Costa Rica fue la primera provincia en reunir su idea
identitaria en un territorio consolidado, la meseta central. Esa identidad
estaba regida por la visión reductora de la blanquitud. Muy pronto, una vez
lograda la independencia de España, los líderes políticos costarricenses,
imbuidos en la superioridad de ideas del positivismo liberal, se enfocaron en
el intento de replicar la visión del caudillo argentino Domingo Faustino
Sarmiento (1811-1888) detallada en su Argirópolis, donde propone crear
una ciudad capital blindada de neutralidad “para conciliar los intereses y la
libertad de los estados confederados” del Río de la Plata. Como escribe Eugenio
Rezende de Carvalho[1],
esta propuesta argumentaba un medio para alcanzar “libertad comercial, y esta
aseguraría la prosperidad, riqueza y dinero”. Y claro, sin el “lastre” de los
pueblos originarios que no querían incluirse, por sus propias tradiciones, al
proyecto europeocentrista.
El fervor de Sarmiento -especie de espejo de la
conquista de la frontera estadounidense- se convirtió en la práctica en un
avasallamiento de las poblaciones del desierto argentino del tipo solución
final a las causas que él identificaba para el subdesarrollo de las provincias
del sur. Ese desierto, ya extrapolado, radicalizó a los políticos positivistas
de Centroamérica para impulsar sus propios métodos de blanquitud y de impulsar
el progreso sobre los intereses ancestrales de la aún enorme, aunque dispersa,
población indígena remanente del genocidio conquistador. La mayoría de nuevas
naciones centroamericanas posindependencia (15 de septiembre de 1821), llegaron
a adoptar los colores de la bandera de Argentina como un guiño afectuoso a la
utopía de Sarmiento. La paradoja es que solo Costa Rica decidió sus propios
colores para su bandera, para afirmar aún más su neutralidad, posición política
llevada a ultranza en la negación de apoyar a conciencia la República Federal
de Centroamérica que, por 10 años, enarboló y presidió el hondureño Francisco
Morazán, quien incluso murió fusilado en la Plaza Central de San José, Costa
Rica, el 15 de septiembre de 1842. La idea de progreso, entonces, sufrió su
primer gran cisma republicano en una fecha altamente simbólica.
Honduras quiso intentar las reformas liberales a
través de su promotor, el presidente Marco Aurelio Soto (1846-1908) quien se apoyo
en el fervor liberal del pensador hondureño Ramón Rosa (1848-1893), el mismo
que años después de iniciado el impulso tuvo que reconocer que el Estado de
Honduras no tenía capacidad de penetración en todo su territorio. Y es que para
efectos de contextualizar geográficamente, Honduras fue desde su nacimiento el
estado centroamericano con más fronteras, seis en total, y debido a esa
incapacidad de presencia estatal razonada por Rosa, tuvo permanente injerencia
política de sus vecinos una vez que se identificaba qué presidente era
beneficioso para Nicaragua, El Salvador o Guatemala, sucediéndose así invasión
tras invasión o apoyo económico o de armas a los alzados contra el gobierno
central a través de los años. No he mencionado aún el enclave bananero estadounidense
porque es necesario puntualizar que la visión de los liberales del unionista
Francisco Morazán ya planteaba la necesidad de promover el estímulo a la
colonización de las grandes extensiones de tierras sin producir, y los colonos
en que siempre pensaron fueron los estadounidenses, a quienes consideraban los
adecuados para transferir, en las concesiones posibles, la industria y
conocimiento técnico que tanto necesitaba Honduras. Marco Aurelio, así, abre
las puertas a las masivas concesiones bananeras.
Las bananeras
Honduras, a diferencia de la concentración productiva
costarricense en su rica meseta central, posee un territorio mucho más grande y
montañoso, incrustado de ricos valles completamente aislados por las serranías.
Su tierra no está nutrida por la acción volcánica ya que es el único país del
istmo que no posee volcanes[2].
Sus valles, desde el principio de su existencia moderna, fueron repartidos
entre familias criollas que monopolizaron hasta la fecha su productividad. El
resto del territorio es de vocación forestal. Enormes extensiones de pinares.
Sin embargo, el espíritu de Sarmiento trasladado por, la desde aquellos años
considerada ejemplo de nación, Costa Rica, prendió con igual intensidad en la casi
inexistente cúpula burguesa de Tegucigalpa, aunque con posibilidades destinadas
al fracaso por su falta de proyección a lo largo y ancho del país. El
militarismo de caudillos locales ultraconservadores tomo posesión una vez que
Morazán fuera fusilado en San José, y un retorno de la influencia eclesiástica
-enemiga de la unión centroamericana- hizo que Honduras se encerrara y
experimentara con su propio liberalismo vernáculo y montaraz.
La última estampida de las balas que mataron a Morazán
inició un periodo de cien años de guerras civiles, levantamientos o revueltas
de diferente índole, lo que da una idea de la desproporción fragmentaria en que
cayó la incipiente nación. Un contraste absoluto respecto a la cohesionada
Costa Rica. Y lo que es más grave, sin la mínima posibilidad de proponerse como
neutral en todas sus expresiones políticas. El país con más fronteras se diluyó
existencialmente entre la vida ermitaña de la poquísima población desperdigada
por el cimarronaje y las aspiraciones territoriales de los demás países
vecinos.
Las bananeras, como monocultivo estadounidense, llegó
a romper la lógica de producción ganadera imperante hasta entonces[3]
y supuso la creación de un enclave transnacional que convocó a trabajadores
desde El Salvador, Jamaica, Guatemala y Nicaragua, al punto de convertir a
Honduras en el mayor exportador de banano del mundo, superando la producción de
Ecuador, Guatemala, Cuba, Costa Rica y México en conjunto. Ahí es donde nace el
mote de “Banana Repúblic” ya que la injerencia directa de las compañías
transnacionales como la Stándar Fruit Company o la Tela Railroad Company,
sometió bajo soborno a la voluble y pequeña clase política del país. “En
Honduras una mula vale más que un diputado”, llegó a exclamar Samuel Zemurray,
dueño del mayor oligopolio bananero.
A principios de la década de los 50, Estados Unidos,
en su estrategia anticomunista, crea el plan de seguridad hemisférica que
comprende la profesionalización de las Fuerzas Armadas de Latinoamérica, creando,
en el caso hondureño, la Academia Militar Francisco Morazán (vaya paradoja). A
partir de ese momento inicia la existencia de un estado paralelo en la cual el
estado prácticamente se subordina a la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas. Una
serie de golpes de Estado iniciados justo durante la "profesionalización",
termina en el año 2009 con el golpe a Manuel Zelaya Rosales. Doce años después
de atravesar una doble dictadura, Xiomara Castro llega al poder mediante un
masivo voto que expulsa a Juan Orlando Hernández, quien detentó el poder
mediante una combinación de terrorismo de Estado y paramilitarismo de
narcotráfico. Hoy, Juan Orlando Hernández, ya extraditado, espera juicio y
sentencia en la Corte del Distrito Sur de Nueva York.
El contraste entre Honduras y Costa Rica que doy como
referencia, da una idea de cuál es el horizonte que se eleva sobre Honduras, dado
que, Costa Rica, sigue siendo reconocido como el país centroamericano con mayor
amplitud democrática, a pesar de sus notorios problemas de clasismo y racismo,
algo que en Honduras está exacerbado por el generalizado cimarronaje que la
funda, debido a la ausencia sempiterna de instituciones, órganos ciudadanos una
y otra vez socavados.
La posibilidad de crear, y no de reformar, la
posibilidad de cimentar, y no sanear algo inexistente, es la verdadera empresa
que asume Xiomara Castro en su proyecto de socialismo democrático. La amplia
base que le dio su apoyo para expulsar la sangrienta dictadura del Partido
Nacional (hay cifras que aseguran más de 40 mil muertes violentas durante este
periodo), espera el castigo de la impunidad y la primera acción global de
distribución efectiva de los beneficios del estado. Las arcas fueron saqueadas,
la cultura del miedo, la anomia, la sospecha campea pos trauma, y aún así, hay todo un
entendimiento de que Honduras debe iniciar ya su camino hacia un desarrollo
humano que llegue incluso a retar su propia historia.
Fabricio Estrada
Junio 2022
[1] La
utopía identitaria en Argirópolis de Domingo F. Sarmiento,
Eugenio Rezende de Carvalho, Universidad Federal de Goias, UFG, Brasil http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1794-24892014000200013
[2] Marcel D’Ans, Honduras, dificil
emergencia de una nación, de un Estado
[3] El escritor hondureño Medardo Mejía
afirma que la hondureñidad desciende directamente de los arrieros de ganado.
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