Ayer vi la lluvia que viene del mar. Del antiguo Mar de los Zargazos. En ese punto, dicen las viejas cartas marinas, el mar no se mueve y detiene el impulso de las velas. Pero de ahí venía la lluvia que ayer cayó sobre San Juan, aquí en Puerto Rico. Como un aduanero de oficios particulares, me acerqué al ventanal a observarla y registrarla. Densidad, color, rachas y caprichos, nubes altas y nubes casi azul del mar. Pensé en Honduras, pero de inmediato supuse que sigo pensando en una Honduras que se deformó en Tegucigalpa.
Entonces es mejor pensar en territorios, me dije, valles y montañas serenas, azul de otro pero azul. Reviso las noticias y casi enternece escuchar la voz de los periodistas de nuestro lado, aunque sigan con su vulgaridad y su dolor exultante. De pronto me doy cuenta que quiero llenar esta lejanía con los sonidos psíquicos que electrizan, convulsionan y paralizan, y así revelado el hecho cierro la compu y me dedico a ordenar mi equipaje. Sí, mucho mejor.
La noticias quedan dando vueltas y se traslapan con páginas que recuerdo de las viejas enciclopedias que guardaba mi tía Lauren: la quema del Reichstag ahora en la quema de la sede del partido nacional en Comayaguela. Luego los nacionalistas llevando globos blancos a pedir paz a la sede de LIBRE. El ridículo en toda su caracterización.
Sin embargo, cae el verdadero rayo: a pocas horas de haber escrito en su muro el susto que se llevó en un aparente asalto en taxi, Félix Molina comprueba que la búsqueda es matarlo. Un segundo ataque y el amigo, el valiente amigo es herido a balazos en sus piernas.Me quedo sin respiración. La lógica de represión ya no se detendrá y lo que parece un hecho aislado es la verdadera voluntad de llevar al país a una confrontación que debió empezar hace mucho, ya en regla pero que, por alguna causa indeterminada en el ánimo de la hondureñidad no sucedió. Félix Molina, el amigo que tantos admiramos, cae por fin en las redes de los criminales y sobrevive. Se me vienen todas las pláticas con él, las risas, los análisis, la primera vez que lo conocí en un ciber net donde yo estaba recibiendo la noticia de invitación a Madrid, a un festival de poesía. Sin saber por qué, sentí las ganas de contárselo a él, que estaba al lado de mi cubículo. Me sonrío, me dio las felicitaciones y continuo redactado la nota urgente que debía mandar ese mediodía.
Ayer vi la lluvia y pensé que también iría en dirección a Honduras. La refrescará, me dije. La refrescará.
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