domingo, 24 de julio de 2016

Applicant for spy



La solicitud de estatus se desliza bajo el vidrio. Estoy ante uno de los cuestionarios de aplicación de residencia y la secretaria del abogado me pide revisar a conciencia el papel con mis datos.

La última película de espías que vi fue El puente de los espías, precisamente, una muy buena película de esas que Steven Spielberg hace cuando está aburrido y busca tema con urgencia. La anterior fue la de un James Bond más Bourne que eficaz, pero con un Daniel Craig asumido como el nuevo Difícil de matar del siglo XXI. Un espía acelerado, digo, sin la meticulosa parsimonia y mimetismo que los auténticos agentes poseen para infiltrarse, más bien todo lo contrario: todas esas explosiones y autos escandalizando vienas o ciudades de México parecieran las acciones de un tipo desesperado para que se le reconozca más como Ralph El Demoledor que por un discreto MI9 en servicio para la más insípida reina que recordemos.

Confirmaba si mi nombre estaba bien escrito, entonces, el lugar de nacimiento y mi sexo. Cuando llegué a la altura de la selección múltiple me topé con la pregunta del millón, ¿Ha venido a Estados unidos para actividades de Espionaje? A uno lo meten a pensar demasiado aprisa con este tipo de preguntas, pero más que pensar, te ponen a imaginarte en mil situaciones y escenas. ¿Sería considera como Applicant for spy la vez que metí un papelillo enrollado en mi bolígrafo con todas las respuestas de matemáticas para el durísimo examen de secundaria? ¿Podría ser revisada mi actitud por las sutilezas aquellas en que cambiaba de lugar los santos de mi abuela para ver su reacción desde mi posición oculta en el ropero? ¿Habrían detectado que ayudé a evadir a un periodista chileno sin pasaporte en mano durante el golpe de Estado en Honduras mientras, por igual, escondíamos las cervezas y las carcajadas ante los ojos del retén militar? En todo caso, sería mejor imaginarme en un Maserati digno de ser estrellado contra los puestos de queso del mercado Colón en Tegucigalpa, o quizá dejando información del último verso jamás leído de Papasquiaro en un apartado postal de Tuxtla Gutierrez.

Comencé a reír cuando la pregunta se tornó densa: ¿Ha tenido contacto con algún tipo de organización terrorista cuyo fin es el trasiego de componentes nucleares o bacteriológicos? Quería traer frijoles procesados desde Honduras, es cierto, quería pedirle a un amigo que me mandara dos libras de quesillo y unos 50 lempiras de tortillas, sin duda, quería traerme un pino oloroso de un cerro de mi pueblo, trasplantarlo en un parque de San Juan para ir a verlo y comer bajo él, totalmente cierto, pero no recuerdo más que la vez en que, regresando de vacaciones de semana santa, me di cuenta que la comida del freezer se había descompuesto porque la gran luminaria que soy desconectó la refri antes de salir. Pues no, no he pertenecido a ningún tipo de organización de ese tipo, me dije entre risas, a menos que la poesía sea un tipo de radiación invisible que no deja de apuntar a todo glóbulo blanco por donde vaya. Un Curie-poeta, sí, quizá aplica esa definición para intentar dilucidar lo negativo o positivo en mi radio de acción, total ya Shakeaspeare dijo que los poetas son los espías de Dios, aunque yo no reclame para mí tan arriesgada misión.

En todo caso, yo, soy un espía freelance.


Y, además, con residencia en la tierra.

F.E.

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