Capítulo IX
Cómo dicen que fue hecho el mar
Hubo un hombre llamado Yaya, del que no saben el nombre; y su hijo se
llamaba Yayael, que quiere decir hijo de Yaya. El cual Yayael, queriendo
matar a su padre, éste lo desterró, y así estuvo desterrado cuatro meses; y
después su padre lo mató, y puso los huesos en una calabaza, y la colgó del
techo de su casa, donde estuvo colgada algún tiempo. Sucedió que un día, con
deseo de ver a su hijo, Yaya dijo a su mujer: "Quiero ver a nuestro hijo YayaeF'.
Y ella se alegró y bajando la calabaza, la volcó para ver los huesos de su hijo.
De la cual salieron muchos peces grandes y chicos. De donde, viendo que
aquellos huesos se habían transformado en peces, resolvieron comerlos.
Dicen, pues, que un día, habiendo ido Yaya a sus conucos, que quiere
decir posesiones, que eran de su herencia, llegaron cuatro hijos de una mujer,
que se llamaba Itiba Cahubaba, todos de un vientre y gemelos; la cual mujer,
habiendo muerto de parto, la abrieron y sacaron fuera los cuatro dichos hijos,
y el primero que sacaron ere caracaracol, que quiere decir sarnoso, el cual
caracaracol tuvo por nombre [DeminánJ; los otros no tenían nombre.
Capítulo X
Cómo los cuatro hijos gemelos de Itiba Cahubaba, que murió de parlo,
fueron juntos a coger la cabalaza de Yaya, donde estaba su hijo Yayael, que
se había transformado en peces, y ninguno se atrevió a cogerla, excepto
Deminán Caracaracol, que la descolgó, y todos se hartaron de peces.
Y mientras comían, sintieron que venía Yaya de sus posesiones, y
queriendo en aquel apuro colgar la calabaza, no la colgaron bien, de modo que
cayó en tierra y se rompió. Dicen que fue tanta el agua que salió de aquella
calabaza, que llenó toda la tierra, y con ella salieron muchos peces; y de aquí
dicen que haya tenido origen el mar. Partieron después éstos de allí, y
encontraron un hombre, llamado Conel, el cual era mudo.
Capítulo XI
De las cosas que pasaron los cuatro hermanos cuando iban huyendo de
Yaya. Estos, tan pronto como llegaron a la puerta de Bayamanaco, y notaron que
llevaba cazabe, dijeron:" Ahiacabo guárocoel", que quiere decir: "Conozcamos
a este nuestro abuelo". Del mismo modo Deminán Caracaracol, viendo
delante de sí a sus hermanos, entró para ver si podía conseguir algún cazabe,
el cual cazabe es el pan que se come en el país. Caracaracol, entrando en casa
de Bayamanaco, le pidió cazabe, que es el pan susodicho. Y éste se puso la
mano en la nariz, y le tiró un guanguayo a la espalda; el cual guanguayo estaba
lleno de cohoba, que había hecho hacer aquel día; la cual cohoba es un cierto
polvo, que ellos toman a veces para purgarse y para otros efectos que después
se dirán. Esta la toman con una caña de medio brazo de largo, y ponen un
extremo en la nariz y el otro en el polvo; así lo aspiran por la nariz y esto les
hace purgar grandemente. Y así les dio por pan aquel guanguayo, en vez del
pan que hacía; y se fue muy indignado porque se lo pedían ... Caracaracol,
después de esto, volvió junto a sus hermanos, y les contó lo que le había
sucedido con Bayamanacoel, y del golpe que le había dado con el guanguayo
en la espalda, y que le dolía fuertemente. Entonces sus hermanos le miraron
la espalda, y vieron que la tenía muy hinchada; y creció tanto aquella
hinchazón, que estuvo a punto de morir. Entonces procuraron corlarla, y no
pudieron; y tomando un hacha de piedra se la abrieron, y salió una tortuga
viva, hembra; y así se fabricaron su casa y criaron la tortuga.
Fragmento de Fray Ramón Pané, Descubridor del Hombre Americano. THESAURUS, Tomo XLVII, Num. 2 (1992) José Juan ARROM. Centro Virtual Cervantes.
https://pueblosoriginarios.com/textos/pane/intro.html
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-22012014000200004
domingo, 27 de enero de 2019
martes, 15 de enero de 2019
33 Revoluciones para Rodríguez - Salvador Madrid
Salvador Madrid, poeta y crítico hondureño, compañero de muchísimos años (lo conocí en 1994, entre la desorientación y angustia que me causaba el asistir a la primera exposición de pintura en mi vida, dentro de una vieja casa presidencial que apestaba por los efluvios del río Choluteca cruzando Tegucigalpa), me ha dado el gesto, siempre hermoso, de escribir una reseña sobre mi último poemario, 33 Revoluciones para Rodriguez. Me alegra, sí, como esa imagen que tengo de él, cuando Rubén Izaguirre me lo estaba presentando en la entrada de la exposición: mirá Fabricio, él también viene de tierra adentro como vos... desde Naranjito, Santa Bárbara. El apretón de manos y el abrazo sigue durando hasta hoy, así como el enorme sentido del humor que nos hizo reconocernos y hacernos cómplices, algo que sé guardar celosamente.
lunes, 14 de enero de 2019
Alex Darío Rivera - Honduras
XI
Y de nuevo la lluvia acariciando el barro
rojizo de los tejados. Humedeciendo los secos líquenes, lavándoles el polvo. La
luminiscencia metálica del zinc es abofeteada. El golpeteo lentamente se
extingue: no soy del todo consciente, algo en mí, cree que ha comenzado a morir,
y no temo. Percibo una indescriptible placidez al abandonar la conciencia de
las cosas, la extinción de las formas, y el acabose de los pensamientos.
Amanece; abro los ojos, y pienso que la
muerte debe tener algo de dulzura, robada al sueño.
XIV
El polvo sólo es un largo bostezo que
perdió el delirio de acercarse al mar. Las zanjas eructan sopores y nublan las
miradas que interpretan los caprichos de las nubes. Un viejo encino muere
recostado en una cerca. Nadie logró ahuyentar la tristeza de los jardines.
Los pájaros la llaman, la lluvia no llega.
XXII
Las aguas reivindican el viejo andar sobre
los zanjones. El polvo solamente es un recuerdo terracota untado a los
barrancos. La sequía persiste en el fósil corazón de una roca atrapada por la
lluvia. El agua
cincela la memoria
colonial del calicanto;
lima, desdeñosa, la persistente raigambre
del estuco. Tiemblan
dos gotas presumiendo ser
estrellas en el universo de una telaraña. La bruma lame
el paisaje. Una hoja de papel sueña ser barquito sorteando la corriente. El
maíz moja sus pistilos y rememora la génesis - casi olvidada- del hombre. Los cercos
de púas son cuerdas ejecutadas por las manos del viento. Los árboles, ebrios,
tambaleantes, olvidan la profecía escatológica de la ceniza y el carbón. Se
nublan cristales, espejos y miradas. La tormenta impone silencios.
Las aguas, reivindican su viejo andar en
los indescifrables misterios, de lo que callamos.
XLVII
Habitamos en una pesadilla de la que
pataleamos por despertar, o una realidad de la que quisiéramos escabullirnos en
un dulce sueño. Envejecemos, donde a veces, con frecuencia, nos cuesta
determinar si somos víctimas o victimarios, si debemos gritar o que lo haga el silencio,
si salir a la calle desangrándonos por las aceras o morirnos de impotencia en
la pasividad de la sombra del tamarindo en la esquina del patio. No esperar
trompetas ni el ruido inflamable de un infierno vivido. Esperar a que nuestros
despojos se junten, y que los petulantes dioses vuelvan a ser creados en la
memoria sobreviviente del hombre (no de la mujer), para que ellos, patriarcas,
omnipotentes, omnipresentes y omniscientes, después, libres de culpas y
pecados, con sus varoniles manos vuelvan amasar nuestros barros para que
-nuevamente- tengamos la certeza que nos crean a su inmaculada imagen y
semejanza, y que nosotros, simples mortales, sometidos a su eterna voluntad,
nos volvamos a creer el cuentecito.
EL PRELUDIO DE LAS CENIZAS
“La muerte es una
vida vivida. La vida una muerte que viene”.
J. L. Borges
Un leve augurio susurra a mis cansados oídos
en esta habitación clandestina.
Los quejidos
arrancados por las llamas a la leña en la chimenea
y el olor de la resina sacrificada en incienso
traen consigo un presentimiento fatal:
Este intenso fuego pueril
con el que ahora me abrazas,
más temprano que tarde
me convertirá en simples cenizas.
EVOCACIÓN CORPÓREA
“En la circunferencia,
el comienzo y el fin coinciden”.
Heráclito
Reconozco
el olor de mi arcilla
levitando en la primera lluvia de
mayo.
Símbolos
nos retoñan por todas partes,
se
nos convida la reminiscencia del agua en la génesis del todo,
y
una gota de lluvia
resbalando
sobre la hoja de un árbol cualquiera
no
solo perpetúa esta procedencia del barro
sino
la impostergable necesidad de retornar a él.
EL MILAGRO DE LA
MULTIPLICACIÓN
“En la lucha de uno y el mundo,
hay que estar de parte del mundo”.
Franz
Kafka
Los
sábados por la mañana
saco
a asolear mis dudas,
espero
con fe
a
que los vecinos me ofrenden respuestas.
Lo
triste ocurre por la tarde,
al
ir a recogerlas, las dudas,
se
me han multiplicado.
MEDIANOCHE
A estas horas suelo ser silencio.
Los ruidos no llegan a mis oídos,
nacen y mueren en mí.
El universo:
una aletargada afonía
apenas rota
por el insidioso gorjeo
de un guecko.
Alex
Darío Rivera M.
Alex
Darío Rivera M. (Santa Bárbara, Honduras, 1975). Licenciado en Ciencias
Sociales. Poesía: "Introspecciones extintas" (2008), "Desde los
balcones" (2011), "Mortem" (Ciudad de México y El Salvador,
2017), y “La lluvia no llega” (Muestra poética, El Salvador 2019). Y el libro de microhistoria
"SITRAMEDHYS, medio siglo de lucha" (2015). Cuento: "De fugas y
acechanzas" (2012) y "Recuentos a media luz" (2013). Antologado
en "Honduras, sendero en resistencia", "Poetas en los confines",
"Kaya Awiska, Antología del cuento hondureño", "Antología del cuento
hondureño Siglo 21", "Tratado mesoamericano de libre poética: ecos
náhuatl Honduras-México" y en "Letras sin fronteras II". Parte
de su trabajo se ha traducido al vasco y al rumano.
viernes, 11 de enero de 2019
Poesía hondureña - Muestra
20
(Armida García, 1971)
Tierra sin
puntos cardinales
de casas
con muletas
que se
baten en los acantilados,
de cactus
que florecen
en la boca
de los perros
y amantes
que dan en adopción
los platos.
aquí
el cielo es
angosto,
tanto
que los
cuervos tapan el sol
con los
dedos.
Unplugged (Tomy Barahona, 1981)
le practico
eutanasia a la razón,
humo
vencido por la espada,
caído y
derribado por el hacha y filo
donde
habito.
Muerdo la
oscuridad porque le provoco miedo a la luz,
sudo los
astros que merodean mi habitación,
retraigo el
techo del pensamiento,
le corto
una vena a la pared en la cual me apoyo,
doy el
pecado y el polvo,
encierro la
vida en el polvo,
pacto con
el polvo y la imagen,
para tomar
este veneno que me asfixia
o
martirizarme por este viento cerebral, inerte.
Establezco
mi viaje apenas imperceptible,
como la
obscena quietud de las frases que muerdo,
solo
abstraído
por la creación de mi angustia
casi nacido
por mi pecho,
casi parido
por mi juicio,
casi muerto
por mi caos,
pero de
pie,
batallando
contra la insurrección que preparan los delirios,
indemnes
enigmas para justificar el océano
donde mi
plenitud
se junta
con la locura.
Blake muere en París a causa de un paparazzi
(Fabricio Estrada, 1974)
Uno
quisiera, por lo menos,
que la
muerte tuviera la decencia
de no
espiarnos cada noche
con un ojo
lascivo brillando
en las
cerraduras.
Que al
menos,
tuviera el
sentido teatral
de ir
preparándonos acto por acto
hasta
llegar a un final de coros
como
preludio
de nuestras
ultimas palabras,
máximas que
luego servirían
para
adornar nuestras tumbas
y para que
la gente se enterara
que no
fuimos mudas sillas
o unos
perros que aullaban a la luna.
Pero no,
paparazzi
detestable,
la muerte
nos retrata como nunca fuimos
y nos pone
a circular
por los
diarios del mundo
con una
sonrisa de impotencia
y de amarga
desnudez.
¡Ah pobres
ángeles amarillos!
¡Ay pobres
demonios de terracota!
que
sorprendidos
por el puro
relámpago de la muerte
cuando
llega
nos deja
viendo recuerdos
entre luces
que se prenden
y se apagan
definitivamente.
Viento de mayo (Marco Antonio Madrid)
Hoy la
nostalgia tiene el color
de estos
barcos que han vuelto
para morir
en la soledad de los muelles.
Hoy es
mayo, hace frío y el viento
esparce la
lluvia de ayer que ha quedado
prendida en
las hojas de un árbol.
Yo escucho
el agua que vuelve,
la gaviota
que cruza como un pensamiento
lejano, yo
escucho la tierra y el rencor
y el
silencio que muerde el corazón
de la
niebla, la bandera de un sueño
y su amarga
ceniza
y quisiera
un fuego, una hoguera
para incinerar
la tristeza, una brizna
de ti junto
a este mar de la infamia.
Pero sólo
escucho el golpe del agua
entre el
cielo gris de las piedras.
Y entonces
dejo fluir tu nombre en mis labios
como un río
lejano, como esa lluvia
de ayer,
como ese viento de mayo.
Madre patria (Heber Sorto, 1973)
Cuesta
tanto describirte madre patria.
Tus fases
son como luces dibujadas en la arena,
es más
honda la mirada
cuando
espera la fluorescencia de tu pesada rosa
y es más
hondo el navajazo
cuando
llega a los niveles más claros
del corazón
de tus hombres.
Los que te
hacen los almos y los himnos
pueden
asistir a cualquier itinerario,
yo no,
tú no me
diste el elogio de nombrarte con las mejores palabras,
me diste
frutas recién cortadas
y con ellas
larvas incipientes,
me diste letras
que en el fondo de la bonita expresión se borran.
En la
confusión me levantaste.
No,
yo no
podría negar tus vestiduras por un manojo de tributos.
Áspera o
como sea así te amo,
así regreso
a tu estatuto de madre abandonada,
despacio
para no molestarte
y para
estar frente a las puertas del ocaso
golpeando
el horizonte de tu nombre.
Mar (Jorge Martínez Mejía, 1964)
V
Ya sin voz
y sin sombra calcino este poema
como quien
señala una estrella
en otro
firmamento.
Nada se
levanta.
La luna es
una gota de sal derramada en los ojos.
El aire
recorre los caminos hasta endurecer la hierba.
Una manzana
forcejea su redondez
como una
estrella sin sombra,
lejos.
Habla el inmigrante (José Antonio Funes, 1963)
Yo también
soy Nadie, hermano Ulises.
Cada día,
más bien cada noche,
el cíclope
me interroga, y yo contesto: Soy Nadie.
Nadie por
mi color, por ser portador de indocumentados sueños.
En una
tarde amarilla de mi país
soñé una
barca que cruzaba el mar de los trigales.
Había tanto
sol, tanto cielo,
que
abandoné los muertos atados a mis pies,
y pagué con
lágrimas de mis hijos el precio de una estatua de sal.
Llegué a
esta isla, Ulises.
Mis brazos
son más vigorosos que los de un náufrago
que partió
las aguas para hacerse un lugar en la muerte.
Pero soy
Nadie y me moja más la lluvia que a las catedrales,
y el
cíclope vigila el pan luminoso que llevo a mi boca
mientras me
habla de leyes y de fronteras.
Casa vacía –Fragmento (Leonel Alvarado, 1967)
Construyo
la casa
y la casa
me
construye
al edificar
sus paredes voy descubriendo
mi rostro
llego a mis
ojos
y la casa
se ilumina
descubro mi
boca
y la casa
sonríe
termino mi
rostro
y la casa
se habita.
Prohibido olvidar (Mayra Oyuela, 1982)
Después de
cruzar ciertos agujeros
atravesé la
nostalgia
como se
atraviesa un suspiro
en medio de
cualquier semáforo.
Mis zapatos
tienen clavícula
bocas que
se atragantan de pasos.
Primigenia
me apresuro,
por primera
vez en los labios
del hombre
que jamás besé.
La
nostalgia está cocida a mano
como ese
delantal que guarda en su ropero mi madre.
En silencio
comienzo una oración
con la
frase “prohibido olvidar”.
La noche es
un telón que humedece,
un abrazo
más por ofrecer,
uno
persuasivo de adioses que no son definitivo.
Concluyo:
que los
besos son para los que aman
sin
promesas ni esperanzas.
Ciudad del dolor (Alberto Destephen, 1969)
Cruzan mis
ojos desvelados
el azul
carbón del horizonte;
magneto de
dolor
entre mi
furia nocturna
y la
tristeza de los árboles.
Caigo en el
corazón
ungido de
muerte
voy
blasfemando
los
escorpiones de la negra ciudad.
Hago
señales de cruces
gritando
mis infinitos deseos
en la
locura de la noche.
Leyenda urbana (Néstor Ulloa, 1978)
A la luz de
las luciérnagas
o bajo el
sol
que se
filtra por las hendiduras del cielo
en esta
ciudad
sostenida
por los abismos,
los dioses
se cansaron de jugar
a los
mortales.
Dicen que
aquí
Penélope no
se desteje:
Penélope se
repite en su tejido,
Penélope se
clona cien veces cada noche.
Dicen que
no es cierto
que Ulises
en vano intenta
llegar a si
Ítaca sobre la colina,
sino que se
entretiene descifrando rostros
que golpean
con el eco en la mirada;
por ahí, en
cualquier esquina
que le
quiebre lo humano que aun le queda.
Niñocificación (Rolando Kattan, 1979)
Me
explicaron tan mal el mundo
que
empezaré de nuevo
a aprender
los trazos de mi sonrisa
a buscar en
el final del arco iris los tesoros
a olvidarme
que la luna es un satélite
y descubrir
ahora que es de queso
desalfabetizarme
con cada nueva conquista
verme al
espejo y jugar conmigo
saber
llorar creer volar
y sobre
todo estar seguro
de que la
moneda más grande es el sol.
Poema solo (Rebeca Becerra, 1969)
Yo sabía
que Dios era bueno
por eso lo
tomé de la manos
y lo llevé
de paseo
Le enseñé
las montañas
las piedras
y los ríos
Bajo la
impenetrable sombra del mediodía
descansamos
El día
avanzaba con pies de paloma
Luego
partimos hacia las ciudades
conoció las
sillas
las camas
la mesa
vacía
las
ventanas
Entonces
me preguntó
por el hombre
yo callé
lo invité a
morir.
Carta (Carlos Ordóñez, 1982)
Ya habrás afilado el odio y anudado la soga
y cuántos recuerdos y páginas imagino que rompiste.
Ya habrás caminado
mucho
y seguramente será lunes para cuando leas la presente
después de abrir la
ventana
desde donde día a
día
puedes ver a los
ricos divertidos de golf.
Pero déjame decirte
que en realidad es
miércoles en Tegucigalpa
y vuelvo a caminar
por las avenidas,
por las orillas de las aceras que engordan de tráfico,
por los hospitales
y las librerías
donde encuentro
cierta gente que parece huir de sí
[misma.
El cielo se abre
como una herida,
a mis espaldas ruge
la lluvia
y mientras camino
escribo en mi interior esta carta que nunca llegará.
Dime
dónde estarás,
enemiga,
ahora que quiero
consolar el súbito llanto
que vierte tu
cólera frente al mar,
ahora que quiero
asirte y arrancarte los pétalos
y amarte a fuego
lento
hasta ver
tu cuerpo de barro
quemado
como una vasija que
no soporta las sombras de su
[interior
y se rompe con el
mismo dolor que nos une.
Propiedad
conmutativa (Dennis Ávila, 1981)
De aquí para adentro
la casa
es mía
tengo luces, sombras
humanidad y lobos.
Creo en el llanto
soporto mis descuidos
y soy pleno devoto de algunas utopías.
Salgo en los días lluviosos
entro y me arde el sol en la memoria.
Quiero alcanzar los ochenta años
vivo
y tiendo a reír amargamente
si he llorado túneles.
De aquí para afuera
el mar es el cielo aterrizado
los caminos son el curso
del ejercicio y del descanso
andan las cosas cotidianas
como el subsuelo de la mente
y se apetecen las orillas
que no requieren gradas.
De ahí para adentro
mi casa también es tuya.
Fábula
del amado amor (Salvador Madrid, 1978)
Me han dicho que amaneció.
Que es normal.
La tierra giró sobre sí misma.
Y yo no quiero levantarme de una desnudez que
no entiendo.
Y yo no quiero pensar en que pudiste ser la
alegría de estos días
en que la soledad nada tiene de extraña,
aparece como un hermoso chico
sacándole los intestinos al viento
o como esa sensación a lejanía yendo a la
tienda de la esquina.
Y yo no quiero sentir compasión por el guardia
que cumple horario en el negocio nocturno,
ni por las barrenderas de la ciudad que asumen
su escena
como si fueran sonámbulas tortugas
que resucitan todas las madrugadas de las
alcantarillas.
Me han dicho que amaneció.
Y sé bien que te vas a tu barrio apadrinado
por cables eléctricos
y yo me callo y no reclamo
porque entiendo que debes asumir otras
tristezas
y por eso las despedidas salen sobrando.
Me han dicho que amaneció.
Que es normal esa luz
que enviste con su rojiza calma a los rótulos
de neón.
La tierra simplemente giró sobre sí misma.
Exilio (John
Connolly, 1951)
Cuando cierre la puerta
se marcharán conmigo
todos los árboles del patio
envejeciendo el aire
sin sus brazos inertes.
Y en la volátil luz
de otras banderas
evocaré el dolor,
construiré la esperanza,
brillaré en las cenizas
de tus calles sin nombre
derribando en mis alas
tu cálido plumaje.
No olvides que nuestra paz
se alimenta con cardos de alegría
y que la cerrar la puerta
nuestra tarea de siempre
es liberarnos.
Rutina
(Samuel Trigueros, 1967)
Un café
siempre a la misma hora
el trueque de unos besos
el horror luchando contra el sueño
los modos diarios de morir
y de invocar la vida
la eternidad que visitamos
en la calcárea estancia del recuerdo.
Todo es movimiento repetido
ritos
que suceden en nosotros
ruinas erguidas en su polvo
llaves que insisten
contra el conjuro de la cerradura
sin saber que un vendaval de olvido
que un turbio animal de exhalaciones
aguarda siempre
al otro lado de la puerta.
Pétalos de sangre en medio de
los libros (Marvin Valladares, 1969)
Matar la luz del nuevo día
besar y lavarse los dientes con saliva
escupir
quemarse los ojos con las brasas
que anoche copulaban en medio de los libros
los mismos alacranes
que en la madrugada aspiraban poemas
empalagarse con los hilos de polvo
que se masturban en los filtros de luz
aparearse al pie de puertas y ventanas…
besar la sangre que se fuga por los labios vencidos
los pétalos seniles que se momifican en medio de los libros
despertar
y
morir.
Kamikazes (René Novoa, 1976)
Un hombre
puede elegir cuándo caer,
profunda, estrepitosamente,
caer con sus palabras,
con las promesas que dejó en el cielo.
Puede dormir una tarde
mientras estallan dos pájaros,
llevándose la alegría de los locos.
Puede mutilarse los brazos
para que no lo habite la mañana;
perder la voz, perderlo todo,
intercambiar recuerdos con los años,
alejarse cualquier día.
Una mujer puede sentirse sola,
gritar cuando la asfixia el tiempo,
construir un espacio con los epitafios del mundo,
aburrirse que la condenen a un poema;
puede cambiar de calle,
aunque sepa que abandona un latido.
Puede renunciar a la idolatría de sus pies,
cansarse cuando le canten a sus ojos
y no a los eslabones de su sombra,
dibujar una balsa
para detener las estaciones;
desatarse las manos
para que llueva en su vientre.
Un hombre y una mujer
pueden descubrirse el uno al otro,
deben hacerlo,
ser kamikazes
y lanzarse desde sus bocas
para caer sobre sus cuerpos.
profunda, estrepitosamente,
caer con sus palabras,
con las promesas que dejó en el cielo.
Puede dormir una tarde
mientras estallan dos pájaros,
llevándose la alegría de los locos.
Puede mutilarse los brazos
para que no lo habite la mañana;
perder la voz, perderlo todo,
intercambiar recuerdos con los años,
alejarse cualquier día.
Una mujer puede sentirse sola,
gritar cuando la asfixia el tiempo,
construir un espacio con los epitafios del mundo,
aburrirse que la condenen a un poema;
puede cambiar de calle,
aunque sepa que abandona un latido.
Puede renunciar a la idolatría de sus pies,
cansarse cuando le canten a sus ojos
y no a los eslabones de su sombra,
dibujar una balsa
para detener las estaciones;
desatarse las manos
para que llueva en su vientre.
Un hombre y una mujer
pueden descubrirse el uno al otro,
deben hacerlo,
ser kamikazes
y lanzarse desde sus bocas
para caer sobre sus cuerpos.
Carta para un viejo poeta (Rubén Izaguirre,
1970)
Tal vez
ahora es imposible.
Pero
recuerde que también nosotros
quisimos
despertar los sueños,
como hombres
y mujeres cercanos
que no sólo
se conocían en la cama.
No piense
que somos
simples colores
que cambian
de rostro
sino seres a
la caza de palabras
en las
selvas olvidadas de un armario.
Piénselo
bien,
recuerde
cada instante
de nuestras
vidas,
cuando era
necesario
una coraza
de nostalgia
para
defendernos de los necios.
Llegará el
día
en que no
nos podremos
esconder de
la muerte
y los
árboles se pelearán nuestras espaldas.
ahora es
imposible
que usted lo
acepte,
pero hay un
muchacho naufragando
en una mesa,
pidiendo
auxilio,
queriendo
que Dios exista
en la
poesía.
Mrs. Jones o poema para la visita de Bill
Clinton a Tegucigalpa (Edgardo Florian, 1975)
¿Dónde está Mrs. Jones?
el emperador se marchó
pero la tarde sigue aquí
a sus anchas de verano largo
[Muera el fascismo
el imperialismo
el terrorismo]
Muerte al miedo
al poder
al silencio
muerte a la muerte
Las madres en las calles
sin temor a los satélites
-cuidado con lo que decís-
Viva Zapata
Fidel
Cristo
Clinton y Hillary
también Mónica
Vivan todos los hombres y mujeres dela Tierra
El siglo de los aires
Acuario
y los tiovivos
¿Dónde está Mrs. Jones?
¿Quién desenterrará su nombre?
¿Quién recordará los helicópteros del 84?
Escandalosas libélulas
distorsionando la paz
¿Acaso San Antonio
sacará los gringos del jardín?
¿Veré Disneyland?
¿Actuaremos enla FOX ?
No quemamos banderas
no hay gritos rojos
ocupamos vacío
con sueños de palabras
al compartir
el brindis atardecer
con café ron y miel
El loco
la muerte y el palabrero
despedimos el convoy de Hércules
que cruza nuestro azul
Bye Bye
Mrs. Jones
Wherever you are
el emperador se marchó
pero la tarde sigue aquí
a sus anchas de verano largo
[Muera el fascismo
el imperialismo
el terrorismo]
Muerte al miedo
al poder
al silencio
muerte a la muerte
Las madres en las calles
sin temor a los satélites
-cuidado con lo que decís-
Viva Zapata
Fidel
Cristo
Clinton y Hillary
también Mónica
Vivan todos los hombres y mujeres de
El
Acuario
y los tiovivos
¿Dónde está Mrs. Jones?
¿Quién desenterrará su nombre?
¿Quién recordará los helicópteros del 84?
Escandalosas libélulas
distorsionando la paz
¿Acaso San Antonio
sacará los gringos del jardín?
¿Veré Disneyland?
¿Actuaremos en
No quemamos banderas
no hay gritos rojos
ocupamos vacío
con sueños de palabras
al compartir
el brindis atardecer
con café ron y miel
El loco
la muerte y el palabrero
despedimos el convoy de Hércules
que cruza nuestro azul
Bye Bye
Mrs. Jones
Wherever you are
XIX
(Víctor Saborío, 1965)
En definitiva
este es el monólogo
de un loco
El espasmo
de una noche contada
a la ligera
Si me ves desnudo
cobijá mi desvarío
Si alcanzás a intuir mi risa
desdibujá tu mano
con una hacha miniatura
Desde ayer
te espero
maldad en ciernes
te deseo por estos lados
penetrándome con tu olor.
Remedida
(Javier Vindel, 1968)
¿Mi país?
mide ahora
-manoseada cartografía de futbolístico placebo
e hidrográfico sollozo
zopilotesco festín con antifaz de regocijo
o perfil de portaaviones
a propósito de vikingos corazón de langosta-
112,492
kilómetros usados!
Resurrección
(Alejandra Flores, 1957)
La carne que
se enmaraña
de carne
las bestias
se revuelcan
en el instante
eterno
el hambre
somos inmortales
como un loco
que venera
la verdad
Antesala
de una despedida (Armando Maldonado, 1983)
El frío
ha llenado
todos los rincones
con invisible escarcha;
a lo lejos
el grito de un reloj de arena
es una campana
que repica en hueco,
simulando,
una flor
que cae al río.
Camino
ciudades (Francesca Randazzo, 1973)
Camino ciudades
montañas
piedras.
Rostros invisibles
diálogos muertos
disfraces,
todo
pegado a la ropa.
Somos miles,
evitamos percibirnos
para no tomarnos de las manos.
Amanece
nos quitamos
los sentidos,
sólo así puedo subir
al lado tuyo.
Cae el sol
y mi cuerpo,
me miro
miro lo que llevo
y lo que ya no percibo.
I (Oscar Amaya Armijo, 1949)
La noche en que tu y yo,
en un gran arrebato de pasión
decidimos unirnos,
no hubo alcalde, cura, ni confeti;
pastel de tres pisos,
ni la página social del periódico;
sin embargo,
el amor está intacto como en el primer día
y la felicidad sorteando las trampas
de este oasis de guerra.
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