lunes, 14 de enero de 2019

Alex Darío Rivera - Honduras





XI

Y de nuevo la lluvia acariciando el barro rojizo de los tejados. Humedeciendo los secos líquenes, lavándoles el polvo. La luminiscencia metálica del zinc es abofeteada. El golpeteo lentamente se extingue: no soy del todo consciente, algo en mí, cree que ha comenzado a morir, y no temo. Percibo una indescriptible placidez al abandonar la conciencia de las cosas, la extinción de las formas, y el acabose de los pensamientos.

Amanece; abro los ojos, y pienso que la muerte debe tener algo de dulzura, robada al sueño.




XIV

El polvo sólo es un largo bostezo que perdió el delirio de acercarse al mar. Las zanjas eructan sopores y nublan las miradas que interpretan los caprichos de las nubes. Un viejo encino muere recostado en una cerca. Nadie logró ahuyentar la tristeza de los jardines.

Los pájaros la llaman, la lluvia no llega.




XXII

Las aguas reivindican el viejo andar sobre los zanjones. El polvo solamente es un recuerdo terracota untado a los barrancos. La sequía persiste en el fósil corazón de una roca atrapada por  la   lluvia.   El   agua   cincela   la   memoria   colonial   del   calicanto;  lima,   desdeñosa,   la persistente   raigambre   del   estuco.   Tiemblan   dos   gotas  presumiendo  ser   estrellas   en   el universo de una telaraña. La bruma lame el paisaje. Una hoja de papel sueña ser barquito sorteando la corriente. El maíz moja sus pistilos y rememora la génesis - casi olvidada- del hombre. Los cercos de púas son cuerdas ejecutadas por las manos del viento. Los árboles, ebrios, tambaleantes, olvidan la profecía escatológica de la ceniza y el carbón. Se nublan cristales, espejos y miradas. La tormenta impone silencios.

Las aguas, reivindican su viejo andar en los indescifrables misterios, de lo que callamos.


XLVII


Habitamos en una pesadilla de la que pataleamos por despertar, o una realidad de la que quisiéramos escabullirnos en un dulce sueño. Envejecemos, donde a veces, con frecuencia, nos cuesta determinar si somos víctimas o victimarios, si debemos gritar o que lo haga el silencio, si salir a la calle desangrándonos por las aceras o morirnos de impotencia en la pasividad de la sombra del tamarindo en la esquina del patio. No esperar trompetas ni el ruido inflamable de un infierno vivido. Esperar a que nuestros despojos se junten, y que los petulantes dioses vuelvan a ser creados en la memoria sobreviviente del hombre (no de la mujer), para que ellos, patriarcas, omnipotentes, omnipresentes y omniscientes, después, libres de culpas y pecados, con sus varoniles manos vuelvan amasar nuestros barros para que -nuevamente- tengamos la certeza que nos crean a su inmaculada imagen y semejanza, y que nosotros, simples mortales, sometidos a su eterna voluntad, nos volvamos a creer el cuentecito.






EL PRELUDIO DE LAS CENIZAS


“La muerte es una vida vivida. La vida una muerte que viene”.
J. L. Borges

Un leve augurio susurra a mis cansados oídos
en esta habitación clandestina.
Los quejidos
arrancados por las llamas a la leña en la chimenea
y el olor de la resina sacrificada en incienso
traen consigo un presentimiento fatal:

Este intenso fuego pueril
con el que ahora me abrazas,
más temprano que tarde
me convertirá en simples cenizas.



EVOCACIÓN CORPÓREA

“En la circunferencia,
el comienzo y el fin coinciden”.
Heráclito

Reconozco el olor de mi arcilla
              levitando en la primera lluvia de mayo.
Símbolos nos retoñan por todas partes,
se nos convida la reminiscencia del agua en la génesis del todo,
y una gota de lluvia
resbalando sobre la hoja de un árbol cualquiera
no solo perpetúa esta procedencia del barro
sino la impostergable necesidad de retornar a él.



EL MILAGRO DE LA MULTIPLICACIÓN
“En la lucha de uno y el mundo,
          hay que estar de parte del mundo”.
Franz Kafka

Los sábados por la mañana
saco a asolear mis dudas,
espero con fe
a que los vecinos me ofrenden respuestas.

Lo triste ocurre por la tarde,
al ir a recogerlas, las dudas,
se me han multiplicado.



MEDIANOCHE

A estas horas suelo ser silencio.

Los ruidos no llegan a mis oídos,
nacen y mueren en mí.

El universo:
una aletargada afonía
apenas rota
por el insidioso gorjeo
                             de un guecko.



Alex Darío Rivera M.

Alex Darío Rivera M. (Santa Bárbara, Honduras, 1975). Licenciado en Ciencias Sociales. Poesía: "Introspecciones extintas" (2008), "Desde los balcones" (2011), "Mortem" (Ciudad de México y El Salvador, 2017), y “La lluvia no llega” (Muestra poética, El Salvador  2019). Y el libro de microhistoria "SITRAMEDHYS, medio siglo de lucha" (2015). Cuento: "De fugas y acechanzas" (2012) y "Recuentos a media luz" (2013). Antologado en "Honduras, sendero en resistencia", "Poetas en los confines", "Kaya Awiska, Antología del cuento hondureño", "Antología del cuento hondureño Siglo 21", "Tratado mesoamericano de libre poética: ecos náhuatl Honduras-México" y en "Letras sin fronteras II". Parte de su trabajo se ha traducido al vasco y al rumano.




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