jueves, 7 de julio de 2016

Piedra Copán en Río Piedras

Una simple piedra.

Y tanto que viene a mí la evocación de la Piedra Imán del maestro boliviano Jaime Saenz, Tanto.

Ayer fue el día que apartamos con la poeta Cindy Jiménez Vera para la visita a los museos de San Juan. Ya nos lo habíamos prometido desde la caminata anterior al Viejo San Juan y al bello paseo en ferry hacia Cataño junto a Linda Rosa. Íbamos en dirección al Museo de la UPR-Recinto Río Piedras y nos detuvimos ante los libros de la Librería Mágica. Una señora de alrededor 65 años comenzó a platicar conmigo sobre libros políticos y muy pronto nos estábamos recomendando algunos títulos que estaban por ahí. Le estaba explicando que era de Honduras cuando la conversación se cortó al aparecer su hija en la puerta de una librería al lado de La Mágica (evoco a estas alturas a La Mariposa Mundial, de Saenz); la muchacha necesitaba cambio de 5 dólares, así que aproveché para despedirme y sumergirme  luego entre esos estantes caóticos y fantásticos a la vez mientras Cindy cobraba sus recientes libros ya vendidos.

Tenía en mis manos Madera de boj de Camilo José Cela cuando la misma señora llegó a mi lado a recomendarme que leyera War against all puerto rican de Nelson A. Denis. Mira -me dijo- con este libro conoces más de nuestra desgracia, todos los boricuas deberíamos leerlo pero si eres hondureño mejor... a propósito, ¿conoces esa ciudad antigua... cak pen? ¿Ke pan?

- ¡Copán, claro! -le respondí. Ella cambió su serena mirada por otra de angustia y de recuerdo doloroso.

- Yo tuve una regresión impactante con esa ciudad. Nunca he ido a Copán pero es tan significativa para mí.

- Contame -le dije, regresando a su estante a Cela-, ¿cómo fue?

Puedo afirmar que el silencio se coló por las estantería y comencé a sentir un hormigueo de impaciencia. Algo en el gesto que ella hizo me provocó presentir una anécdota o anhelo de viaje truncado por no sé qué desgracia, pero lo que dijo a continuación era La noche boca arriba, de Cortázar, o al menos ese es el hilo que creí tomar al principio. Quizá ese ambiente, la escena de la tarde, el silencio, los tonos intercambiables de nuestros respectivos acentos, que sé yo, era demasiado literario el momento.

- Tuve un problema cardíaco hace unos años -me dijo, mientras miraba hacia un punto triste del piso-; cuando estaba en el quirófano y casi desfallecía vi que el doctor ya no era él, tenía los dos brazos alzados y sostenía un cuchillo de pedernal. Sus vestimentas eran esos atavíos llenos de plumas de los mayas. Casi no le miraba su rostro porque estaba a contraluz pero me di cuenta que estábamos en una plataforma de sacrificios y me iba a sacar el corazón. Me dijo que debía hacerlo porque éramos los últimos y que, luego de sacrificarme seguiría él.

Mi condición anímica cayó rodando por las piedras de ese templo convocado. Casi podía ver que los libros habían pasado a ser escalones del templo que da a la plaza occidental de Copán y que, ataviado con todos sus signos de poder, Uaxaclajuun Ub'aah K'awiil se disponía a dar el último sacrificio antes de la decadencia total de la ciudad del murciélago. Ella, María -que así se llamaba-, lo describía todo con detalle y con la voz quebrándose.

- Pero nunca he estado en Copán -repetía.

Por alguna razón cargaba, en el estuche de mi cámara fotográfica, una pequeña piedra que tomé de un templo derruido de Copán. La había estado cargando para dársela a mi hijo, Esteban, desde la última vez en febrero que visité la ciudad junto Iris Alejandra, mi esposa. Nunca se la entregué porque cada vez que me decidía al final encontraba un olvido involuntario. Ahí andaba la piedra copaneca, entonces, y sin dudarlo le dije a doña María que le daría como obsequio una piedra de la vieja ciudad entre la selva.
En ese momento comprendí que mi acto era un vórtice indefinible, que había estado cargando esa piedra para ella, que ella era la destinataria de algo que solo ella podría darle sentido en forma de una piedra miliar o un punto del arco escalonado de su vida que debía ajustarse dentro de un ciclo inasible.

Le puse la piedra en su mano y lloró.

- No sabés lo que esto significa para mí... ni yo sé lo que significa en realidad... pero qué fuerte, qué fuerte - me dijo con un desgarramiento profundo en su voz.

-Y yo no sé por qué sentía la necesidad de regresar y buscarte... si ya me iba.

Yo zumbaba y solo alcancé a decirle que quizá esa era mi misión en los vericuetos del tiempo. Le dije a Cindy que saliéramos rápido, que tenía ganas de caminar, de respirar fuera de ahí, lejos de María y su expresión de dolor antiguo. Salimos y no podía explicarle a Cindy lo que pasó en La Mágica.

Una simple piedra.

Un templo.

Un grano de arena que ahora regresa a una inmensa playa.


F.E.


Foto: Fabricio Estrada, Copán, Honduras.




1 comentario:

Hilda Vélez Rodríguez dijo...


Nada, sin palabras. Se como se siente ella porque he encontrado hermanas en lugares insólitos, a los que pese a no tener deseos, he regresado.