La solicitud de estatus
se desliza bajo el vidrio. Estoy ante uno de los cuestionarios de aplicación de
residencia y la secretaria del abogado me pide revisar a conciencia el papel
con mis datos.
La última película de espías que vi fue El puente de los
espías, precisamente, una muy buena película de esas que Steven Spielberg hace
cuando está aburrido y busca tema con urgencia. La anterior fue la de un James Bond
más Bourne que eficaz, pero con un Daniel Craig asumido como el nuevo Difícil
de matar del siglo XXI. Un espía acelerado, digo, sin la meticulosa parsimonia
y mimetismo que los auténticos agentes poseen para infiltrarse, más bien todo
lo contrario: todas esas explosiones y autos escandalizando vienas o ciudades
de México parecieran las acciones de un tipo desesperado para que se le
reconozca más como Ralph El Demoledor que por un discreto MI9 en servicio para
la más insípida reina que recordemos.
Confirmaba si mi nombre estaba bien escrito, entonces, el
lugar de nacimiento y mi sexo. Cuando llegué a la altura de la selección
múltiple me topé con la pregunta del millón, ¿Ha venido a Estados unidos para
actividades de Espionaje? A uno lo meten a pensar demasiado aprisa con este
tipo de preguntas, pero más que pensar, te ponen a imaginarte en mil
situaciones y escenas. ¿Sería considera como Applicant for spy la vez que metí un papelillo enrollado en mi
bolígrafo con todas las respuestas de matemáticas para el durísimo examen de
secundaria? ¿Podría ser revisada mi actitud por las sutilezas aquellas en que cambiaba
de lugar los santos de mi abuela para ver su reacción desde mi posición oculta
en el ropero? ¿Habrían detectado que ayudé a evadir a un periodista chileno sin
pasaporte en mano durante el golpe de Estado en Honduras mientras, por igual,
escondíamos las cervezas y las carcajadas ante los ojos del retén militar? En
todo caso, sería mejor imaginarme en un Maserati digno de ser estrellado contra
los puestos de queso del mercado Colón en Tegucigalpa, o quizá dejando
información del último verso jamás leído de Papasquiaro en un apartado postal
de Tuxtla Gutierrez.
Comencé a reír cuando la pregunta se tornó densa: ¿Ha tenido
contacto con algún tipo de organización terrorista cuyo fin es el trasiego de
componentes nucleares o bacteriológicos? Quería traer frijoles procesados desde
Honduras, es cierto, quería pedirle a un amigo que me mandara dos libras de
quesillo y unos 50 lempiras de tortillas, sin duda, quería traerme un pino
oloroso de un cerro de mi pueblo, trasplantarlo en un parque de San Juan para
ir a verlo y comer bajo él, totalmente cierto, pero no recuerdo más que la vez
en que, regresando de vacaciones de semana santa, me di cuenta que la comida
del freezer se había descompuesto porque la gran luminaria que soy desconectó
la refri antes de salir. Pues no, no he pertenecido a ningún tipo de
organización de ese tipo, me dije entre risas, a menos que la poesía sea un
tipo de radiación invisible que no deja de apuntar a todo glóbulo blanco por
donde vaya. Un Curie-poeta, sí, quizá aplica esa definición para intentar dilucidar
lo negativo o positivo en mi radio de acción, total ya Shakeaspeare dijo que los poetas son los espías de Dios,
aunque yo no reclame para mí tan arriesgada misión.
En todo caso, yo, soy un espía freelance.
Y, además, con residencia en la tierra.
F.E.
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