Foto: Fabricio Estrada
No era yo señor de
asirle una blanca todo el tiempo que con el viví
o, por mejor decir, morí. De la taberna nunca le traje una blanca de vino, mas
aquel poco que de la ofrenda había metido en su arcaz compasaba de tal forma
que le turaba toda la semana, y por ocultar su gran mezquindad decíame:
“Mira, mozo, los
sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por
esto yo no me desmando
como otros.”
Mas el lacerado mentía
falsamente, porque en cofradías y mortuorios que
rezamos, a costa ajena
comía como lobo y bebía mas que un saludador. Y porque
dije de mortuorios,
Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza
humana sino entonces, y
esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba
y aun rogaba a Dios que
cada día matase el suyo. Y cuando dábamos sacramento
a los enfermos,
especialmente la extrema unción, como manda el clérigo rezar a
los que están allí, yo
cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y
buena voluntad rogaba
al Señor, no que la echase a la parte que más servido
fuese, como se suele
decir, mas que le llevase de aqueste mundo. Y cuando
alguno de estos
escapaba, !Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo, y
el que se moría otras
tantas bendiciones llevaba de mi dichas. Porque en todo el
tiempo que allí estuve,
que sería cuasi seis meses, solas veinte personas
fallecieron, y éstas
bien creo que las maté yo o, por mejor decir, murieron a mi
recuesta; porque viendo
el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que
holgaba de matarlos por
darme a mí vida. Mas de lo que al presente padecía,
remedio no hallaba, que
si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había
muerto, por quedar bien
vezado de la hartura, tornando a mi cotidiana hambre,
más lo sentía. De manera
que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que
yo también para mí como
para los otros deseaba algunas veces; mas no la vía,
aunque estaba siempre
en mí.
Pensé muchas veces irme
de aquel mezquino amo, mas por dos cosas lo dejaba:
la primera, por no me
atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura
hambre me venía; y la
otra, consideraba y decía:
“Yo he tenido dos amos:
el primero traíame muerto de hambre y, dejándole, tope
con estotro, que me
tiene ya con ella en la sepultura. Pues si deste desisto y doy
en otro mas bajo, ¿que será sino fenecer?”
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