esquirlas de metal.
Así paseas por el mercado,
un tictac entre la gente, tú, Andaleeb Takatkah.
Alguien cambió un tornillo en tu cabezay te envió a la ciudad.
Como provenías de Belén,
la casa del pan, elegiste una panadería.
Allí activaste algún
detonador interior
y, junto a los panes del sábado,
el sésamo y las semillas de amapola,
te elevaste al cielo.
Te fuiste junto con Rebeca Fink,
Ilena Konreeb del Cáucaso,
Nissim Cohen de Afganistán
y Suhila Houshy de Irán.
Y también con dos chinos que arrastraste
contigo a la muerte.
Desde entonces, otras cuestiones
ocultaron tu historia,
acerca de la cual hablo y hablo
sin tener, en realidad, nada que decir.
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