miércoles, 30 de octubre de 2013

Jordi Doce, España

Jordi va con las manos en los bolsillo de los pantalones. Escucha la brisa más insignificante, la medita, la evalúa y la saca al mercado del silencio. La ciudad es un texto que se debe abordar con sumo cuidado y, nosotros, inmersos en ese festival de Rosario, somos extrañas palabras que Jordi va traduciendo lentamente. Conocemos amistades en común y nos los recordamos por un buen rato entre el asado y el vino. Mencionamos a Mestre, hablamos un rato de Murakami y luego, entre lectura y lectura llega la suya. Esta es una muestra de su voz en su poemario Otras lunas, fiel traducción de su reposo que, como un leve sudario, va mostrando, sin prisas, el cuerpo de su poesía.

Traductor

Tal vez fuera preciso, en este punto,
cuando la voz se desconoce
y el recuerdo es una espiral
de escenarios ajenos,
hallar consuelo en este anonimato,
o esperar, con ambigua fe,
que algunos a quienes di mi voz
 se levanten, furiosos, y proclamen
que no son suyos tales versos,
que no pude ser fiel a su latido
mientras yo, fracasado a mi pesar,
bajo sus nombres daba a ocultas
la historia de mis días.


Contraste
a Paula, con cuatro meses

Vestida de ti, centro
 del centro en que respiras,
impugnas sin saberlo

este puente de sílabas
que soy en el vacío,
que horada cuanto soy.

Se colma su latido
al fluir con el tiempo.
Estás, te multiplicas.

Mis sílabas no vibran
al paso de mis pasos.
Cruzo y se desvanecen.

Tu vida es el poema.
Yo escribo este poema
para fingirme vida.

El sueño

Hubo luz en tu sueño. Las ramas enmarcaban,
destrenzadas, la esquirla de la luna,
y en las lindes del bosque la maleza
suspendía tu aliento con sombras inconcretas.

Hubo luz en tu sueño, y conocías bien,
su extrañeza, sus dominios. Eran
los árboles, la escarcha de otros sueños,
la deriva ondulante de la luna en la hierba.

¿Por qué, pues, es la noche lo que ahora recuerdas,
tu temor a lo informe y lo remoto,
el lienzo clausurado de los troncos,
la voz que allí llamaba con palabras de sombra?


Memoria de Cartago

¿A qué la sal, los muros abatidos
por soldados de simple
mirada y obediencia,
a qué las llamas, el decreto
de las cenizas en cada filo
que remueve la tierra y la examina,
a qué el furor sin tregua
del saqueo y el saqueador,
las manos sucias y la mente clara,
el pulso frío y la mirada huraña
del que ordena y vigila,
solitaria figura de los hierros y correas
contra el gris de las aguas,
contra la espuma desvaída
de aquella vieja estampa
que alguna enciclopedia
alojó en mi memoria,
secreta duración de la venganza,
cercana intensidad del mal
entre quienes juzgan y son juzgados,
ahora y antes sin motivo,
ahora y antes sin sentido
mientras aquel soldado
con la mueca del que no espera
afirmaba la lanza y me miraba
con la mirada en blanco
desde las frías playas de Cartago?


El deseo está muerto
(sobre un poema de D.H. Lawrence)

Puede el deseo
estar muerto, y aún el hombre
será cuerpo, lugar de reunión
para el sol y la lluvia, mientras
fiel el asombro
sobrevive al dolor como un árbol
que el fuego del invierno calcinara.

Noche de guardia

Toco la noche. Cerca de su centro,
donde el aire no alienta,
comparto la ceguera de la piedra
que rige mi quietud;
junto a mí cruzan bultos,
siluetas azarosas,
cuerpos que pasan y se desvanecen.
Sombra entre sombras, nada me perturba.

Otra noche insinúa su contorno:
dura noche ovillada.
                             Crece en mí
como un cálculo segregado
por el silencio, vengo a ella
como la piedra mira hacia su centro,
como el arco que recoge en su diana.

Toco la noche;
solo en el aire inmóvil,
toco la noche,
o la noche está en mí, como una piedra.


Deriva

¿Hay un mar para tanta
derrota, mar o exilio

oscuro de las aguas
para tanto cansancio

como gobierna ahora
el timón entornado

de una nave que nunca,
no en los surcos de espuma,

no en el roto ademán
de las velas al viento,

bajo el rostro impasible
de un cielo que no cede

fuera tuya?


La tentación

I

Permanecí contigo en el desierto.
Cuarenta días y cuarenta noches.
Sólo buscaba darte compañía.

II

Nunca me tentó tu locuaz silencio.
Hubiera preferido conversar.
Reírnos, algún cuento, alguna broma.
Habías decidido derrotarle.
Más árido que tú no era el desierto.

III

Cuarenta días y cuarenta noches.
Tus huellas en los arenales blancos.
Sólo mis tentaciones te guiaron.

IV

Cuarenta días con sus noches.
En algún momento perdí la cuenta.
¿Dónde estamos?, te pregunté.
Y cómo responder.
Tu desierto era otro.

V

Sólo me tentó acompañarte.
A una palabra tuya
te hubiera abandonado.
El resto es conocido.
Tú callabas y consentías.


Jordi Doce, Poeta, ensayista, crítico  y traductor español nacido en  Gijón en 1967.
Es Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Oviedo y Doctorado en Letras por la Universidad inglesa
de Sheffield. Ha sido profesor de lengua y literatura españolas en la Universidad de Oxford, miembro del consejo
editorial de la colección de poesía Nómadas y la revista Solaria, colaborador habitual de Cuadernos Hispanoamericanos, y coordinador junto a Andrés Sánchez Robayna del volumen de ensayos críticos de Poesía hispánica contemporánea
editado por Galaxia Gutenberg.
Vive en Madrid, donde alterna su labor literaria con  la coordinación de los ciclos de poesía en el Círculo de Bellas Artes.
Ha traducido a importantes poetas  como Ted Hughes, Charles Simic, Charles Tomlinson y William Blake, entre otros.
Su obra poética, resaltada en varias antologías, está contenida en los siguientes volúmenes: "La anatomía del miedo" Premio Antonio González de Lama en 1994, "Diálogo en la sombra" 1997, "Lección de permanencia" 2000, "Otras lunas"
Premio Ciudad de Burgos en 2002, y "Gran angular" 2005. Obtuvo además, el IV Premio de Ensayo Casa de América
por "Presencia del romanticismo inglés en la poesía española contemporánea" en el año 2005.       
        


1 comentario:

Karina Macció dijo...

Lindísimo!!!!!!!! Gracias por compartir!!!!