Foto: Fabricio Estrada
A FRONTE PRAECIPITIUM
A TERGO LUPI
Entro a la noche de tu mudez, de tu desnuda
negación, donde la abeja deposita un polen de tinieblas para el devocionario de
la ausencia.
Entro a la noche, a su bajel calafateado en que
las moscas celebran funeral perpetuo para la utopía.
Entro a la noche, a pesar del delirio de las horas
que penetraron en luminosas cuchilladas hasta la médula de la necesidad y del
deseo.
Entro a la noche. Soy el astronauta desolado, el
pastor de las constelaciones cuya frontera está en las líneas de tu mano.
Entro a escribir una epístola imprecante al
guardagujas incorruptible de la muerte.
Entro a la noche a bendecir con mi traje de llamas
la indómita floresta del cierzo.
Entro a la noche como a los intestinos del cadáver
sepultado en el corazón secreto de tu patio.
Hago girar tu nombre en sílabas y entro al abismo
con mi lámpara de quásar. Estoy cauterizando el aire que dejó el censor de los
abrazos. Te voy a perforar la piel con luz, como un huésped que transparenta
con palabras las paredes del misterio.
Afuera arde la cisterna de las horas y en nuestro
pecho brilla, incesante, la anunciación de la mañana.
CETRERÍA
Cruza la nave. Cruza el ave.
Toca su sombra
el cuerpo abajo. Cruza la
sombra de la pluma
en la existencia demediada.
Carne abajo en la sombra.
Arriba el vapor tenue de los
años.
Empuja el viento a la tarde
por un acantilado.
En el fondo la música. Su
negra espuma. Mirtos
por el rocío de los sueños
doblegados, ayunos de futuro,
saben de la esperanza sin
presupuestos asignados.
El corazón suma su terquedad
a lo excavado, rebate
la profundidad del hurto. Le
hediondez de la miseria
tiene la misma estructura del
perfume. A los dos
alegoriza en fuego el poema
que cubre los cadáveres.
Un cernícalo entra como un
rayo. Penetra a diario
en su jardín de sangre. Hay
música
en las nubes, sin embargo.
Hay un propósito
en los giros de la pluma o la
navaja.
Contrapicado blanco.
La carne es música podrida en
el pasado.
Aloja el cráneo lo amargo
inevitable.
Hay tiempo. Pasan por alto
corceles
de vapor electrizado. Islas
de sombra
flotan en el aire.
Vertiginosas muertes emplumadas.
Hay un proyecto de verdad en
la ascensión de los geranios.
Sin embargo, pierde aves la
sombra abolida en las terrazas.
El sol contempla la masacre.
El corazón insiste y se
hincha de esperanza. Falta
La concesión del aire para
apagar los rayos. Para volver
Las gotas del jardín
vaporizadas.
La epifanía es el aroma de un
instante.
Después ingresa en catafalco
la carroña y el fisco hace su
jugada.
El sándalo de la mirada cae
en la geometría muerta de su
sombra.
Y voy soñando una música,
una estructura que no acabe
bajo la sombra herida de los
cielos,
al borde pasajero de la
sangre.
OTRA
VENTANA
A Alfonso Cortés
¡Átame a las vigas del cielo!
Ha culminado mi odisea en este oscuro istmo
Tan propenso a la ira y la extinción
Hay una canción que sólo yo escucho en este
espacio
Una canción:
¿A dónde se marchó la ciencia?
Una canción:
¿Dónde están los que propalan
Calumnias acerca de los pájaros que habitan
La jaula abierta de mi pecho
No olviden el detalle de abrir todos los días
La ventana y de vez en cuando
Dejarla así para que entre la noche y sus luceros
Hay un león también aquí
Escondido
Hay un león de piedra viva
Entre las tablas fosforescentes de mi mente
¡Átame a las vigas!
No permitas que me vaya
Es tiempo de hambre aquí en la habitación del frío
Sobre la roca solitaria de los sueños
Átame a las vigas del cielo y dame
La paz, tan sólo, al menos,
¡La paz de algún salvaje!
Acaso si yo vivo en ti encuentre
En tu corazón una ventana para ver la intensidad
del cielo
Si no es así permítanme
Alcanzar el borde de la noche
Tocar la piel
De una estrella que no existe.
MÁS
LEJOS
Decir decir decirlo todo
en partes
en pequeños bloques
en largas tiradas de sonidos o de tinta
lanzar un tenso cable hacia la nada
o hacia las esferas
pedirle a Withman prestada
esa araña que lanza filamento
para envolver al mundo o al menos los pesares
en sedosos verbos
en el capullo de los párrafos
decirlo todo a plena voz
sin atender los vetos
los decretos
la coartada
la mordaza
sacarlo todo desde el fondo del magma
hasta la superficie y más
más lejos de la piel rosada de los labios
de la testa
hacia el aire activo que camufla bestias
transparentes muros
cianóticas miradas del cíclope
no claudicar
armar por dentro un cubo
una esfera
una pirámide llena de significados
apuntando hacia el vacío externo
puesto que adentro
sólo
al menos solo
hay un cadáver soñando con la vida
hay sombras caninas de azafrán o copal
esencias indistintas elevadas
en penachos de humo
en grandes frases
o
en minúsculas aparentemente grandes frases
en espejismos bondadosos para expulsar la realidad
de la realidad
en fin
preconizar
alzar un credo un nicho un altar
unas hermosas nubes radiadas
y en medio la gran palabra
METALENGUAJE
para burlarse
para hacerlos volar con sólo la nostalgia del
metano
horadar los cráneos y los pechos
hacer girar el barreno de silencio
entrar en la materia bofa a colocar un gran
cartucho
una candela de palabras sin prestigio
romas
de tanto ir y venir de boca en boca
sin las aristas de otras
las
de ellos
para encender la mecha hasta decirlo todo
en partes o en pequeños bloques
mejor
en grandes explosiones
cuyo origen es apenas
una historia sencilla
personal
que indescriptiblemente
toca las esferas.
EL FÉNIX
¿Cuándo iniciamos este
fragor?
¿Cuándo
del sueño y de la carne míos
hiciste tu materia
y la incineraste
en fabulosas llamas?:
único esplendor
de una
vida precaria.
¿Cuándo es de ti
o de mí,
Poesía,
la constante ceniza que
renace?
MEDIODÍA
Toda esta hora es una llama
gastada, un viento violado en medio del verano, el ojo encendido de todos los
instantes, la punta de una navaja que se desliza dentro de las venas.
Esta es la hora de todos los
quebrantos y el punto donde comienza la pudrición y el resquemor. Este es el
sitio donde –hartas ya de movimiento- las cosas se detienen a preguntar, una
vez más, cuál es su nombre. Pero el sopor sólo permite adivinar lo que más
tarde podrá llamarse de algún modo.
Lo que arde no es el sol, sino
nuestra existencia, vista en el vasto espejo de los cielos. En ese resplandor
se quema nuestro rostro: somos un pábilo manso, una brasa domesticada, un
enervado rescoldo.
Nada escapa a esta flama que se
extiende, a este mar de ira, a este valle de ardor insoportable. Nada puede
escapar: ni el viento que se despelleja, ni las nubes como pústulas que se
revientan, ni el paria exhibido por esa luz de salvajes vatios, ni el avaro que
se entrega al espejismo de la estopa transfigurada en oro.
¿Quién nos ve desde esa flotante
pupila, desde esa ampolla de avinagrado ardor?
Nuestra sangre sabe que es la
cara luminosa de la muerte,
pero calla.
AGUJERO
NEGRO
Cada doce horas se pudren las
nubes, se anega la luz y se calcinan las estrellas redondas que, como mables de
fuego, usan los angelotes para probar suerte en los agujeros negros del
universo. Cada doce horas nace un lagar de confusiones, un laberinto
descifrable únicamente al tacto, un río que arrastra peces de alquitrán. Cada
doce horas se desdicen las cosas, y la mesa y la pirámide y el vívido edredón y
los zapatos y los cuerpos, vuelven a ser un inmenso follaje sin nombre. Cada
doce horas el sórdido acecho, la nostalgia inmóvil y el silencio leve amenazan
derribar el mundo. Cada doce horas, en alguna lengua muerta, algún dios dice
“Hágase la sombra”.
TRENO
por Isis Obed Murillo
Todo ocurre en silencio.
El autobús va hasta el tope.
Rostros abotagados por el sueño.
En los parlantes
una voz vende la franquicia del cielo.
Pláticas ruidosas.
Pero todo ocurre en silencio.
Fogonazos de vida
corren hacia el pasado afuera de la ventanilla,
hacia ese único instante.
Una estación en la memoria:
a la derecha una malla metálica
y disparos,
ráfagas;
a la izquierda una motocicleta en llamas,
cuerpos confusos,
una bala que sale de su boca de fuego,
corta
el aire,
pasa por un rombo de la malla,
entra en tu rostro
adolescente
y sale.
Atrás deja
tu cráneo roto por la sombra.
Pero todo esto ocurre en silencio,
adentro de una nube de gases.
Los pasajeros van hacia el olvido
como sus
pláticas,
como la
voz que ofrece en oferta el cielo.
No estamos en un lugar.
Estamos en el instante en que tu mundo
desaparece,
estamos en tu silencio, Isis,
adentro de la muerte.
En silencio,
el tiempo ha comenzado a construir tu monumento:
un obelisco hueco donde estamos:
Afuera
ecos,
el
asesino rumor de un tiempo desgastado;
adentro,
donde cayó tu sangre,
cuerpos tendidos en la oscuridad
miran
tus luces en lo alto.
Pero no estamos en un lugar;
estamos en un instante:
en el instante en que tu mundo
se une a lo desconocido,
en el instante de tu muerte
y te cubrimos de claveles rojos, Isis,
te cubrimos de rabia y de ternura,
te cubrimos, Isis,
de silencio,
te cubrimos, te cubrimos.
Estamos en la estación interminable
de donde nunca pasas.
El autobús se marcha
y aquí estamos
una vez más:
Ahí la malla metálica,
atrás la sombra,
de este lado el pueblo.
Pronto saldrá,
otra vez,
de aquel fusil la bala.
Debemos apresurarnos, Isis,
cruzar la calle,
encontrarnos con las ráfagas de Historia,
flamear una vez más los gritos libertarios.
El autobús se lleva mi fantasma.
Yo me quedo, compañero.
Muchos
nos quedamos,
hombro a hombro en la batalla.
FRAGMENTOS
DE UNA BITÁCORA
*
Les llega el
turno a mis muertos,
al sedimento
fosfórico de sus huesos,
al oscuro
torrente de su sangre
por el
silencio de mis venas.
Como mis
muertos,
todo quiere
terminar:
las horas,
la madurez
incandescente de los frutos,
la redondez
del mundo,
la
perfección de las imágenes.
Pero, ¿qué
es terminar,
aquí
donde
memoria y muertos
se anudan a
lo eterno?
*
Todo el mar
cabe
en la palma
izquierda del tiempo;
sus límites
no tocan
tierra firme,
ni es
palpable
su fondo de
tiniebla.
Sin embargo,
nos cubre.
Somos la
isla de su noche,
la zarpa de
su acecho,
la cintura
de su furor
inmenso:
somos la
mar,
el tiempo,
y de nuevo
su fondo de
tiniebla.
*
La bruma que
se filtra
cuelga del
rombo de mis ojos.
Veo a través
de ella
el filo de
la luna,
los rostros
vacuos,
las paredes
constantes
y las tres
cabezas de Renzo
que muerden,
que ladran
y desgarran
el alma de
mis días.
EN
EL ANDÉN
Que mis poemas no sepan cuando haya muerto.
No se lo digáis. Que ellos
sigan viviendo en los bosques perennes,
lejos
de los cazadores furtivos.
No hubo otro camino que pudiese tomar.
Todo me condujo aquí. Con esfuerzo
y, a veces, blandamente
como una brizna sobre la corriente.
Alguna vez fui carpintero, maestro,
constructor de cometas,
pintor ecléctico, predicador de una capilla
donde una muchacha hizo arder mi corazón
como en el mismo infierno;
frutas de todas las temporadas pregonó mi voz,
crucé a nado como un tritón
incontables ríos y en algunos
vislumbré la muerte,
peleador callejero, conferencista de arte,
editor, lazarillo
de diversos ciegos,
mas todo me llevó a este deslumbramiento.
No hubo elección.
Sólo un reconocerse
en el centro del misterio.
Incluso estas palabras
provienen de ese hechizado territorio.
De pronto, un día, los astrolabios
se quedan sin estrellas
y los esquiroles declaran su incompetencia
pues desconocen mi lenguaje.
Como el sol es ley para los jardineros,
así para nosotros que aspiramos
la flor fugaz de la existencia.
Y oscurece.
Cuando haya muerto que no lo sepan mis poemas.
Susurrantes como hojas
del profundo corazón de un bosque impenetrable,
lejos de los cazadores furtivos,
sigan viviendo.
SAMUEL
TRIGUEROS ESPINO
Tegucigalpa, 1967
Poeta, narrador, ensayista,
pintor. Su obra ha sido premiada, publicada y reseñada en su país y en el
extranjero. Editor de textos, ilustrador, productor de publicaciones impresas y
sistematizador en proyectos de desarrollo. Ha representado a Honduras en
festivales de poesía en América y el Caribe. Entre sus libros están: El trapecista de adobe y neón
(narrativa, poesía, ilustración), Animal
de ritos (poesía), Antes de la
explosión (poesía), Me iré nunca
(narrativa), Exhumaciones (poesía) y Una despedida (novela breve).