viernes, 11 de enero de 2019

Poesía hondureña - Muestra


20  (Armida García, 1971)

Tierra sin puntos cardinales
de casas con muletas
que se baten en los acantilados,
de cactus que florecen
en la boca de los perros
y amantes que dan en adopción
los platos.

aquí
el cielo es angosto,
tanto
que los cuervos tapan el sol
con los dedos.


Unplugged (Tomy Barahona, 1981)

le practico eutanasia a la razón,
humo vencido por la espada,
caído y derribado por el hacha y filo
donde habito.

Muerdo la oscuridad porque le provoco miedo a la luz,
sudo los astros que merodean mi habitación,
retraigo el techo del pensamiento,
le corto una vena a la pared en la cual me apoyo,
doy el pecado y el polvo,
encierro la vida en el polvo,
pacto con el polvo y la imagen,
para tomar este veneno que me asfixia
o martirizarme por este viento cerebral, inerte.

Establezco mi viaje apenas imperceptible,
como la obscena quietud de las frases que muerdo,
solo
abstraído por la creación de mi angustia
casi nacido por mi pecho,
casi parido por mi juicio,
casi muerto por mi caos,
pero de pie,
batallando contra la insurrección que preparan los delirios,
indemnes enigmas para justificar el océano
donde mi plenitud
se junta con la locura.


Blake muere en París a causa de un paparazzi (Fabricio Estrada, 1974)

Uno quisiera, por lo menos,
que la muerte tuviera la decencia
de no espiarnos cada noche
con un ojo lascivo brillando
en las cerraduras.
Que al menos,
tuviera el sentido teatral
de ir preparándonos acto por acto
hasta llegar a un final de coros
como preludio
de nuestras ultimas palabras,
máximas que luego servirían
para adornar nuestras tumbas
y para que la gente se enterara
que no fuimos mudas sillas
o unos perros que aullaban a la luna.

Pero no,
paparazzi detestable,
la muerte nos retrata como nunca fuimos
y nos pone a circular
por los diarios del mundo
con una sonrisa de impotencia
y de amarga desnudez.
¡Ah pobres ángeles amarillos!
¡Ay pobres demonios de terracota!
que sorprendidos
por el puro relámpago de la muerte
cuando llega
nos deja viendo recuerdos
entre luces que se prenden
y se apagan
definitivamente.


Viento de mayo (Marco Antonio Madrid)

Hoy la nostalgia tiene el color
de estos barcos que han vuelto
para morir en la soledad de los muelles.
Hoy es mayo, hace frío y el viento
esparce la lluvia de ayer que ha quedado
prendida en las hojas de un árbol.
Yo escucho el agua que vuelve,
la gaviota que cruza como un pensamiento
lejano, yo escucho la tierra y el rencor
y el silencio que muerde el corazón
de la niebla, la bandera de un sueño
y su amarga ceniza
y quisiera un fuego, una hoguera
para incinerar la tristeza, una brizna
de ti junto a este mar de la infamia.
Pero sólo escucho el golpe del agua
entre el cielo gris de las piedras.
Y entonces dejo fluir tu nombre en mis labios
como un río lejano, como esa lluvia
de ayer, como ese viento de mayo.




Madre patria (Heber Sorto, 1973)

Cuesta tanto describirte madre patria.
Tus fases son como luces dibujadas en la arena,
es más honda la mirada
cuando espera la fluorescencia de tu pesada rosa
y es más hondo el navajazo
cuando llega a los niveles más claros
del corazón de tus hombres.

Los que te hacen los almos y los himnos
pueden asistir a cualquier itinerario,
yo no,
tú no me diste el elogio de nombrarte con las mejores palabras,
me diste frutas recién cortadas
y con ellas larvas incipientes,
me diste letras que en el fondo de la bonita expresión se borran.
En la confusión me levantaste.
No,
yo no podría negar tus vestiduras por un manojo de tributos.
Áspera o como sea así te amo,
así regreso a tu estatuto de madre abandonada,
despacio para no molestarte
y para estar frente a las puertas del ocaso
golpeando el horizonte de tu nombre.




Mar (Jorge Martínez Mejía, 1964)

V

Ya sin voz y sin sombra calcino este poema
como quien señala una estrella
en otro firmamento.
Nada se levanta.
La luna es una gota de sal derramada en los ojos.
El aire recorre los caminos hasta endurecer la hierba.
Una manzana forcejea su redondez
como una estrella sin sombra,
lejos.



Habla el inmigrante (José Antonio Funes, 1963)

Yo también soy Nadie, hermano Ulises.
Cada día, más bien cada noche,
el cíclope me interroga, y yo contesto: Soy Nadie.
Nadie por mi color, por ser portador de indocumentados sueños.

En una tarde amarilla de mi país
soñé una barca que cruzaba el mar de los trigales.
Había tanto sol, tanto cielo,
que abandoné los muertos atados a mis pies,
y pagué con lágrimas de mis hijos el precio de una estatua de sal.

Llegué a esta isla, Ulises.
Mis brazos son más vigorosos que los de un náufrago
que partió las aguas para hacerse un lugar en la muerte.
Pero soy Nadie y me moja más la lluvia que a las catedrales,
y el cíclope vigila el pan luminoso que llevo a mi boca
mientras me habla de leyes y de fronteras.



Casa vacía –Fragmento (Leonel Alvarado, 1967)

Construyo la casa
y la casa
me construye
al edificar sus paredes voy descubriendo
mi rostro
llego a mis ojos
y la casa
se ilumina
descubro mi boca
y la casa
sonríe
termino mi rostro
y la casa
se habita.




Prohibido olvidar (Mayra Oyuela, 1982)

Después de cruzar ciertos agujeros
atravesé la nostalgia
como se atraviesa un suspiro
en medio de cualquier semáforo.
Mis zapatos tienen clavícula
bocas que se atragantan de pasos.

Primigenia me apresuro,
por primera vez en los labios
del hombre que jamás besé.
La nostalgia está cocida a mano
como ese delantal que guarda en su ropero mi madre.
En silencio comienzo una oración
con la frase “prohibido olvidar”.
La noche es un telón que humedece,
un abrazo más por ofrecer,
uno persuasivo de adioses que no son definitivo.
Concluyo:
que los besos son para los que aman
sin promesas ni esperanzas.




Ciudad del dolor (Alberto Destephen, 1969)

Cruzan mis ojos desvelados
el azul carbón del horizonte;
magneto de dolor
entre mi furia nocturna
y la tristeza de los árboles.
Caigo en el corazón
ungido de muerte
voy blasfemando
los escorpiones de la negra ciudad.
Hago señales de cruces
gritando mis infinitos deseos
en la locura de la noche.




Leyenda urbana (Néstor Ulloa, 1978)

A la luz de las luciérnagas
o bajo el sol
que se filtra por las hendiduras del cielo
en esta ciudad
sostenida por los abismos,
los dioses se cansaron de jugar
a los mortales.

Dicen que aquí
Penélope no se desteje:
Penélope se repite en su tejido,
Penélope se clona cien veces cada noche.
Dicen que no es cierto
que Ulises en vano intenta
llegar a si Ítaca sobre la colina,
sino que se entretiene descifrando rostros
que golpean con el eco en la mirada;
por ahí, en cualquier esquina
que le quiebre lo humano que aun le queda.




Niñocificación (Rolando Kattan, 1979)

Me explicaron tan mal el mundo
que empezaré de nuevo
a aprender los trazos de mi sonrisa
a buscar en el final del arco iris los tesoros
a olvidarme que la luna es un satélite
y descubrir ahora que es de queso
desalfabetizarme con cada nueva conquista
verme al espejo y jugar conmigo
saber llorar creer volar
y sobre todo estar seguro
de que la moneda más grande es el sol.




Poema solo (Rebeca Becerra, 1969)

Yo sabía que Dios era bueno
por eso lo tomé de la manos
y lo llevé de paseo
Le enseñé las montañas
las piedras
y los ríos

Bajo la impenetrable sombra del mediodía
descansamos

El día avanzaba con pies de paloma

Luego partimos hacia las ciudades
conoció las sillas
las camas
la mesa vacía
las ventanas

Entonces
me preguntó por el hombre
yo callé
lo invité a morir.




Carta (Carlos Ordóñez, 1982)

Ya habrás afilado el odio y anudado la soga
y cuántos recuerdos y páginas imagino que rompiste.
 
Ya habrás caminado mucho
y seguramente será lunes para cuando leas la presente
después de abrir la ventana
desde donde día a día
puedes ver a los ricos divertidos de golf.
 
Pero déjame decirte
que en realidad es miércoles en Tegucigalpa
y vuelvo a caminar por las avenidas,
por las orillas de las aceras que engordan de tráfico,
por los hospitales y las librerías
donde encuentro cierta gente que parece huir de sí
          [misma.
 
El cielo se abre como una herida,
a mis espaldas ruge la lluvia
y mientras camino
escribo en mi interior esta carta que nunca llegará.
 
Dime
dónde estarás, enemiga,
ahora que quiero consolar el súbito llanto
que vierte tu cólera frente al mar,
ahora que quiero asirte y arrancarte los pétalos
y amarte a fuego lento
hasta ver
tu cuerpo de barro
quemado
como una vasija que no soporta las sombras de su
         [interior
y se rompe con el mismo dolor que nos une.




Propiedad conmutativa (Dennis Ávila, 1981)

De aquí para adentro
 la casa es mía
tengo luces, sombras
humanidad y lobos.

Creo en el llanto
soporto mis descuidos
y soy pleno devoto de algunas utopías.

Salgo en los días lluviosos
entro y me arde el sol en la memoria.

Quiero alcanzar los ochenta años                              
     vivo
y tiendo a reír amargamente
si he llorado túneles.

De aquí para afuera
                   el mar es el cielo aterrizado
los caminos son el curso
del ejercicio y del descanso
andan las cosas cotidianas
como el subsuelo de la mente
y se apetecen las orillas
que no requieren gradas.

De ahí para adentro
                  mi casa también es tuya.




Fábula del amado amor (Salvador Madrid, 1978)

Me han dicho que amaneció.
Que es normal.

La tierra giró sobre sí misma.

Y yo no quiero levantarme de una desnudez que no entiendo.

Y yo no quiero pensar en que pudiste ser la alegría de estos días
en que la soledad nada tiene de extraña,
aparece como un hermoso chico
sacándole los intestinos al viento
o como esa sensación a lejanía yendo a la tienda de la esquina.

Y yo no quiero sentir compasión por el guardia
que cumple horario en el negocio nocturno,
ni por las barrenderas de la ciudad que asumen su escena
como si fueran sonámbulas tortugas
que resucitan todas las madrugadas de las alcantarillas.

Me han dicho que amaneció.
Y sé bien que te vas a tu barrio apadrinado por cables eléctricos
y yo me callo y no reclamo
porque entiendo que debes asumir otras tristezas
y por eso las despedidas salen sobrando.

Me han dicho que amaneció.
Que es normal esa luz
que enviste con su rojiza calma a los rótulos de neón.
La tierra simplemente giró sobre sí misma.




Exilio (John Connolly, 1951)

Cuando cierre la puerta
se marcharán conmigo
todos los árboles del patio
envejeciendo el aire
sin sus brazos inertes.
Y en la volátil luz
de otras banderas
evocaré el dolor,
construiré la esperanza,
brillaré en las cenizas
de tus calles sin nombre
derribando en mis alas
tu cálido plumaje.
No olvides que nuestra paz
se alimenta con cardos de alegría
y que la cerrar la puerta
nuestra tarea de siempre
es liberarnos.




Rutina (Samuel Trigueros, 1967)

Un café
siempre a la misma hora
el trueque de unos besos
el horror luchando contra el sueño
los modos diarios de morir
y de invocar la vida
la eternidad que visitamos
en la calcárea estancia del recuerdo.

Todo es movimiento repetido
ritos
que suceden en nosotros
ruinas erguidas en su polvo
llaves que insisten
contra el conjuro de la cerradura
sin saber que un vendaval de olvido
que un turbio animal de exhalaciones
aguarda siempre
al otro lado de la puerta.




Pétalos de sangre en medio de los libros (Marvin Valladares, 1969)

Matar la luz del nuevo día
besar y lavarse los dientes con saliva

escupir

quemarse los ojos con las brasas
que anoche copulaban en medio de los libros
los mismos alacranes
que en la madrugada aspiraban poemas

empalagarse con los hilos de polvo
que se masturban en los filtros de luz

aparearse al pie de puertas y ventanas…

besar la sangre que se fuga por los labios vencidos
los pétalos seniles que se momifican en medio de los libros

despertar

y

morir.




Kamikazes (René Novoa, 1976)

Un hombre puede elegir cuándo caer,
profunda, estrepitosamente,
caer con sus palabras,
con las promesas que dejó en el cielo.
Puede dormir una tarde
mientras estallan dos pájaros,
llevándose la alegría de los locos.
Puede mutilarse los brazos
para que no lo habite la mañana;
perder la voz, perderlo todo,
intercambiar recuerdos con los años,
alejarse cualquier día.

Una mujer puede sentirse sola,
gritar cuando la asfixia el tiempo,
construir un espacio con los epitafios del mundo,
aburrirse que la condenen a un poema;
puede cambiar de calle,
aunque sepa que abandona un latido.
Puede renunciar a la idolatría de sus pies,
cansarse cuando le canten a sus ojos
y no a los eslabones de su sombra,
dibujar una balsa
para detener las estaciones;
desatarse las manos
para que llueva en su vientre.

Un hombre y una mujer
pueden descubrirse el uno al otro,
deben hacerlo,
ser kamikazes
y lanzarse desde sus bocas
para caer sobre sus cuerpos.




Carta para un viejo poeta (Rubén Izaguirre, 1970)

Tal vez ahora es imposible.
Pero recuerde que también nosotros
quisimos despertar los sueños,
como hombres y mujeres cercanos
que no sólo se conocían en la cama.
No piense que somos
simples colores
que cambian de rostro
sino seres a la caza de palabras
en las selvas olvidadas de un armario.
Piénselo bien,
recuerde cada instante
de nuestras vidas,
cuando era necesario
una coraza de nostalgia
para defendernos de los necios.
Llegará el día
en que no nos podremos
esconder de la muerte
y los árboles se pelearán nuestras espaldas.
ahora es imposible
que usted lo acepte,
pero hay un muchacho naufragando
en una mesa,
pidiendo auxilio,
queriendo que Dios exista
en la poesía.




Mrs. Jones o poema para la visita de Bill Clinton a Tegucigalpa (Edgardo Florian, 1975)


¿Dónde está Mrs. Jones?
el emperador se marchó
pero la tarde sigue aquí
a sus anchas de verano largo
[Muera el fascismo
el imperialismo
el terrorismo]
Muerte al miedo
al poder
al silencio
muerte a la muerte
Las madres en las calles
sin temor a los satélites
-cuidado con lo que decís-
Viva Zapata
Fidel
Cristo
Clinton y Hillary
también Mónica
Vivan todos los hombres y mujeres de la Tierra
El
siglo de los aires

Acuario
y los tiovivos
¿Dónde está Mrs. Jones?
¿Quién desenterrará su nombre?
¿Quién recordará los helicópteros del 84?
Escandalosas libélulas
distorsionando la paz
¿Acaso San Antonio
sacará los gringos del jardín?
¿Veré Disneyland?
¿Actuaremos en la FOX?
No quemamos banderas
no hay gritos rojos
ocupamos vacío
con sueños de palabras
al compartir
el brindis atardecer
con café ron y miel
El loco
la muerte y el palabrero
despedimos el convoy de Hércules
que cruza nuestro azul
Bye Bye
Mrs. Jones
Wherever you are





XIX (Víctor Saborío, 1965)

En definitiva
este es el monólogo
de un loco
El espasmo
de una noche contada
a  la ligera
Si me ves desnudo
cobijá mi desvarío
Si alcanzás a intuir mi risa
desdibujá tu mano
con una hacha miniatura
Desde ayer
te espero
maldad en ciernes
te deseo por estos lados
penetrándome con tu olor.





Remedida  (Javier Vindel, 1968)

¿Mi país?
mide ahora
-manoseada cartografía de futbolístico placebo
e hidrográfico sollozo
zopilotesco festín con antifaz de regocijo
o perfil de portaaviones
a propósito de vikingos corazón de langosta-
112,492
kilómetros usados!




Resurrección (Alejandra Flores, 1957)

La carne que
se enmaraña
de carne
las bestias
se revuelcan
en el instante
eterno
el hambre
somos inmortales
como un loco
que venera
la verdad




Antesala de una despedida (Armando Maldonado, 1983)

El frío
ha llenado
todos los rincones
con invisible escarcha;
a lo lejos
el grito de un reloj de arena
es una campana
que repica en hueco,
simulando,
una flor
que cae al río.




Camino ciudades (Francesca Randazzo, 1973)

Camino ciudades
montañas
piedras.
Rostros invisibles
diálogos muertos
disfraces,
todo
pegado a la ropa.
Somos miles,
evitamos percibirnos
para no tomarnos de las manos.
Amanece
nos quitamos
los sentidos,
sólo así puedo subir
al lado tuyo.
Cae el sol
y mi cuerpo,
me miro
miro lo que llevo
y lo que ya no percibo.




I (Oscar Amaya Armijo, 1949)

La noche en que tu y yo,
en un gran arrebato de pasión
decidimos unirnos,
no hubo alcalde, cura, ni confeti;
pastel de tres pisos,
ni la página social del periódico;
sin embargo,
el amor está intacto como en el primer día
y la felicidad sorteando las trampas
de este oasis de guerra.

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