De izq. a der.: Néstor Ulloa, Salvador Madrid, Fabricio Estrada.
El querido poeta Néstor Ulloa me envía esta apreciación sobre Houdini vuelve a casa, mi último poemario. Gran parte de esta interpretación fue la que sustentó la presentación que Néstor hizo en Gracias, Lempira durante la lectura que realicé junto al poeta Salvador Madrid y él.
De más está
referirse a la espectacular capacidad de Harry Houdini para llevar a buen
término un sinnúmero de actos de escapismo que, aún hoy en día continúan
sorprendiendo a la humanidad. Metido en sacos, ataúdes, cajas; atado con sogas
o cadenas, era como si ninguna cerradura, ningún candado, ningún artilugio
diseñado para contenerlo hubiera podido resistírsele. A Houdini sólo la vida
misma logró contenerlo, sólo de sus propias cadenas y candados, que cual
constrictores al servicio del destino fueron silenciosamente haciendo su
trabajo, le fue imposible escapar. Ese último acto de escapismo de Houdini,
aparentemente fallido ―y digo aparentemente en función de la línea de este
texto― simbolizó más que sólo la muerte del ilusionista; represento en realidad
el más grande acto de escapismo, a la luz de la poesía que analizamos, aunque
los candados no fueran abiertos por el maestro.
Fabricio Estrada
hoy nos presenta su más reciente poemario: Houdini
vuelve a casa. Este es un trabajo poético de impecable manufactura,
templado a la luz de la hoguera del tiempo y con la rigurosidad que toda obra
de creación requiere.
Comenzaré por
decir que el texto es una unidad estructurada por una dualidad que es tan
inherente al ser humano como lo es el bien y el mal, y me refiero a la
dualidad vida-muerte y en
medio o alrededor de ella, la idea del exilio. El solo título ya nos remite
indirectamente a esta idea del exilio que he señalado, a través del regreso.
Por milenios, la humanidad ha construido todo un imaginario mítico-religioso
sobre la premisa de que venimos de un lugar distante, quizá de otra dimensión
en el plano metafísico, y que estamos en este mundo de paso, como si de un
curso de perfeccionamiento se tratara, para luego volver al sitio al que en
verdad pertenecemos.
Fuera de
pretender ser una declaración de intenciones, ese es, a mi juicio, y haciendo
un uso irrestricto del término, la fábula
que rige el poemario. Poemario que se presenta como una suerte de
cuaderno de instrucciones, una bitácora de códigos que permite una (re)lectura de la vida y sus
avatares; los trucos de ilusionismo, si así lo queremos ver, porque
“…la
vida era sólo una pausa
del
implacable fragor del poema
del
irrenunciable estallido del poema
solo
pausa la vida
un lento
movimiento
que
conduce invariable hacia otro poema…”
(p. 28)
Este “otro
poema” del que habla el poeta es y será siempre una incertidumbre, una apuesta
necesaria, una puerta más por abrir o por cargar en la espalda, en el proceso
de vida de todo individuo.
Y en esta suerte
de bitácora de códigos que digo, coincido con el poeta Daniel Matul, en su nota
introductoria del poemario, en cuanto a que es la palabra la que se presenta
como la clave para encontrar el camino; la palabra nos desnuda ante la verdad y
nos muestra la equivocada concepción del mundo que hemos tenido, pues nos
permite “…entender el accidente/ que hizo de la estrella/ una mala metáfora de
lo infinito…” La palabra poética se presenta como tabla de salvación, pues el poema es una entidad
“que se
yergue
que se
hunde
y
mientras tanto aparece
queda su
viento para habitarlo
su sol
su
inminente presencia para respirar
e
intentar el siguiente acto.”
(p. 28)
En esta dualidad
vida-muerte que he apuntado, la vida se presenta como un conjunto de actos,
similares a un show de escapismo, en donde uno tras otro, el individuo (es
decir, el escapista, el Houdini que todos llevamos dentro), se pone a prueba a
sí mismo para lograr desatar ese “universo de nudos” del que habla el poeta y
que se lleva a cuestas como sino trágico, no sólo en el plano cronológico, sino
visto como una suerte de quipus que cuentan la historia personal de cada uno en
este mundo; un mundo que se presenta como el espacio físico en donde, a pesar y
con conocimiento o no de ello, tiene lugar ese exilio que representa la vida:
“cada
vez el mundo
retorna
del viaje al que no has ido.
De algún
lugar somos desplazados.
De
algún exilio hemos regresado.”
(p.
34)
Y este exilio
del que de alguna manera vamos regresando, casi sin saberlo, ha sido fríamente
calculado, por el destino quizás, aún a despecho nuestro y puesto en claves que
es necesario descifrar:
“los
planos se despliegan
y en
ellos nadie explica
dónde se
borran las líneas
o dónde
comienza el filo
de este
papel imaginario
que me
tocó en suerte vivir.”
(p. 20)
Y entonces,
cuando se llega a este nivel de conocimiento, es la palabra la que se vuelve
río para mostrarnos otro mar y otras profundidades, como bien lo señala el
poeta; es la palabra la que se vuelve la clave que resuelve el misterio, la
llave maestra que abre todas las cerraduras, el movimiento de contorsionismo
que nos permite (re)conocernos y desatar todos los nudos para comprender que:
“Las
cadenas sólo fueron metáforas,
serpientes
de ilusionista,
pretextos
para burlar la vida.”
(p. 55)
El libro, en
definitiva, es un viaje de regreso a los orígenes, un viaje para el que hemos
andado con una puerta atada a la espalda, esperando el momento preciso para
abrirla y liberarnos en el último acto, con el último nudo que soltemos, un día
cualquiera. Y entonces, por extraña que parezca, del otro lado de la puerta, en
el espacio del último nudo desatado, la muerte adquiere la dimensión de SER: un
ser necesario para poner punto final al exilio ―que no significa el fin de la vida—
y dar inicio al verdadero regreso a casa: el volver a la materia primigenia.
N.U.
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