viernes, 8 de febrero de 2019

No, no puedo cambiar mi molde - Bitter Symphony, The Verve

Puedo jurar que busqué la acera más parecida a la del video y arranqué, siendo yo muchas veces, el auténtico Richard Ashcroft caminando hacia toda la gente de los noventas que se atravesaran, meteoro en órbita de colisión con la estación espacial bien diseñada por el trabajo y las vueltas e idas sin sentido por Tegucigalpa. Pude ir tras la carrera que años antes, a nivel de calentamiento generacional, hiciera Forrest Gump, pero elegí seguir esta Bitter Simphony así como mis amigos la seguían, con audífonos desde donde  The Verve lanzaba las coordenadas de la deriva, un año antes de que el huracán Mitch nos hiciera escombros, picadillo, ruina pop. Ya había caminado aquella oscuridad de los apagones del 94, desde las aulas universitarias donde las sombras aprendíamos a amar; subí a los buses como los cientos que de pronto éramos ciegos y aún insistíamos en ir a clases, con estoicismo de ciudadanos en guerra que se les pedía no encender nada, solo caminar, ir, regresar. Por eso no fue Forrest Gump el que nos convocara con sus paisajes luminosos y su barba de asceta bizantino, fue el flaco de Richard Ashcroft el espejo y la chaqueta negra, fue su estampida sin prisas y su melodía de hipnosis. Mismas calles, misma sensación de nacer en otro mundo y de seguir un llamado inequívoco. Frío, oscuridad, smog a todo nivel y nuestra cara también menguando palideces. Sin duda esta canción estaba hecha para nuestro molde, los noventeros más sintonizados con el derrumbe que vendría.

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