jueves, 20 de septiembre de 2018

Cada poema tiene sus propios muertos: breve reseña sobre Obituario Puertorriqueño contrastado con Spoon River - Fabricio Estrada


Cuando se lee Obituario Puertorriqueño de Pedro Pietri contrastado con La Colina (poema inicial de Spoon River), de Edgar Lee Master, pareciera evidente que se hace una lectura de espejos, donde los paralelismos se nos presentan obvios como temática elegida: los muertos volviendo a la vida a través de la evocación poética. Pero al leer detenidamente, nos damos cuenta de que los muertos llamados a resucitar en el texto no son los mismos y que el lector de ambos poemas no es, tampoco, el mismo. Quizá el viejo cementerio de Spoon River tenga la misma función de depositario de luchas anónimas como sucede con el cementerio de Long Island (Es un largo viaje que no da ganancia/ desde el Harlem español/ hasta el cementerio de Long Island, escribe Pietri) pero las luchas finalizadas para los muertos dormidos en La Colina de Lee Master, se leen desde otro paradigma de la moral que poco tiene que ver con la forma en que el lector boricua lee y se reconoce en el Obituario Puertorriqueño. Porque el largo viaje para llegar a morir a Long Island no tiene nada que ver con un regreso a la patria -como se describe en La Colina- luego de haberse ido a vivir a Londres o a París, no; irse a morir a Long Island es morir en patria incierta luego de un frustrado camino de superación, desterrados, desclasados, enfrentados.

Los muertos de La Colina, según describe Lee Master, mueren de una vida casi pendenciera, casi de sordidez doméstica (en un burdel, en una cárcel, frustradas por el amor, con el orgullo roto) en la que los recuerdos de las guerras -ya sea la Guerra de Secesión o la Guerra contra España- son la mayor tensión utilizada como dilema moral, contrario a las personas que menciona Pietri, aparentemente muertos aunque vivos por obra y gracia de la multitud de sustitutos continuos dispuestos a sufrir el destino de los tantos Juanes, Olgas, Milagros, Manueles que siguen llegando desde Puerto Rico a Estados Unidos: todos murieron ayer hoy/ y volverán a morir mañana. Hago hincapié en esta posición del cómo se leen ambos poemas porque sin duda es en el imaginario del lector donde se contrasta y se corrige el fácil señalamiento de influencia desmedida o, en el peor de los casos, de plagio. Un lector estadounidense diría de inmediato que Obituario Puertorriqueño no es más que una versión de Spoon River (1915), así como un lector puertorriqueño diría que Poema de Amor (1974), de Roque Dalton, es una versión de Obituario Puertorriqueño (1969), siendo del todo equívoca esta apreciación ya que es el paradigma moral del lector el que recrea lo leído desde una muy distinta territorialidad cultural. Es así, que en Obituario Puertorriqueño podría afirmarse como muestra de una apropiación cultural del canon literario Spoon River para deconstruirlo y elevarlo a categoría de resistencia a esa misma cultura que cosifica y reduce al puertorriqueño asimilado o en busca de la supervivencia. Todos ellos murieron/ como muere un héroe con ropa del distrito/ en un sándwich/ a las doce en punto de la tarde/ las cenizas del número de seguridad social/ se unieron para quitar el polvo de las deudas. La heroicidad de los viejos combatientes dormidos en La Colina, nada tienen que ver entonces con los héroes de la supervivencia en la marginalidad colonizada descrita por Pedro Pietri. Y eso es algo que un lector con mucho sentido de la moralidad lo sabe. Cada poema tiene sus propios muertos.

F.E.

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