lunes, 14 de agosto de 2017

Horacio Aige - Argentina



NADIE

Nadie.
Ni línea ni extensión ni tiempo
ni derrotero azul
ni abismo en movimiento.
Solamente una luz
o nuestros ojos como vientos de íntimas mareas
si la voz
no es más que un sueño
y si el amor
en su propio rostro inscribe
un alto paroxismo de amapolas
en la perfecta rivera inmóvil
clausurada entre dos instantes.

Yo sé estatuas.
Yo sé otoños.
Duro solsticio de aves
por ritos en declive
hímnicamente danzando.
O altos insondables espejos
naufragando a distancia.
O fuegos fatuos de mandrágoras
entre el siempre y el jamás.

Yo sé columnas.
Yo sé días.
Eclipsadas mariposas
en el punto más extremo del límite
desligando ese punto, de otro , inefable,
como término de pavor
en el blanco centro del suicidio
inquiriendo lo inescrutable.

Nadie.
Ni torres ni lagos
ni tatuaje de las tardes
en las extrañas sinuosidades del aire.
Sólo águilas de alta mar
sobre la absuelta intimación de los mástiles
o absurdas y resentidas epístolas
rayadas por escuadras rojas y meteoros infernales.

Nadie.
Tan sólo lo inútil
como si de aquel árbol
su duramen se desanillara
hasta la imperiosa potencialidad
de su propia ausencia.
Nadie.
Tan sólo lo inútil
como un vasto alarido de silencio.



ENCUENTRO CON WITOLD GOMBROWICZ

Preocupado por el más allá, muy solo y masticando rabia
y hablando imaginariamente con la muerte, ese día
anduve incansablemente por las veredas de Plaza Retiro, hasta que de pronto,
me paré muy cerca de la inmensa Torre de los Ingleses
para observar, a lo lejos, el atardecer de autos en movimiento y recortados edificios.
Dadas las cosas así, de golpe me di cuenta que Witold Gombrowicz
- aún medianamente joven pero velozmente envejeciendo - estaba
también parado ahí, mirándome, muy cerca de mí
y sintiendo el mismo nudo en la garganta que yo
tras el sol final de esa tarde, sin nadie más, tan sólo nosotros mismos
cansados vagabundos semiderrotados.
- Mire el reflujo de la ciudad – me dijo él, manteniendo su mirada
quién sabe a qué parte de su interior aunque apuntando
hacia la estación de trenes que teníamos enfrente.
Había en sus cansadas palabras como un corte en el tiempo,
una vuelta hacia ningún lado, acaso intransitable puente donde
desunido, el presente, alzándose en su autonomía, ya no era
parte de la transitoriedad.
Yo entonces, azorado, tan sólo atiné a observar ese reflujo mágico por él señalado
y era todo como un sueño, nostalgias de infancia, alucinaciones o corrimientos
girantes en mi mente, que podrían pero no pudieron ser
dominados en mi tambaleante memoria.
Única débil flexible estructura del tiempo – pensé yo –
en busca a esa altura
de cualquier medio de transporte que nos llevara a ambos
de vuelta al sitio que a cada uno – por obvias pertenencias a tiempos distintos –
nos correspondiera.
O que nos llevara a ambos de vuelta a un clima del corazón
donde cada uno pudiera correctamente situarse sin llorar la despedida eterna.



MARQUÉS DE SADE

La noche siempre busca
a los deseosos
empalmándolos
con todas las palabras.
El puro
exaltado
pensamiento
hasta la durcoridad
y es sólo una idea
anunciadora de vil probidad
en aproximantes
extensiones extenuantes
o delirios
de delicias apartadas
que el agua oye
de las desvestidas rosas caer
como fulminante rayo negro
sobre el techo
de nuestra pobre casa.
Justo ahí,
lugar de sapo enfermo.

Tenemos agonía,
tenemos animadversión.
O tan sólo serán,
desavenencias crueles
lo que temblando
habla en esta historia
por donde ya vamos
con el viejo muro
que de siglo en siglo
tan sólo acumuló
todas
y cada una
de las tinieblas.

Es que nada apura:
Donatien Alphonse François.
Tan sólo
el tiempo
es el apurado…

Ojo de gato negro
curvando al tiempo.
Paisaje de roja luna
en el pasaje del jardín.
Piedra de toro.
El agua canta,
su oro.
Y en ríos de arena
brillan los cristales:
espejo de agua:
Marqués de Sade.




JUAN MANUEL INCHAUSPE

Trataste de poner lo negro en su sitio,
de ordenar lo desordenado.
Trataste de ver qué cosas te eran más íntimas
y cuáles más lejanas,
qué desesperados corrimientos había,
de dónde venía ese desvarío,
ese grito desfilando enloquecidamente en la noche helada:
tenebrosos sueños que no te abandonaban.

Así, de pronto,
viviste el horror
de ver que aquel que estaba en el espejo
era otro.

Pero,
¿cómo pudiste, heroicamente,
cada cosa tratar de poner en su sitio?

Es cierto que se pueden alzar del mundo
los pedazos de un día roto
sin blasfemar.

Es cierto que se pueden quitar las innumerables trampas
de los rincones más oscuros,
batir el desplazamiento de las desavenencias
y cada guarida de cada absurdo
que se fueron devorando una a una nuestras ilusiones
para dejarnos tan vacíos de cara al silencio.

También es cierto que se puede salir con vida
del terror,
y se puede, después, volver.

Y que también, se pueden ir uniendo los pedazos de aquel día
rehaciéndolo de a poco
y llegar a sentir que su forma y su esencia
es sensible a lo cóncavo de tus manos, dolor.

Sí, todo eso es cierto,
pero cuando lo negro rabiosamente aúlla en lo profundo a veces
y va y viene en uno a oleadas fulminantes
y uno decide no irse,
¿quién entonces desenreda el tremendo caos
con manos impertérritas
sin encontrarse a la vez muy solo y enredado,
como ahora, que estás para siempre tan lejos de casa,
muy despacio, caminando sobre escombros?



EN MEMORIA DE PAUL CELAN


En horizonte piedran las parvas los más grandes gestos
donde peregrinan inquilinos miércoles ante el santuario
donde ligamen de vírgenes desollan lo real.
Arrebolado sudario en el fango de tus ojos
navega en mar de olvido y tiembla y sucede.
Ya lágrima sin término, en raptos diseminada
si el manantial de tu vida la rueda gira
y voltea seducida locura de amor temblando.
Restos de niebla pasan sobre altivos refugios
arrodillados muriendo más allá de tus enfados.
A mis mundeos agonía si tus delirios vacilan
y vacilando, a torbellino sin centro, caen atroz
en la grave elipsis de lo que era irreal.
Suena la onda tenue en el agua impura,
hora de mies, precedente del duramen, adviento
en la paz de tus alturas. Cae el viento y sella
la cantinela servil y se quiebra el acantilado
donde mora mi sueño y tu sueño. Abolido blanco
imprimiendo un recuerdo sustraído al vacío.
Fui y fuiste signo de sangre opuesta, invertida,
en ascenso rezumbando imagen pura.
Gris, gris albura donde el tiempo intima.
Cruce magnífico, espacio quebrado y celiyermo.
Sagrado término de lo que no pudimos ver
a un palmo de nuestras manos.
Fin de violetas cabellos rodeando el cuerpo,
constelado cuerpo de irreparable ausencia gualda,
arreciando glauco sobre el golfo de tus sombras.





ATARDECER EN PLENA DURA PAMPA

Atardecer en plena dura Pampa
y a lo lejos cementerio solo.
Enfrentado al mar, mis ojos.
Cordeles secos, ultramarinos.
Fulgor de barco en horizonte.
Y mi poema que desvanecía.

Revuelo de pájaros, último.
Grito de viento, azulverdoso.
Una pena rueda el tiempo.
Derivo de cal, todo es mármol.
La tarde cae, suspenso.
Solo quedo, sin los versos.

Pensamiento a dos tiempos.
Todo llueve, mi cabeza.
Salta una liebre. El campo
rueda, se derrumba
contra el planeta. Ancla
clavada en la arena.
En la playa van los muertos.

Atardecer frente al mar. Solo.
Todo es curva para el que
dialoga con los muertos.
Punto real o ficticio. Piedra.
Se abre el mal. Un roce
en la sangre. La marea.
El límite está en los ojos,
descentrando toda imagen.
Llanto. Márgenes del ser.  




A TRAVÉS DE LA NOCHE VOY

A través de la noche voy, las torres faltan.
Queda la alameda que fluye hacia el arco.
Y el agua cruel se une a la gaviota  dialéctica
donde todo es roca, azul, profundidad, ser.

Casi un claror a locura, estilos de llanura.
Gaucho puro, línea de impostura, Pampa.
Eso me das: deseo dulce, aminoración del yo.
Enmascaramiento de la base, de la subjetivación.
Todo irrisorio, molde frenético. Sueño intenso.

Eso me das: transitoriedad del Yo para el deceso
de la formas reveladas. Sustanciación apenas o
rasguido doble de toda música encadenada.

El fango es el fango y nadie ya lo corre o lo quita.
Humanales de sangre marrón, profundos ojos,
verdad en la petición para todos los sabores amargos.
Eso me das: cenizado saludo último a mi espera.

Periférica la guitarra suena agria, profética.
Gritada hojarasca aislada en su cruel chatura.

Eso me das: toda la basta orilla para mi condena.




CICLO


Qué cielos, qué rostros, qué tiempos, qué palabras,
qué sabidurías surcando lo natal
y diatribas por juicio y el canto cantando
entre la noche
de la imagen que retorna
o del inicio hacia el final,
plenario, insustancial.

Mundeo en la desgracia que disuelve
ampliado por un viento de insurrección.
Mundeo, clima de terror,
que a los amantes se opone
para vencer al amor.

Pero..., ¿Quién sos vos, menos rojo y más rojo,
el punto en el cuerpo, menos alto y más alto,
cedido o impostado, más amado que el sueño
y más cierto que el gesto?

Amagues y cifras entre árboles
y desmesurados, arriba del signo, los pasos,
donde todas las señales intrincadas se cruzan.

Barco anclado por el mal, y lánguido paisaje
al ojo inmóvil,
yo también asumí el terror y el olvido que recuerdo
forzando todas las líneas, quebrando la tensión
entre una primavera y otro verano.

Esto, desconociendo, pude haber hecho
si no me hubiera desconocido demasiado,
yo, que por sobre el naufragio, pulsando junturas uní las aguas
ignorando que me ignoraba.

Esta posibilidad, este no saber, esta muerte,
sintiendo para sentir, en un día más acá de mí
podría hacer ahora, si no fuera que me conozco demasiado.
O bien, irme de mí, perderme para vivir,
abandonar mi sueño por otro sueño,
mi poema por aquel otro no dicho,
el silencio, boca entrelineada, la aliteración,
los antiguos ritmos en la apertura final de todo el ciclo.

Qué cielos, qué rostros, qué tiempos, qué palabras
tan verticales hacia mí.
Y al fin, en la proyección de mi canto,
el blanco dispersando lo que escribo
adhiriendo niebla al silencio.



VAMOS, AMOR

Vamos, amor, por el pequeño espacio de vacío
que desesperadamente va y viene
de cada uno de nosotros a cada uno de nosotros.
Después, el mundo, orbicularmente atroz,
hará girar su terrible conspiración de muerte.
La línea que une también desune
y no es acaso otra cosa que un gran viento
sobre la arena vocal que sobre el agua canta.
Mientras,
vos, cuando ya nada comprendo
muy bien sabes lo que siento.
Entonces, más arriba de vos y de mí
todas las clausuras devienen por instantes
insólitas alternancias;
el punto más alto del tiempo
atrapando al pensamiento que huye
que cae y que canta
sobre aquellas rocas primitivas y extrañas
por donde los extensos días furiosamente cabalgan.
Así, una y otra vez,
la naturaleza tiembla de cara al acantilado
y nuestros ojos expectantes son implacables.
Alucinado, cada imaginario gira enloquecidamente,
ahora, cuando adentro y afuera, todo es
un continuo ir y venir de la irrealidad a la realidad.



DESDE ESTA RABIA

Desde esta rabia donde un clima del corazón
arqueando ámbitos de mar
rechaza y no, aquella exultada corriente de amor,
ha de percibir mi mano, ella, la que toco en sueños,
atrás, circular como la magia de los que se amaron.
Así, nunca, nadie, será la boca
de tu congelada sonrisa mirando mis ojos
por el aire extendiendo la ausencia invertida.
Y porque no es posible levantar la muerte del mundo
si la sangre, ya leve, la vida duerme,
puedo entonces decir:
en la vacilación de los amantes está el secreto del amor.
Y porque las palabras del sueño
a otro sueño en una hoja canto,
yo estoy, vuelto a las horas del recuerdo, una mano al vacío.


HORACIO AIGE nació en Rosario. Publicó varios libros y plaquetas de poesía. Entre ellos el libro POEMAS (1994). Colaboró en varias revistas literarias, entre otras, la mexicana POESÍA y POÉTICA dirigida por HUGO GOLA y la porteña HABLAR DE POESÍA dirigida por RICARDO HERRERA. Entre 1995 y 1997 funda y codirige junto a los poetas HÉCTOR PICCOLI, CONCEPCIÓN BERTONE y ARMANDO VITES la revista literaria CUADERNAS. En 2015 junto a ARMANDO VITES crea y dirige la revista literaria MIRTO.




No hay comentarios: