jueves, 22 de septiembre de 2022

Occidente ante su propio silencio

 



La primera vez que me dediqué a ver a fondo la guerra civil en el Donbass, fue en el 2015. YouTube y su algoritmo aún dejaba ver con cierta fluidez los videos de los combates en el aeropuerto de Donestk y en la línea de defensa de los separatistas. Ese año mantenía mi seguimiento a la guerra en Siria y me sorprendió el nivel pesado de los combates, pero sobretodo, me impactaron los videos de mujeres dándole bofetadas a soldados ucranianos hechos prisioneros.

Me pregunté a qué profundidad estaba sucediendo ese dolor y decidí bucear por más videos, y fue entonces que di con los bombardeos a las ciudades de Donestk y Lugansk. Ahí estaban aún, los cañonazos y misiles cayendo sobre barrios residenciales llenos de civiles, en el 2015. Creí que eso no volvería a a ocurrir luego de la carnicería en Sarajevo, pero ahí estaban los videos de gente despedazada en los parques y en sus apartamentos. No era el año 2022, era el año 2015. El golpe de Estado de Maidán hizo que el poder de fondo neonazi tomara el control de las cosas, luego de años de presencia en la calles de toda Ucrania, y mucho más en el Donbass. La cobertura a esta guerra estaba absolutamente fragmentada y claro, palidecía respecto a la Siria, y se ocultó aún más cuando sucedió el derribo del avión de pasajeros de Malasya Airlines (vuelo MH17), en el que occidente, a una sola voz, se apresuró a acusar a Rusia y a los separatistas por el asesinato de 298 personas.

A partir de ese momento, la avalancha del algoritmo giró por completo para tildar de terroristas al movimiento separatista. Los bombardeos a civiles se duplicaron por parte del ejército ucraniano, que mantuvo siempre como punta de lanza los batallones neonazis, quienes en principio alistaron a la mayoría de sus militantes como voluntarios paramilitares y que, ahora en plena guerra en el 2022, se articularon en fondo y forma con el Ejército de Ucrania; y con justa lógica, ya que ellos han sido los de mayor experiencia de combate en la región.

Hoy que veo el renovado bombardeo a Donestk, luego de que sus autoridades anunciaran el referendum para unirse a Rusia como territorio indivisible, veo en cada persona destrozada en las calles, la consolidación de aquel terror inconcebible en  2015 , pero que hoy, con el silencio instrumentado como arma de guerra, se vuelve daño colateral, a pesar de que los partes de guerra testifican el fuego dirigido desde las posiciones ucranianas.

Hoy el líder checheno Ranzam Kadirov le ofrece a Rusia 50,000 tropas chechenas más para que se sumen a los 300,000 reservistas que Vladimir Putin ha llamado a filas. No queda duda que la guerra aumenta de temperatura en la medida que el invierno enfría inexorablemente los escenarios de combate. Las posiciones de invierno en ambos bandos deben conquistarse ahora para relanzarse en primavera con posición ventajosa. Aunque esté claro que Rusia puede tener muchas posibilidades más para la guerra en la nieve. Solo falta dar un repaso a todo el entrenamiento que han tenido sus tropas árticas en los últimos 5 años. Y hablo de las tropas árticas ubicados en la zona occidental de Rusia, no de las legendarias reservas siberianas.

En fin, ya no hay silencio capaz de acallar lo que es una verdad a voces: la OTAN está a punto de romper un equilibrio de supervivencia en su "era de abundancia" -como lo dijo Macrón-, y está ante la disyuntiva de una guerra donde debe dar la cara o seguir utilizando a Ucrania como ejército diferido.

Los niños de la fuente de Stalingrado podrían estar en su ronda de nuevo, y el cocodrilo posmoderno y acomodado a los espejismos, ya siente que no solo debe despertar sino que enfrentarse a su supervivencia como paradigma civilizatorio. Y eso es algo que otra civilización le está confrontando: la rusa.


F.E.




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