domingo, 21 de enero de 2018

Leticia Salomón, sobre el diálogo en Honduras

Homenaje a don Telmo Villareal, asesinado el día de ayer 20 de enero, en Tocoa, departamento de Colón (norte de Honduras) por disparos de la policía militar bajo órdenes de juan orlando hernández. Dibujo del artista hondureño Daniel Valladares.


YO DIALOGO, TÚ DIALOGAS, ÉL…
Leticia Salomón
Con la idea de dialogar sucede algo parecido a la muerte de una persona de dudoso comportamiento en vida: en este caso, los fallecidos adquieren un halo de respetabilidad, honorabilidad y casi de santidad con el cual se cubren hasta los que en vida fueron unos grandes corruptos, sinvergüenzas y pícaros; para ello existe un código no escrito que obliga a la mayoría a deshacerse en elogios y atenerse al convencionalismo tradicional (“ha muerto un gran hombre, una respetable dama, un auténtico líder, un padre amoroso, un esposo fiel, un amigo incondicional…”) mientras otros se ven obligados a contenerse y a guardar un discreto y a veces incómodo silencio antes de decir lo que pensaban realmente del comportamiento en vida del difunto en cuestión.
Algo similar ocurre con la idea del diálogo: adquiere tal aureola de bondad, humildad, desprendimiento, apertura y magnificencia que el que lo propone asciende a niveles de casi santidad y al cual se le puede aplicar con precisión el famoso verso de Machado, inmortalizado en la música de Serrat, cuando dice: “¡aquel trueno! vestido de nazareno”.
Muchas personas creen en las bondades del diálogo: unos por inocencia, otros por falta de picardía o por carencia de disposición a la duda sobre lo que se ve, se siente y se oye; pero otros lo hacen por acomodados, oportunistas, resignados, cómplices, atrapados en las redes del poder o entusiasmados por los pasos inconfundibles del poderoso caballero “Don Dinero”, del cual nos habló Quevedo.
Cuando se produce una crisis de cualquier tipo pero mucho más cuando se trata de una crisis política, la convocatoria a un diálogo debe plantear interrogantes antes que brindarle aplausos. Puede empezarse por preguntar: 1) quién lo convoca y cuál es su capacidad de convocatoria; 2) cuáles son las fuerzas que lo avalan; 3) cuál es el objetivo del mismo, 4) cuál es su poder vinculante, 5) cuáles son los intereses en juego; 6) quiénes participarán por cada parte en conflicto, en qué nivel, en qué momento y con qué poder de decisión; 7) qué pueden ganar o perder los dialogantes, 8) cuál es el tiempo para producir resultados; 9) quién será la persona o institución moderadora y 10) cuáles serán los alcances del mismo.
Todos estos interrogantes son fundamentales para tomar una decisión pero el interrogante central es el que se refiere al objetivo del diálogo, a su propósito, a su finalidad. Puede ser un diálogo de todos los sectores para hablar de los principales problemas del país, como se ha hecho tantas veces; para establecer las vías para superar la pobreza, resolver la inseguridad o mejorar la imagen nacional e internacional del presidente electo por el fraudulento Tribunal Supremo Electoral; puede ser para hablar de la necesidad de fortalecer el sistema de justicia; encontrarle una salida a la creciente violación de derechos humanos; investigar y castigar a los responsables de los asesinatos de las últimas semanas; asegurar la independencia de los poderes del Estado; garantizar la transparencia del sistema electoral; impulsar la consulta popular para ver si el pueblo está de acuerdo con la reelección (que ya se hizo de hecho y no de derecho), o con la convocatoria a una Constituyente para crear una nueva Constitución; o puede ser específicamente para analizar la dimensión del fraude electoral que nos llevó a esta situación de crisis, para negociar la conformación de un gobierno de integración con la clásica repartición de cargos públicos; o para estructurar y ejecutar un gran pacto político y social fundado en los verdaderos intereses del país.
Se puede elaborar una lista interminable de temas que darían lugar a las clásicas “mesas de trabajo” en la que diferentes sectores de la sociedad se mantendrían entretenidos durante los próximos cuatro años mientras la inmovilidad de la protesta social contribuye a garantizar la famosa “gobernabilidad” en la que son maestros los líderes ocultos o visibles de los partidos tradicionales grandes y pequeños, basados exclusivamente en lo que ganan como partidos o como personas.
Una correcta valoración de la correlación de fuerzas puede contribuir a tomar las mejores decisiones:
a) Por un lado, un presidente que ha perdido las elecciones pero que ha sido ungido como presidente electo por un Tribunal Supremo Electoral desprestigiado a nivel nacional e internacional que tiene que enfrentar cuestionamientos internos y externos en torno a la legitimidad de su reelección pero que cuenta a su favor con la incondicionalidad de los tres poderes del Estado, el Ministerio Público, el Tribunal Supremo Electoral, el Tribunal Superior de Cuentas, el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, la cúpula conservadora de las iglesias católica y evangélica, de la empresa privada y de los medios de comunicación corporativos, además de la incondicionalidad de las fuerzas armadas, policía militar y policía nacional, creadas para defender a los que sustentan el poder político con el cual se sienta identificada su cúpula;
b) Por otro lado, una Alianza de Oposición contra la Dictadura constituida inicialmente para las elecciones del poder Ejecutivo, con un presidente electo por la ciudadanía a quien le robaron descaradamente los resultados electorales, con una inmensa capacidad movilizadora por la fuerza del liderazgo de Salvador Nasralla en la candidatura presidencial y de Manuel Zelaya en la conducción de la Alianza y del partido Libertad y Refundación (LIBRE), cada uno con su estilo y particularidades; una ciudadanía indignada, desencantada y harta de la falsedad de la participación electoral, del cinismo de los políticos tradicionales y de los altos niveles de corrupción en el Estado, dispuesta a presionar una y otra vez, a expresar su indignación en las calles y a clamar con fuerza creciente el castigo y la salida de los responsables del fraude electoral; una Alianza que cuenta a su favor con la potencia cuestionadora de las redes sociales, con la capacidad movilizadora y contestataria de los organismos defensores de los derechos humanos, gravemente conculcados en esta crisis electoral, y dos medios de comunicación de invaluable apoyo por su versatilidad, dinamismo y compromiso con la verdad que se encubre en los medios oficiales (Radio Progreso y UNE TV); y también una Alianza que pretende mantenerse y ampliarse al Congreso Nacional para ver las posibilidades de constituirse en un bloque de oposición e incidir en las votaciones que requieren mayoría calificada.
Ahí tenemos a las fuerzas en contienda y ahí tenemos las perspectivas para los próximos años: algo debe hacerse para mejorar los escenarios que se presentan para nuestro país en el futuro inmediato:
1) Si la solución es el diálogo, urge contestar antes los interrogantes planteados, actuar en consecuencia y asumir un papel más beligerante y propositivo;
2) Si la tendencia de unos es la represión, esta implicará un alto costo político para el presidente electo por el Tribunal y para su partido, un desgaste institucional mayor y un creciente deterioro de su imagen internacional;
3) Si la decisión de los otros es la insurrección de la que habla la propia Constitución, esto implicará el diseño y rediseño de estrategias innovadoras para mantener el entusiasmo y evadir las acciones represivas; el establecimiento de objetivos alcanzables en el corto y mediano plazo, y la inclusión de la diversidad de apoyos, desde las diferentes instancias, regiones, expresiones, generaciones y niveles (político, social, cultural).
Mientras tanto, ahí están las familias enlutadas por la represión militar/ policial ordenada por su comandante en jefe y ahí está la ciudadanía harta de tanto fraude, corrupción e indefensión y en creciente estado de indignación clamando justicia y castigo… Es tiempo de reflexionar si queremos que el país vislumbre un futuro esperanzador o siga retrocediendo hacia la época más oscura y tenebrosa de nuestro pasado, como ha sido la tendencia de los últimos años, y constatar quiénes son los actores del pasado (“están atrás, van para atrás, piensan atrás, son el atrás…”) y quiénes son los actores del futuro; a quienes les interesa enderezar el rumbo del país y a quienes les interesa hundirlo más de lo que ya está…


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