lunes, 15 de enero de 2018

Dolores O'Riordan y los niños dorados


No puedo dejar pasar esta dura noticia del fallecimiento de Dolores O'Riordan, la cantante de la banda irlandesa The Cranberries. Cuando salió Zombie, su canción emblemática, fue casi bandera para mi grupo de amigos. Al escucharla entrábamos en un silencio casi reverencial y comenzábamos a pendular la cabeza. Se imponía la voz en trance de Dolores y nada podía sacarnos de esa condición de haber sido abrumados por algo inexplicable. Al mirar el video en aquel MTv que todavía pasaba video-arte, nos ocurría la hipnosis. Esas imágenes de la Irlanda bajo ocupación nos decía que algo vivíamos nosotros de todo aquello. La forma en que iba en crescendo el desgarramiento interior hasta llegar a la total y tántrica voz de Dolores que nos decía que todo sucedía en nuestras cabezas, que las bombas estallaban en nuestras cabezas desde 1916 aunque ese 1916 era de otro muertos, muy diferentes a los hondureños, pero igual de condenados.

Pasados muchos años, en el concierto de Bunburi, durante la gira en Managua para el álbum Pequeño Cabaret Ambulante (2003), le tocó abrir a una banda nicaragüense que fue recibida de una forma terrible. El rechazo era penoso aún sin antes haber cantado nada la banda nacional. La gente quería a Bunburi ya. Entonces salió al escenario una aguerrida vocalista. Se dirigió a todos diciendo que estaba avergonzada de ser nicaragüense ya que no podía creer cómo trataban a las bandas de casa. también yo sentía vergüenza ajena al ser uno de los muchos hondureños que viajamos hasta Managua para escuchar a Bunburi, pero no podía dejar de sorprenderme del cómo le seguían silbando e insultando a la joven que estaba ahí, pidiendo ya a sus compañeros de agrupación que empezaran. Y se dejaron oír aquellos acordes inconfundibles del intro de Zombie. Y ella comenzó a cantar. Y ella comenzó a transformarse. Y ella ya era Dolores O'Riordan en cada una de sus vocalizaciones rabiosas, en cada evocación a la guerra que sí había vivido Nicaragua. Y entonces el silencio fue  la bandera que flameaba sobre las cabezas ya oscilantes, y ella, esa impresionante mujer en su igual fascinante cover, estaba en el proesenio, oscilando como si ella tuviera a The Cranberries tras de sí y que quienes estábamos ahí, alelados y ya hipnotizados, éramos solo cabezas, simples cabezas que la muerte iba a cosechar de un solo tajo.

Nunca olvidaré que pude ver transfigurada a Dolores en una cantante nicaragüense cuyo nombre no recuerdo, ni el de su banda, pero que bien me hace jurar que pude sentir la fuerza de una canción que nos marcó a fondo, que nos dio un silencio descomunal, exactamente como el de hoy al saber que los niños dorados al pie de la cruz éramos nosotros, bañados de bombas pulverizadas sobre nuestras cabezas.

¡Adiós, Dolores!

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