miércoles, 13 de junio de 2018

Mateo y los helenistas: una buena nueva para los modernos del mundo antiguo.




El Evangelio según Mateo es quizá el más “judío” de los textos canónicos incluidos por la iglesia cristiana y, además, una fuente casi inagotable de interpretaciones de la época en que aparece la figura de Jesús.

Escrito alrededor del año 65 E.C., es un texto de fe escrita en forma de testimonio, o como dirían los estudiosos de la historia bíblica, en forma de “recuerdos”. Una vez que se profundiza en todo su contexto, va revelando una radiografía fascinante del por qué y para qué se escribió aparte del objetivo de divulgación de la fe en la, en ese entonces, improbable iglesia cristiana. Y digo improbable porque una vez que se entiende el cómo lograron los discípulos difundir el evangelio (la buena nueva), casi podemos asegurar que lo fortuito y la curiosidad intelectual grecorromana jugaron un papel más que importante junto al arriesgado cálculo y elaboración que, en este caso Mateo, llevó a cabo para que sobreviviera el mensaje del Christós.

Este testimonio de Mateo resulta ser el evangelio más hebreo de los cuatro aceptados por la iglesia. Escrito para los judíos, hizo acopio de toda la simbología y de los picos ideológicos en boga dentro del judaísmo, para convencer a esta rigorosa nación sobre la legitimidad en el discurso de fe predicado por Jesús. Desde su inicio (Cap. I, V. del 1 al 17), entronca con lo más profundo de la tradición hebrea, asegurando que, en tres fases generacionales contenidas en 14 generaciones cada una, Jesús pertenece a la estirpe de reyes y fundadores de la nación. Mateo, conocedor de la influencia de la Cábala y del Zohar entre los estudiosos rabínicos, hace que las tres generaciones sumen 42, el número que en estas interpretaciones significa el reforzamiento de la fe o cuestionamiento de los dogmas y de los valores establecidos. De entrada, entonces, Mateo anuncia que Jesús ha sido enviado para reformar el judaísmo, aunque no para crear a partir de él un dogma nuevo, es decir, otra religión. Nada más alejado al propósito original.

De igual forma, es en este evangelio donde Jesús habla más y explica su cometido de fe, por lo tanto, es el texto donde Jesús tiene más presencia concreta, discursante. La evidente oralidad del Evangelio según Mateo realza a propósito una característica esencial de la Torá y que fue raíz de enconados debates en el templo y sinagoga de Jerusalén entre judíos saduceos, fariseos, helenistas y, fuera del templo, apartados en sus grutas en el desierto, de esenios: la Torá es ley que debe ser oral y escrita al mismo tiempo. Esa es la disyuntiva dialéctica que Jesús utiliza para moverse para caminar sobre las aguas de su contexto nacional y también, el formato elegido por Mateo para narrar la vida de su líder espiritual. El que Jesús hable constantemente dentro del texto, revela la intención de un contacto cercanísimo para dar entender que aquellos que escucharon de viva voz a Jesús obtuvieron el privilegio de escuchar la mismísima Vox Dei, de la misma forma que los profetas fundamentales (Moisés, Isaías, Jeremías, Elías) escucharon a su dios.

La palabra de Jesús, entonces, y según Mateo, detuvo al mundo para ser escuchada y luego lo echó a andar, ya renovado (“Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen al hombre sabio y prudente, que edificó su casa sobre roca” Cap.7, V. 24). La palabra deja así de ser solamente texto y se vuelve oralidad que se escucha, así como se podría interpretar el uso de la filacteria entre los judíos ortodoxos. De esta manera, Mateo asegura la característica esencial de la Torá descrita arriba. Aquí resulta tentador asociar la filacteria y la palabra con la medieval leyenda del Golem: este primer Frankestein se activaba o desactivaba escribiéndole en su frente la palabra EMET (Verdad-Muerte).

Para entender un poco más sobre la discusión dialéctica en que estaba inmerso el Jesús de Mateo, caracterizo aquí, de manera breve, cada una de las corrientes de pensamiento que conformaban el pensum hebreo acerca de la Torá, de la cual Jesús no se desligó en ningún momento:

Saduceos: Para los saduceos sólo valía lo que estaba explícitamente escrito y rechazaban cualquier posibilidad de adecuar su comprensión.
Fariseos: Para los fariseos, el texto escrito en la Torá no era toda la Torá, sino que había un complemento oral heredado de generación en generación desde Moisés. Dicho complemento permitía entender de qué modo la Torá se podía acoplar a la realidad circundante.

Esenios: Los esenios apocalípticos tenían una visión extrema. Pare ellos, la Torá encerraba un mapa codificado que daba detalles sobre el inminente fin de los tiempos y este podía entenderse por medio de revelaciones especiales dadas por ángeles.
Helenistas: Para los helenistas, la Torá era la más alta revelación ética y filosófica posible, e intentaban hacer el esfuerzo para entenderla en el contexto “moderno” en el que se desenvolvían, por ello fueron muy dados a interpretar la Torá de manera alegórica.

Nazarenos: Para los nazarenos, la “verdad” estaba fuera de los templos y se interpretaba y ponía en práctica la Torá mediante una renuncia total a lo material. Juan, el Bautista, fue un profeta nazareno.

El evangelio de Mateo, coincide con los demás evangelios en mostrar a un Jesús absolutamente versátil, ideológicamente hablando, como para atraer a todas estas vertientes en un momento dado de su prédica, pero fue entre los helenistas donde más interés causó dado su modo socrático de enseñanza de las escrituras (la bienaventuranzas, Cap.5, Vers.1-12 y parábola del impuesto debido al César, Cap.22, V.20-21) y su actitud, tanto coherente como ética, de negarse a escribir él mismo su prédica, sin duda para no cambiar palabra alguna de la Torá textual. Esta afortunada y previsible curiosidad de los helenistas, permitió que la idea cristiana sobreviviera en la diáspora luego de la destrucción del templo y de Jerusalén misma por las legiones romanas de Tito, en el año 70 E.C. No cabe duda de que fue entre los judíos helenistas -sobrevivientes por su tolerancia a Roma en la aniquilación que esta llevó a cabo entre esenios, saduceos y fariseos de la escuela de shamai- donde más caló el mensaje de Jesús transcrito o interpretado por Mateo, un vaso comunicante que las sucesivas prédicas de Pablo y Pedro terminaron por organizar y afianzar.


El que Mateo haya resaltado un hecho inverosímil como la multiplicación de los panes y peces (Cap.14, Ver.13-21) no es tan gratuito entonces: el pasaje alude de manera directa a una de las ordenanzas iniciales inscritas en la Torá, “Fructificad y multiplicaos”, con lo que aseguró la resonancia espiritual de los judíos aún escépticos y el llamado a evangelizar con la nueva palabra a los helenistas deseosos de interpretaciones frescas. Al final de cuenta, los romanos, no pudieron leer el modo en que la verdadera insurrección se estaba adelantando a la historia.


Fabricio Estrada

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