lunes, 5 de septiembre de 2022

Honduras y su gran posibilidad de socialismo democrático

 






 En el ánimo de los positivistas liberales de Centroamérica, en el siglo XIX, siempre pesó la idea de que toda la región estaba escasamente poblada y, por lo tanto, con insuficientes fuerzas productivas. Y no es de dudarlo: la empresa de la invasión y conquista europea impactó con suma violencia en el otrora densamente poblado territorio maya de Guatemala, en el también muy poblado señorío de Naco, Honduras, en la animosa y fuerte población pipil salvadoreña, en la costa de la Veragua nicaragüense que se extendía a lo largo y ancho de la luego llamada provincia de Guanacaste, en Costa Rica y ni qué hablar de las enormes poblaciones del Golfo de Darién en Panamá profusamente utilizadas por los invasores como portadeadores, antes de que existiera el canal. El despoblamiento por muerte física o desplazamiento territorial fue de tal alevosía que, sumado a las políticas exclusivistas de las élites criollas, impidió crear un proyecto de desarrollo europeo entre la población indígena que, desde el principio, inauguró el cimarronaje para luego nutrirse de los miles de esclavos africanos recién llegados.

Costa Rica fue la primera provincia en reunir su idea identitaria en un territorio consolidado, la meseta central. Esa identidad estaba regida por la visión reductora de la blanquitud. Muy pronto, una vez lograda la independencia de España, los líderes políticos costarricenses, imbuidos en la superioridad de ideas del positivismo liberal, se enfocaron en el intento de replicar la visión del caudillo argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) detallada en su Argirópolis, donde propone crear una ciudad capital blindada de neutralidad “para conciliar los intereses y la libertad de los estados confederados” del Río de la Plata. Como escribe Eugenio Rezende de Carvalho[1], esta propuesta argumentaba un medio para alcanzar “libertad comercial, y esta aseguraría la prosperidad, riqueza y dinero”. Y claro, sin el “lastre” de los pueblos originarios que no querían incluirse, por sus propias tradiciones, al proyecto europeocentrista.

El fervor de Sarmiento -especie de espejo de la conquista de la frontera estadounidense- se convirtió en la práctica en un avasallamiento de las poblaciones del desierto argentino del tipo solución final a las causas que él identificaba para el subdesarrollo de las provincias del sur. Ese desierto, ya extrapolado, radicalizó a los políticos positivistas de Centroamérica para impulsar sus propios métodos de blanquitud y de impulsar el progreso sobre los intereses ancestrales de la aún enorme, aunque dispersa, población indígena remanente del genocidio conquistador. La mayoría de nuevas naciones centroamericanas posindependencia (15 de septiembre de 1821), llegaron a adoptar los colores de la bandera de Argentina como un guiño afectuoso a la utopía de Sarmiento. La paradoja es que solo Costa Rica decidió sus propios colores para su bandera, para afirmar aún más su neutralidad, posición política llevada a ultranza en la negación de apoyar a conciencia la República Federal de Centroamérica que, por 10 años, enarboló y presidió el hondureño Francisco Morazán, quien incluso murió fusilado en la Plaza Central de San José, Costa Rica, el 15 de septiembre de 1842. La idea de progreso, entonces, sufrió su primer gran cisma republicano en una fecha altamente simbólica.

Honduras quiso intentar las reformas liberales a través de su promotor, el presidente Marco Aurelio Soto (1846-1908) quien se apoyo en el fervor liberal del pensador hondureño Ramón Rosa (1848-1893), el mismo que años después de iniciado el impulso tuvo que reconocer que el Estado de Honduras no tenía capacidad de penetración en todo su territorio. Y es que para efectos de contextualizar geográficamente, Honduras fue desde su nacimiento el estado centroamericano con más fronteras, seis en total, y debido a esa incapacidad de presencia estatal razonada por Rosa, tuvo permanente injerencia política de sus vecinos una vez que se identificaba qué presidente era beneficioso para Nicaragua, El Salvador o Guatemala, sucediéndose así invasión tras invasión o apoyo económico o de armas a los alzados contra el gobierno central a través de los años. No he mencionado aún el enclave bananero estadounidense porque es necesario puntualizar que la visión de los liberales del unionista Francisco Morazán ya planteaba la necesidad de promover el estímulo a la colonización de las grandes extensiones de tierras sin producir, y los colonos en que siempre pensaron fueron los estadounidenses, a quienes consideraban los adecuados para transferir, en las concesiones posibles, la industria y conocimiento técnico que tanto necesitaba Honduras. Marco Aurelio, así, abre las puertas a las masivas concesiones bananeras.

Las bananeras

Honduras, a diferencia de la concentración productiva costarricense en su rica meseta central, posee un territorio mucho más grande y montañoso, incrustado de ricos valles completamente aislados por las serranías. Su tierra no está nutrida por la acción volcánica ya que es el único país del istmo que no posee volcanes[2]. Sus valles, desde el principio de su existencia moderna, fueron repartidos entre familias criollas que monopolizaron hasta la fecha su productividad. El resto del territorio es de vocación forestal. Enormes extensiones de pinares. Sin embargo, el espíritu de Sarmiento trasladado por, la desde aquellos años considerada ejemplo de nación, Costa Rica, prendió con igual intensidad en la casi inexistente cúpula burguesa de Tegucigalpa, aunque con posibilidades destinadas al fracaso por su falta de proyección a lo largo y ancho del país. El militarismo de caudillos locales ultraconservadores tomo posesión una vez que Morazán fuera fusilado en San José, y un retorno de la influencia eclesiástica -enemiga de la unión centroamericana- hizo que Honduras se encerrara y experimentara con su propio liberalismo vernáculo y montaraz.

La última estampida de las balas que mataron a Morazán inició un periodo de cien años de guerras civiles, levantamientos o revueltas de diferente índole, lo que da una idea de la desproporción fragmentaria en que cayó la incipiente nación. Un contraste absoluto respecto a la cohesionada Costa Rica. Y lo que es más grave, sin la mínima posibilidad de proponerse como neutral en todas sus expresiones políticas. El país con más fronteras se diluyó existencialmente entre la vida ermitaña de la poquísima población desperdigada por el cimarronaje y las aspiraciones territoriales de los demás países vecinos.

Las bananeras, como monocultivo estadounidense, llegó a romper la lógica de producción ganadera imperante hasta entonces[3] y supuso la creación de un enclave transnacional que convocó a trabajadores desde El Salvador, Jamaica, Guatemala y Nicaragua, al punto de convertir a Honduras en el mayor exportador de banano del mundo, superando la producción de Ecuador, Guatemala, Cuba, Costa Rica y México en conjunto. Ahí es donde nace el mote de “Banana Repúblic” ya que la injerencia directa de las compañías transnacionales como la Stándar Fruit Company o la Tela Railroad Company, sometió bajo soborno a la voluble y pequeña clase política del país. “En Honduras una mula vale más que un diputado”, llegó a exclamar Samuel Zemurray, dueño del mayor oligopolio bananero.

A principios de la década de los 50, Estados Unidos, en su estrategia anticomunista, crea el plan de seguridad hemisférica que comprende la profesionalización de las Fuerzas Armadas de Latinoamérica, creando, en el caso hondureño, la Academia Militar Francisco Morazán (vaya paradoja). A partir de ese momento inicia la existencia de un estado paralelo en la cual el estado prácticamente se subordina a la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas. Una serie de golpes de Estado iniciados justo durante la "profesionalización", termina en el año 2009 con el golpe a Manuel Zelaya Rosales. Doce años después de atravesar una doble dictadura, Xiomara Castro llega al poder mediante un masivo voto que expulsa a Juan Orlando Hernández, quien detentó el poder mediante una combinación de terrorismo de Estado y paramilitarismo de narcotráfico. Hoy, Juan Orlando Hernández, ya extraditado, espera juicio y sentencia en la Corte del Distrito Sur de Nueva York.

El contraste entre Honduras y Costa Rica que doy como referencia, da una idea de cuál es el horizonte que se eleva sobre Honduras, dado que, Costa Rica, sigue siendo reconocido como el país centroamericano con mayor amplitud democrática, a pesar de sus notorios problemas de clasismo y racismo, algo que en Honduras está exacerbado por el generalizado cimarronaje que la funda, debido a la ausencia sempiterna de instituciones, órganos ciudadanos una y otra vez socavados.

La posibilidad de crear, y no de reformar, la posibilidad de cimentar, y no sanear algo inexistente, es la verdadera empresa que asume Xiomara Castro en su proyecto de socialismo democrático. La amplia base que le dio su apoyo para expulsar la sangrienta dictadura del Partido Nacional (hay cifras que aseguran más de 40 mil muertes violentas durante este periodo), espera el castigo de la impunidad y la primera acción global de distribución efectiva de los beneficios del estado. Las arcas fueron saqueadas, la cultura del miedo, la anomia, la sospecha campea pos trauma, y aún así, hay todo un entendimiento de que Honduras debe iniciar ya su camino hacia un desarrollo humano que llegue incluso a retar su propia historia.


Fabricio Estrada

Junio 2022


[1] La utopía identitaria en Argirópolis de Domingo F. Sarmiento, Eugenio Rezende de Carvalho, Universidad Federal de Goias, UFG, Brasil http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1794-24892014000200013

[2] Marcel D’Ans, Honduras, dificil emergencia de una nación, de un Estado

[3] El escritor hondureño Medardo Mejía afirma que la hondureñidad desciende directamente de los arrieros de ganado.

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