viernes, 11 de enero de 2019

Mayra Oyuela - Honduras. Escribiéndole una casa al barco.


Ballena de sal

                                                       A  Ezequiel Padilla



Una ballena de sal apareció  muerta
en la Plaza Central  de Tegucigalpa.

Nadie sabe nada.

La expectativa a puerta cerrada
y el miedo como piedra torcida en la mano
se abalanza sobre el crepitar de los pasos.

Rifles despuntando esperanzas,
palabras cuánticas midiendo injusticias.
Se ha levantado un triangulo de huno sobre la plaza
y perfora a cuadros el grito glacial de la multitud.
Una sustancia violenta ronda las esquinas,
hombres verduscos con bombas tragapalabras
llenan alforjas de desesperación,
cuento común para empezar el día.
Sólo seis heridos pronostico el diario;
nadie vio nada, nadie sabe nada.

Y la ballena de sal vuelta piedra
por la impotencia de rostros que siempre serán ajenos.   



Tragame luna


Tragame luna
o aterrizá en este océano que soy.
Mirá que tengo la piel fosilizada de lenguas
y un abanico azul
que golpea desde mis trompas de Falopio.

He acampado en la sangre del abismo,
he provocado la suntuosa apatía por los ocasos.
Mirá que busco los ojos del sur
y llevo en las manos el paracaídas de la locura..
Escuchame luna,
la serpiente de la soledad
moldeó mi estatura rompiendo mis olas,
inyectando la dosis precisa de la seducción.
Mirá que me ha mordido desde adentro,
profundo,
vaciando los restos de la nostalgia
que se reproduce
en el inventario de las sorpresas.
Me ha dejado intacta la incertidumbre
y esta reseña de manipular los géneros
a mi conveniencia.
He volado profundo tus cielos luna,
mientras un hombre ha deletreado
mi arena más húmeda,
he comido de la catarsis de la investidura;
tragame luna
o volvete caracol,
velero,
arrecife, lo que querrás
pero volvé,
acampá,
quedate.




Escribiéndole una casa al barco


Esta casa vuela.
Su altura conjura um papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines mas blancos de la locura.

Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.

Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura,
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.






Falena Roja

una lluvia de falenas
caen muertas a los pies del ocaso,
para que siete meses más tarde Falena Roja
pueda renacer.
Abre sus alas, crisol tempestuoso;
empalidece.
Demasiadas sombras
recoge el tiempo congelándolo en sus alas.
Vuela hacia atrás con la vista de frente,
ha vestido sus ojos de luto,
cae furtivamente muerta,
en un pasillo hediondo , tapizado de peldaños.
Falena Roja es transportada en la suela de algún transeúnte.




Prohibido olvidar

                                                      A Lucy


Después de cruzar ciertos agujeros
atravesé la nostalgia
como se atraviesa un suspiro
en medio de cualquier semáforo.
Mis zapatos tienen clavículas,
bocas que se atragantan de pasos.

Primigenia me apresuro,
por primera vez en los labios
del hombre que jamás besé.
La nostalgia esta cocida a mano
como ese delantal que guarda en su ropero mi madre.
En silencio comienzo una oración
con la frase “prohibido olvidar” .
La noche es un telón que humedece,
un abrazo más por ofrecer,
uno persuasivo de adioses que no son definitivos.
Concluyo:
que los besos son para los que aman
sin promesas ni esperanzas.




Pequeña historia de amor


regreso a los días de calendario.
tránsito casi espiritual
Me remueve ese ángel que lleva en sus angustias
cualquier mujer,
ando el vestido salpicado de impavidez.
El amor fue como una bisagra lista para abrirse
como mis ojos, como latidos.
Ya asaltada en esta razón
una mano invisible
se sumerge bajo mi pecho.
Sacudo el resto de espesor que dejó en mis labios
los besos de un pasado mordaz
La amnistía no es para los pobres y mucho menos
para los que no han aprendido a olvidar.

Comienza abril y no pierdo mi tiempo en recordar.
El manto de capricornio embistió mis rótulas,
la historia quedo arrodillada
a mitad de la puerta





Residuosueño y viceversa

Me dejo caer como pedazo de agua en el recipiente de la nostalgia.
Sin que esto signifique acabar de morir, desciendo,
el recuerdo es el estigma de un puñal
que atraviesa mi puerta todas las noches,
cuando el blanquecino de los sueños
abre veredas en mí
y la magia de la tarde cae como luz perpendicular
en un almendro sonrojándolo
y entonces, llueve sin que lo pueda evitar
sobre la niña del letrero publicitario de mis recuerdos
y en el blanco de las manos de mi madre.

Pero la tarde trae también consigo
residuos de ceniza, dejando mis labios con sabor a tumba.
Y yo empaco los vestidos que jamás estrenaré,
me desnudo al paisaje, en un vuelo origami desciendo,
me dejo caer,
como pedazo de agua.
Recuerdo,
sin que esto signifique acabar de morir.




Una carta no dos

Como esos rostros que sólo una vez logramos ver,
llegaste a pastar los surcos de mi cabello,
argumentando con método ortodoxo
amor prófugo nunca cae en deriva sobre la mar.

Raspé la corbata de la incrédula que fui
y me prensé en los labios guillotinas azules
que despedazaron mis ultimas palabras de amor.
Desde entonces el calendario sube en bicicleta
hacia mis parpados
dejando mi mirada envuelta en ruedas de fuego
que lleva todo abril, porque para entonces todo abril era todo.

Mordí los silencios que como jaurías
se precipitaban en mi pecho.
abriendo con sus únzalas ranuras de la madrugada
por donde se veía como la soledad sin tu cuerpo
me cubría parte de la frente.

Vos tal vez pensando en aquella profecía de mujer
que recoge caracoles
y que nunca se logra casar.
y yo que guardaba en los andamios de mi barco
un pedazo de tu playa,
me di cuenta que era demasiado tarde
para escribir cartas que emergieran de tu amor.
Y yo que creía en lo contemporáneo
y en esas formas lúdicas de olvidar;
ahora que lo pienso, que buenas aquellas madrugadas
con una luz entreabriendo mis piernas,
yo a solas, esperando al hombre que jamás regresó.





No siempre la luna

No siempre la luna
es amuleto perfecto de la seducción.

No siempre mi cuerpo es caja musical;
a veces no tiene sonido.
A ceses conjuro que el vigor de mi padre
para que desaparezca de los retratos,
pero los veo y me doy cuenta
que no existe tal cosa,
que sólo encuentro a un hombre de aspecto asustado,
cono ojos sagaces
en miradas que ya pasaron
y con labios flexibles como sabanas radiantes,
cabello canoso, nariz husmeante,
y en su frente,
el sepulcro,
de sus ocho hijos olvidados.





Orillas

Era el pasado un tren sin rumbo,
llevaba por embestida
la pólvora que en los ojos de mi padre
apuntaba a su propia soledad.

“El hombre nace para contemplar
la tierra, la cosecha, los hijos
y todas las mujeres iniciadas en ese arte llamado amor”
Quizás mi padre, en sus propio afán
rasgo la tierra, mordió la cosecha,
creyó que sus hijos eran un sueño
y amó a todas y cuantas carabelas
que en su navegar pausado llegaron a su orilla.
Mi padre, de manos resueltas como arena
de dejo trepar por unas caderas imprevistas
que lo preservaron en sal;
pero la penumbra es blanca y negra
y se amarillenta con la soledad.
Mi madre guarda a escondidas de él, una foto
donde aún emerge lo clandestino de su propia ética,
ambos ausentes ya de efervescencia,
andan los pasos tersos por tanto roce con las despedidas:
se ven,
a tientas parpadean un Morse de amor naufrago,
pero hoy ya es martes y, hace cuarenta años
que mi padre no ve el mar.





Hay quienes me han dicho

hay quienes me han dicho
que le amor fallece de fiebre los domingos.

En lo personal, lo he visto fallecer los lunes, martes,
miércoles
y todos los días de estas semanas punzantes,
en las esquinas, en las bibliotecas desoladas;
pero también lo he visto quedito, tímido,
en el sueño fugaz de los adolescentes.

Procuro desenredar esa apatía
que no tiene nombre ni título, tan sólo es,
y que se pega como chicle en todos mis pasos,
y sus avenidas, vueltas y trabalenguas
me hacen descubrir la vida
y a cada encuentro es como un suicidio,
o como un abigarrado sentimiento de culpa.
Para entonces los versos
se anclan como postales en mis ojos.
El amor es muy extravagante en estos días,
mejor hablemos de déficit, impuestos, globalización;
al fin y al cabo, al amor, no le importan las despedidas.





Fábrica de inmigrantes


Poetas probetas
formulan una profecía acústica, limitada.

La soledad sin astucia
es la soledad asustada,
y los retro avisos son retos invictos.

Mejor armemos un complot
para desarmar una parábola
y los inmigrantes con nombre de Azucena,
coral petrificado:
Luís montaña desolada
donde los guardabarrancos van a morir,
Antonia besa la pálida frente de sus hijos,
Guillermo empuña un Fusil oxidado,
deambula como espectro en el panajachel
con sus ojos de locura.
Claudia sueña que un tiburón blanco,
jalonea sus rizos desde un país distante
y Honduras amanece hundido en los ojos de Claudia,
ella dora su piel en un Miami colorido
mientras, heme aquí,
dorando mi piel de inflación y tristeza
y la piel de los indigentes se dora de abandono,
por el acumulamiento de promesas perdidas
en los noticieros cirqueros,
noticieros con sus industrias de indultos,
noticieros y sus mentiras prolongadas,
 noticieros sonrisa, mueca, carcajada,
noticiero utopía,
noticiero palabra plastificada,
noticiero bendición de farsantes.
Y mientras los noticieros promueven la objetividad,
los inmigrantes salen de sus trabajos
con un candado que les aprieta las rodillas,
masticando hellos
y se van, tarareando en sus mentes
el himno de aquel país
prácticamente olvidado.




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