lunes, 3 de junio de 2013

Dos tomas

Tengo dos escenas insistentes en mi memoria, ambas de reciente calca mientras atravesaba el centro de esta ciudad. En ambas, lo patético alcanza nuevas cotas, imposibles de obviar.

1- La primera es la de un grupo de estudiantes de secundaria, alumnos y alumnas de esos nuevos colegios privados que saturan los estrechos edificios del centro. Corren arriba y abajo de la acera, por relevos. Uno de ellos desvía y pide a los peatones que por favor se cruce a la otra acera. "Estamos en Educación Física", dice entre molesto y apenado. El joven maestro no se inmuta y hace correr a todos y todas. Tocar la pared y regresar. Regresar y agacharse. Con permiso, por favor, con permiso. Hacer cuclillas y saltar. Saltar y Estirarse. Con permiso, por favor, con permiso. Los que vamos de transeúntes apenas damos crédito a lo que vemos. Tanto es el absurdo de la escena, tanto el abandono y tanta la tosudez del maestro. Los espacios públicos en Tegucigalpa son los que se inventan. No hay el menor interés en crearlos y eso dice mucho de la clase política y su estrechez. El ghetto es real.

2- La segunda escena es justo alrededor del monumento a Morazán. Repetidas una y mil veces las horas, cualquier hecho o presencia convoca a la rueda, ya sea para rodear a un pastor evangélico o para escuchar a un curandero cantante. Esta vez es la copulación de una pareja de perros lo que atrae el morbo y, en el colmo de la lujuria colectiva y el ocio más delirante, poco a poco se ha ido dejando un enorme espacio en limpio donde el centro de ese reloj sexual se concentra un frenético perro callejero en penetrar a su perra elegida. El perro trata y la gente hace como que no mira. El perro arremete y la gente se sonríe de lado. El perro penetra y la gente, lúbrica, lo celebra en la diversión más soez, rodean a los frenéticos animales y nadie   se permite cruzar ante ellos para interrumpirlos. Terminan los perros y la ciudad entera es barrida de la historia.

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