jueves, 28 de septiembre de 2017

Y se llamaba María - Crónica de la huracana

Las ovejas decidieron aguantar. Cerraron círculo y, cabeza contra cabeza, esperaron que María descargara toda su furia como mejor podía. Desde la ventana del segundo piso, les monté un monitoreo más cercano a un biólogo que a un aterrado ser humano que ya estaba viendo la descomunal fuerza del huracán más portentoso que se ensañó con Puerto Rico esta temporada de huracanes que, debo decirlo, aún no termina.
Intentaba fotografiarlas o grabarlas con mi Smart phone, pero las ventanas estaban anegadas con un filtro impresionista que hasta Monet hubiera envidiado. Debía alejarme un poco para ver las siluetas de la pequeña tropa ovina o salir y arriesgarme a volar como los panapens y flamboyanes de Vega Baja. En casa todos lanzábamos imprecaciones contra la indiferencia de un dueño que, sabiendo lo que venía, no había puesto a resguardo a los que, hasta ese momento, creíamos indefensos animales, más cercanos a la contabilidad del insomnio que a una comunidad entrenada para resistir todo. Resistir. Sí. Porque eso hicieron.

A cuatro días del huracán logramos ver el cielo estrellado; tan nítido que hasta la Vía Láctea se mostraba en todo su esplendor. Las Siete Cabritas seguían inamovibles como lo habían hecho -algunos grados de más, algunos grados de menos- los últimos cinco mil millones de años. Que los griegos les llamaran la Osa Menor no es algo que competa a la tradición del nuevo mundo, el asunto es que las siete cabritas estelares tenían su contraparte en tierra, y éstas, eran tan impertérritas en español boricua como en griego de la Hélade. Eran las ocho de la mañana del miércoles 20 de septiembre y María, intentaba tumbar siete ovejas de carne y hueso. Los meaítos, las palmeras, las bambúas, los techos de zinc, las segundas plantas de las casas hechas de madera, los postes del alumbrado público, algunos carros, muchas aves, los chinchorros más conocidos, las ceibas más respetables, todo se había unido al carrusel gigantesco, todos como derviches extasiados entregados a la destrucción.

A dos semanas de que el huracán Irma pasara a 60 km al noroeste de la isla, la población puertorriqueña recibió como un colmo la aparición de María. Si las redes sociales tapizaron de memes socarrones el ánimo de todos, esta vez se percibió mayor cautela y hasta cierto nerviosismo en el intento de pasársela chilling que los boricuas despliegan de tan buena forma en su carácter cuando las cosas se complican. El año 2017 ha sido todo un revolú para la isla. La quiebra del Estado Asociado, la imposición consecuente que los bonistas exigieron bajo el nombre de Junta de Control Fiscal (la isla debe pagar sí o sí 75 mil millones de dólares bajo las reglas de un inmisericorde ajuste), el despertar fragoroso en la indignación estudiantil con todo y su huelga combativa que luego se hizo popular el primero de mayo; el cierre masivo de escuelas por falta de presupuesto, la sangría en la recaudación de impuestos por el éxodo emprendido por la población hacia Estados Unidos (más de 700 millones de dólares que no ingresaron en el 2016), la acelerada pauperización de la isla y… la llegada de Trump que ya avisaba. Ningún año, resumamos, en las últimas siete décadas, fue peor para Puerto Rico y sus aspiraciones de bienestar y comodidad bajo la tutela federal que brinda el estatus de american citizen.

Cuando Irma apareció en el horizonte y machacó las Antillas Menores (San Martín y la isla melliza de Antigua, Barbuda), el gobierno levantó una campaña de previsión que demostró ser eficaz y llenó de seguridad a la población. El gobernador Ricardo Roselló incluso alcanzó a dominar su característica inseguridad retórica y hasta fue adquiriendo personalidad de estadista -favor no confundir con su ya reconocida opción ideológica-, apareciendo de manera constante en los medios. Quizá el hecho de que el huracán no entrara de lleno logró un efecto de sobrevaloración de los propios recursos y de la bendición manifiesta de los poderes celestiales que, una vez más, bendecían a Puerto Rico desviando a último segundo la amenaza. La algarabía fue general y se celebró con buen humor aún y cuando el fenómeno atmosférico, apenas con su cola, desbarató la conexión de energía eléctrica en un 40% de la población. Pero eso se aceptó ¿acaso no sucedía eso cuando el paraíso de Borinquen aún estaba en todo su detalle, sin tormentas de por medio o descargas solares extraviadas o polvos del Sahara excesivos en su densidad? Hubo tiempo de party a la vez que CNN y WAPA TV mostraban, con efecto de binoculares vistos al revés, que Irma, allá, muy lejos, inundaba Miami y Cuba. Los refugiados de las islas podían ser recibidos en los hoteles de Isla Verde con cierta holgura y Viequez y Loiza podían esperar con paciencia a que las autoridades lograran convencer a FEMA (Federal Emergency Management Agency)que Puerto Rico también había sido sufrido graves daños, a lo cual los de FEMA respondían que se debía recabar más información fidedigna. Quizá los de FEMA leyeron y reflexionaron a fondo ese pasaje de El Informe Pelícano de Jonh Grisham -Best Seller de suspenso ambientado en los noventas- donde uno de los personajes pregunta dónde está el presidente.

-En Puerto Rico -responde- atendiendo el desastre por el huracán.
-¿Y cómo estuvo eso? -insiste el alto funcionario de la Casa Blanca.
-Impresionante -dice con honestidad red neck el tipo, seguramente aflojándose la corbata-, se llevó un millón de chozas de cartón y ahora nos urge conseguir un par de billones para construir nuevas casas y plantas de electricidad. Ellos necesitan de un huracán así cada cinco años - sentencia con el escarnio que mejor caracteriza el pensamiento colonial estadounidense respecto a Puerto Rico y sus avatares.

Mucho de esto flotaba en la prudencia con que el representante de FEMA respondió ante la insistencia de los periodistas boricuas que preguntaban las acciones que tomaría el gobierno fedeal respecto a Irma. Y es que el sistema colonial impuesto a la isla ha sometido a la población a un beneficio de doble filo. Por un lado, brinda la tranquilidad de que cualquier desastre está bajo la sombra  de la Metrópoli y su reacción constitucional y, por otro, el desamparo está bajo la lupa de del benemérito Saint Thomas, quien siempre intentará comprobar las heridas del costado y de los clavos metiéndo la mano hasta la muñeca.

II

A las cuatro de la mañana del miércoles 20 de septiembre a María poco le importaba lo que Irma dio como lección. Con vientos de 340 km por hora embestía a Borinquen. Ada Monzón había acertado en todo en cada uno de sus pronósticos. Ella, que debido al desempleo por cierre de  su canal de tranmisión-con seguridad reflejo de los recortes generalizados por la Ley PROMESA- se vio en la necesidad de reinventarse montado vía live streaming y desde su casa, una serie de boletines del clima que las redes sociales absorvieron como el desierto que recibe la única lluvia del año. Seis boletines al día fueron el pan ázimo y necesario de la ciudadanía. Seis boletines de Ada Monzón fueron la orientación más confiable y aterradora. En ellos -en más de una ocasión-, Monzón no pudo contenerse y  dijo abiertamente que nunca se imaginó estar informando algo tan terrible: María atravesará la isla y su destrucción será nivel catástrofe. Fue en ese momento en que el silencio se impuso; el momento en que el reloj comenzó a engarzarse pieza por pieza y las medidas empezaron a sonar, sí, sonar, a hacer ruido, a hacer martilleo, a clavetear ventana por ventana y a aserrar ramas semi partidas por Irma e ignoradas de lejos por José. Los turistas desaparecieron y los refugiados de las Antillas Menores volvieron a rezar, con pleno conocimiento de causa, en los hoteles que ahora estarían de frente a María.

III

El rugido era como  la escena de La Guerra de los Mundos en que Tom Cruise y sus hijos, dentro del sótano, escuchaban las turbinas del Boieng 747 que se estrelló en el patio. Las ráfagas, tan afiladas como una podadora eléctrica, iban segando la copa de los árboles. Los sonidos secos de enormes troncos que se abatían sobre los techos derrumban por segundos el ánimo de cualquiera. Me asomé a ver las ovejas. Llevaban ocho horas aguantando y cuando una de ellas tenía hambre, las demás le permitían salir por unos dos minutos a mascar hierba y luego se movían en grupo hacia ella y la rodeaban. Todas con sus cabezas hacia el centro, formando un solo ojo que parecía buscar una salida hacia el centro de la tierra. Esa era la hora en que el otro ojo estaba llegando a Vega Baja, a 52 km de San Juan. Nada de radio y nada de Monzón. Esto no era Bangladesh en 1971 ni Honduras durante el Mitch en 1998, dichosamente, pero era un C- 5 en toda su irresoluta voluntad de quedar en la memoria del planeta tomando como trofeo a Puerto Rico. 

Las casas aguantaban. Al menos las casas que respetaban las claúsulas de los aseguradoras. En la década de los sesentas, Puerto Rico entró al sistema estandarizado de las aseguradoras estadounidenses que exigían casas de cemento para ofrecer su cobertura. A partir de entonces, los puertorriqueños empezaron a cimentar un diseño que se generalizó basado en una unidad habitacional de arquitectura absolutamente funcional y previsora de huracanes. Techo en terraza (adiós al dos aguas de zinc o palma, lo que hace que lo escrito por Grisham en El Informe Pelícano sea más que un escarnio) y paredes bajas. Plano general  sólido, entonces, musculoso y sin ornamento de más. Le corbusier tropical y simplicado. Funcionalismo puro. Pasados los años, la disciplina arquitectónica comenzó a aflojar y esa base de cemento acogió segundas plantas de madera, sobretodo en el área rural, lo cual, bajo su propia decision, sacó de la posibilidad de seguro a miles de habitantes, los mismos que hoy, a siete días del paso del huracán María, cruzan dedos por ser beneficiados por FEMA debido a que su hogar, simplemente, voló.

Sólo en el pueblo de Aguada, ocho mil casas fueron barridas. Las inundaciones en Levittown y Loiza alcanzaron niveles históricos. Pueblos de montaña como Orocovis, Ciales y Morovis quedaron incomunicados por días; la represa de Guajataca mantiene sus fisuras como una amenaza y casi el 98% de la isla está sin energía eléctrica. A una semana de María, la emisora radial WAPA 680 -la única que se mantuvo en lo peor del huracán- ha comenzado a dar esperanzas con la noticia, un tanto dudosa, de que el 40% de la población ya recibe servicio de agua potable a pesar que el gobierno de la Estadidad, se está revelando como una desorganización oficial en toda regla: la policía está sirviendo de guardia de seguridad en las pocas gasolineras que distribuyen combustible y que ya son focos de tensión violenta, violencia concreta que ya rompe el toque de queda en regla con gangas (pandillas) dispuestas a todo en las calles tenebrosas de San Juan, o al menos, sedientas del cobre de las líneas de fibra óptica que, derribadas por el viento o saqueadas, evitan la conexión del sistema en cajeros automáticos y el trasiego bursatil en general. 
Lo análogo vuelve a su reino. Las radios de transistores discursan -sobretodo desde la WKAQ 580 y Radio Isla- nacionalismo alentador o mensajes de autoayuda Og Mandino hasta que la cadencia del vacío llena las ondas del desespero. El circulante de dólares sirve de poco porque también es poco lo que el corralito no oficial permite sacar de los bancos (de 250 a 500 dóolares), así que la espera y las excursiones fallidas a gasolineras -filas inmensas que se adentran en la madrugada-  y aglomeramiento al pie de antenas de telefonía celular, es lo que mejor hace mucha gente en la necesidad de conectarse a las carreteras o al mundo.

III

El 60% de la población de Puerto Rico recibe el PAN, bono federal de ayuda económica a familias o personas de bajos ingresos. El huracán impactó en las residenciales de bajísimo ingreso y en los barrios populosos de todas la ciudades.

IV

El primer país en anunciar su abierta solidaridad hacia Puerto Rico fue España. El segundo, luego de un silencio extraño, fue Estados Unidos. En ese orden. Entre un anuncio y otro medió un silencio extraño de siglos. Por lo demás, los países que han anunciado su solidaridad se han topado con el John Act, la ley base que encadenó a Puerto Rico a una obligatoriedad en todo lo referente al comercio internacional: la Ley de Cabotaje que impide la entrada de cualquier producto a no sea que vaya a ser transportado por la marina mercante estadounidense. El bloqueo colonial es real. El trámite burocrático en tiempo de solidaridad también. Ni República Dominicana, país vecino, puede mandar nada de ayuda directamente.

V

Dos señoras que viven desde hace mucho tiempo en el mismo condominio donde vivimos en Santurce, nos anuncian que no les importa pagar 1500 dólares para irse ya para Estados Unidos. Que ya lo decidieron. Las aerolíneas has roto todos los records en sus costos por boleto. A la misma hora en que ellas nos comunican su decisión, unos cuantos miles de boricuas se anuncian entre sí lo mismo. Trump habrá hablado de inmediato con sus amigos de las aerolíneas -deduzco-, un plan de contención se ha activado.

VI

El paisaje, de manera inquietante, se parece al de los bosques de Montana o de Minessota en pleno invierno. La foresta desnuda deja ver la polación de pájaros que no encuentra cómo cubrir sus vergüenzas. Los pájaros van de árbol en árbol, de zona forestal desaparecida a otra zona de reserva forestal desaparecida. Luego llegan al mar. Nunca hubo árboles caídos en el mar. Tal vez gigantescos mástiles. Tal vez los barcos petroleros no llegan por el enredo de mástiles caídos desde hace siglos en el Canal de La Mona. Los pájaros se quedan en la orilla del mar, por miles. Imaginan otros bosques. En este bosque siniestro que es el nuevo paisaje de la isla, los copos de sol caen, ardiendo cada uno a 93 F.

VII

Tres días después, en el colmado del Barrio Pugnado Adentro, en Vega Baja, mientras tomábamos unas Busch enfriadas por la planta eléctrica que Adrián, dueño del lugar, ha mantenido encendido casi como asunto de honor. La gente del barrio mantiene una parroquia chicharachera pero llena de trasiego laboral. Ahí llegan los que perdieron sus casas y los que siguen cortando ramas y limpiando escombros. Beben el asopao que la esposa de Adrián ha cocinado en los primeros días de apoyo al esfuerzo de reconstrucción y ánimo mutuo. No hay muchos muertos, dice la gente, apenas van 16 y eso que fueron por accidentes después del miércoles 20. Aprovecho para contextualizar a algunos sobre las pérdidas que tuvimos en Honduras cuando el huracán Mitch. Cerca de ocho mil personas.  Aquí ya tenemos 50 mil millones de dólares en pérdidas. Este es mi tercer huracán Categoría 5, les digo riendo. Estamos en un match de ida y vuelta que ni Mónica Puig podría sostener por mucho tiempo. 

Una de las señoras que están en la barra me escucha el acento y me pregunta de dónde soy. Al escuchar que soy hondureño abre los ojos y, en una mezcla de emoción y tristeza, me dice que estuvo en Honduras ayudando cuando sucedió lo del Mitch. “Pertenecía al movimiento Juan XXII, fui misionera, conocí la Basílica de Suyapa, la grande… vi muchos muertos, mucha gente necesitada; quise ayudar a sacar una niña que la mamá me dijo que me la regalaba porque no podía sostenerla en medio de aquella tragedia… al principio no pude, pero después moví cielo y tierra y logré sacarla. Mire cómo son las cosas… un hondureño aquí cuando ahora nos sucede esto… ¡Bendito! ¡Qué desgracia la que se nos vino encima! Yo perdí mi casa, yo mandaba las fotos de mi casa bonita a mis amigas afuera. Era muy bonita mi casa, era de madera, parecía como de muñeca”.

Cuando me dice eso recuerdo que, en lo más fuerte del huracán, aparte de las ovejas tuve como referencia una casa de muñecas de madera que los vecinos construyeron para su pequeña hija a unos 200 metros de la casa. Esa casita resistió todas las peores ráfagas. Su techo de caricatura se mantuvo incólume. Al día siguiente, jueves 21, los vecinos bajaron a verla y se rieron de que hubiera sobrevivido. La amiga misionera no ríe. Ha comenzado a llorar pero se repone de inmediato. “Para esto y más estamos”, dice, “Es la que hay y volveremos a empezar y reconstruiremos nuestra islita”. Su expresión es jíbara, telúrica, viene de lo más profundo de los siglos caribeños. Cuando Iris, al salir del colmado, me pregunta cómo se llamaba, le respondo de inmediato, así como la señora misma me respondió al preguntarle su nombre.

“María. Se llamaba María.”

Fabricio Estrada

27 de septiembre del año 2017

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