miércoles, 11 de noviembre de 2015

Carolina Quintero Valverde, Costa Rica - Pequeña muerte en el Ártico.

Foto: Fabricio Estrada

Apenas había comenzado a conformar la imagen que me daba la sentencia cuando el verso, en un giro imprevisto, negaba. No había tiempo de nada, era tomar nota textual e ir describiendo lo que pasaba, como una práctica de mesmerismo en Poe. La hipnosis de los versos y de la poderosa forma en que Carolina leía sus poema -clavando cada verso con afán destructivo- iba desmitificando la aparente lógica erótica con que al principio se presentaba su poesía. Nada más falso que esa apreciación en unos textos que invocando misterio y perversidad niegan que sea la autora la que se desnuda. El voyerismo inicial termina roto y después, en un pasmo, la lectura termina siendo un auto examen acerca de lo animal que seguimos siendo en nuestra esencia de piel y escalofríos.
Las lecturas en que la he escuchado leer están marcadas de una arritmia tan agitada y en trance que pareciera estar siguiendo los picos de un sismógrafo que anuncia terremotos sordos, un sismógrafo que nos permite contemplar, casi aterrados, lo agónico del ser erótico, el cómo se siente el placer una vez que el cuerpo ha muerto, un atisbo a ese mundo ártico que nos espera a todos luego de lo que aparentó ser el orgasmo de la vida.
La sentencia ha sido negada, las cosas que aparentan ser aprehendidas en el texto no son las que Carolina siente. En el fondo del mesmerismo poético que se practica aquí, como en un cuarto oscuro, quien sale desnudo es el que se viste con pudor.


Diarios de sal

I

Cruzo las sombras de una ciudad
que aún dormida habla.
Despierto con huellas
que no me pertenecen;
arranco mi ropa.

II

Tejo la desgana con los hilos de mi piel.
Él observa mi ritual de desnudarme
e improvisar su abrigo.

Juego con las hojas
que mueren en la tierra.
Perturbo la secuencia del mundo
en sus charcos.

III

No me importa caminar sobre la demencia
de un lenguaje que no entiendo
o si mi trabajo es utilizar rituales
y provocar la renuncia del tiempo.

IV

Nunca logré tirarme de esta hamaca
ni dar una revolución completa.
Me acostumbré
al mecerse aburrido de la tristeza
y a no poder tocarlo.




La magia nunca me pareció esto.
La noche se convirtió en la basura
que no juntamos.

Me querías diosa de tu cama.
A veces simulábamos
que yo era virgen
y que vos me iniciabas.
Te gritaba un nombre distinto
en cada orgasmo.

Nada queda cuando te excito;
puedo caminar sobre vos
como por un horizonte interminable.

A veces temblaba de deseo,
a veces de espanto.

Ahora escupo la vida en las mañanas.
Aprendo a vivir
con las sobras,
a tragarme las ganas
y todo lo demás.


I

Aprendí a llamar las cosas por su nombre,
a moverlas hacia mí
como el eje de un planeta.

Sentía el encaje de las medias
y los vestidos bordados,
ensuciaba mi ropa
al sentarme en la tierra.

II

Luego el manubrio se incrustó
entre mis piernas
y no volvió a salir.
Descubrí la poca importancia de las cosas.

III

Ahora soy una réplica del terremoto:
él entra en mí,
quedo muda y despierto.


Súplica.

Si me dieras tiempo
para diseñarle otro disfraz al olvido:
dejaría de balancearme
sobre todo esto que se ha roto.


Llueve.

Sacás los adoquines
y encontrás sólo tierra,
hacés sonido de paloma
y ninguna aparece.
Nunca llegan a vos
que no sos catedral ni parque.

Siento el calor que sube de mis pies
y creo haber estado sobre ellos
tanto tiempo.

Me desnudo a pesar de la muerte.
caigo liviana
con el calor de los labios;
recuerdo
como alguna vez
llegué a vos
y la pequeña muerte
que fue nuestra isla desierta.



Sucesiones.
                   Para Carmen
“Será el amor una muñeca rota”
E.E. Cummings
I

Vimos por la ventana
el reflejo oscuro de las cosas,
el viento que destruye los letreros,
las flores que nos hacían sirenas,
el tiempo que escondimos en una valija.

II

Antes
no hubo palabras,
sólo intentos;
el murmullo de los niños en el mar,
las manos pequeñas,
los vestidos.

Luego lo rompimos todo.
Cambiamos el pelo de color,
tejimos las piezas de nuestros juguetes
en el cielo
y cerramos la puerta
para entrar a otro lugar.

Me pediste que dijera cosas hermosas
para espantar pesadillas,
yo dije   amor  hombres  noche  cielo.
no pudimos espantarlas.

II

Dejamos el cuarto azul,
las camas unidas,
yo encima de vos
y como sostenías mi cuerpo,
el idioma de señas que inventamos.

Luego
las tormentas de sangre,
la soledad
y cómo adherirnos al cuerpo:
el silencio de muñecas olvidadas
y el miedo.
Dejamos atrás el mundo     y con él
todas las cosas.

IV

A veces jugábamos
que vos eras y
y que yo era vos;
entonces no entendíamos,
el rostro cambiaba un poco,
los ojos veían distinto
y todo se iba derrumbando.

A veces éramos la misma.
Pero ya no podemos;
quedó el cielo en otra habitación
con estrellas de plástico que brillan.

V

Ahora son todas las cosas;
arrastrar la muerte entre las piernas,
esconderla allí y no olvidar,
llevar su conteo
y ver las tumbas,
pensar que hay algo allí
o que no hay nada.

Ahora nos queda
el otro lado de la luna,
la sombra del mundo que gira y nos marea
y adentro el mar
lo que fue antes,
sobre el mar
también lo que fue antes.

VI

Después:
cortaremos los cuerpos del desastre,
encenderemos la luna con las manos
y sobre nuestras piernas.

En la piel de la noche
veremos el rostro de los hombres,
el amor oculto en la tristeza,
la tristeza oculta en el amor,
las lágrimas que derramamos en todos los sitios
y en el sexo de las cosas
escribiremos nuestro nombre
y todo será nuestro.



Los días se te abren como mis piernas.

Veo la rutina de tus dioses
levantarse
y nuestros rostros caer
como palomas.
Tus ojos buscan en los míos;
quedo deshecha.

Te sacudís frenético
como queriendo decir,
insistís en llamar las cosas
por su nombre
y no por el mío;
luego buscás mi rastro
de mujer desnuda
entre las calles.

Yo no puedo nada
contra tu rostro entre mi cuerpo.
Entonces te examino
como un animal desconocido
y al ver lo que hay dentro de vos
tengo asco.


II

“Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad”

En la ciudad de Osorno
cuentan que el mismo hombre me viola.
Él sólo se acuesta conmigo
para arrancarme la pena.

Busco la esquina donde hice el amor
bajo un techo enorme.
Hace años este fue mi lugar.
Hoy no sé dónde estoy.

Encerrada en este cuero de animal
resistí tantas veces acertar tu nombre.

Sólo tengo la certeza
de que la muerte viene en algún barco.



III

(Fragmento)

De mañana
no nos quedará ningún nombre.
Sólo el silencio de las aves
cuando vuelan tristes
y su manera de estrellarse
contra mis ojos abiertos.



Carolina Quintero nació el 7 de noviembre de 1989, en San José, Costa Rica. A partir del 2006 formó parte del Taller Literario Netzahualcoyotl, en Heredia. Es médico de profesión y ya comienza a participar en festivales internacionales de poesía, como el FIPQ en Guatemala, 2015. Pequeña muerte en el Ártico es su primer poemario y ha sido publicado por Ediciones Perro Azul.

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