"Créeme, nada puede escapar de lo humano, nadie palpa su crueldad"', nos dice el poeta cubano Jorge Legrá, como si hubiéramos sorprendido a Saturno devorando a sus hijos en un callejón, y que al percatarse de que estamos ahí, presenciando el horror, el mismo Saturno nos lo dijera sin dejar de acometer su atroz tarea. La poesía puede ser este espectáculo, y creo que la mayoría de veces lo es, porque lo que muere a través de las pantallas y las múltiples pruebas de nuestra humanidad avasallada por el poder, es la poesía, precisamente. ¿Cómo seguir escribiendo sin entender que lo que hacemos es ir describiendo la pérdida de todos lo puntos donde se sostenía la fe en los otros? Alguien debe sentir, alguien debe somatizarlo todo, y sin embargo, la poesía de Jorge Legrá no se consume en semejante fuego, sino que alcanza su firmeza en el detalle de los mosntruosos golpes. "Es lo excesivo, dice el profeta, la demasiada razón que huye de la violencia para volverla perfecta."
Huir de lo humano.
Eso
es lo humano, tan insistente que nos destroza.
Algo
se descompone con cada movimiento de la razón, se mueve ronco y macizo entre los
niños que la maestra moviliza. Niños de tercer grado, con saliva estricta, amaestrada,
resbaladiza y espesa sobre el rostro del testigo de Jehová que no saludó la
bandera. A alguien siempre se le ocurre un trancazo, un puño que atravesó su
ojo, que intentaba reducir los muros insoportables de su fe[1].
Eso es lo humano, la consigna domesticadora, la barra que no me deja mover, que
tampoco me quiere detenido.
Continua
siendo otra la voz que razona el país, empuja y remueve la barra para que
memorice su lucidez.
No
me deja mover[2].
Sobra
el tiempo para orinar sin que pase nada. Salta el chorro, revienta como un
estallido social, surca el aire, cae, construye espumas sobre un palmo de
tierra, fétidas burbujas que revientan y extienden el tufo contra la paz
asustadiza que no quiero, que entrego sin que pase nada.
Créeme,
nada puede escapar de lo humano, nadie palpa su crueldad.
¿Viste
a esos niños, los golpes contra el otro sin defenderse? ¿Quién eres para pensar
algo mejor? Golpes. Pensar perfecciona la violencia. Golpes. El otro entrega la
merienda. Golpes. La obediencia irrita. La razón irrita también.
¿Quién
eres?[3]
Toda palabra debería prohibirse, la saliva salpicante siempre adensa algún mal
que se perpetua luego litúrgico y sagrado[4].
Golpes.
¿No
lo ven? No queda tiempo para huir del aura maldita de lo humano, el
razonamiento persistente que lo infecta todo.
Golpes.
La
tragedia sigue siendo la propia vida[5],
respirar bajo los escombros y escupir pegotes de tierra untados en sangre
cuando cesó ya el bombardeo.
Estoy
por pararme sobre el polvo quemado, mirar el micrófono desde abajo y repetir
que lo más importante es el miedo, que solo el miedo nos purifica de pensar[6],
que ninguna otra torre será levantada mientras haya un avión contra los sesos
de esta raza, mientras salten en trocitos, desperdigados, sesos humeantes,
hechos cenizas hacia los arenales Dios.
Estoy
con el animal contra el suelo, su íntimo dolor es persuasivo, pero su carne es
más importante que el pánico, y por lo tanto, el dolor no repercute. La
tragedia cesa para el animal, lanza un último mugido, la última patada a la
película sucia de la realidad, cesa su
vida y por tanto su tragedia, pero entonces vuelve animal, aparece en cada
bocanada de aire en que me afirmo, viene con alguna otra idea despalmada,
tantea mi cuello, localiza la yugular, y silba un tango, un ritmo pegajoso de furias
interoceánicas, lucidísimas bombas que
amenazan con caer.
Solo
eso nos purifica[7],
el pensamiento guarda una ojiva irresistible, solo eso, nunca estaremos a
salvo.
Contra
ti quiero llevarte[8],
abrirte los hijos, destriparlos para que te reconozcas débil en lo que resulta
tu fuerza. Aunque soy el asesino, también soy tu carne.
Toca
esta tela, es un pedazo de mi padre, la he masticado con rabia hasta llegarlo a
entender[9].
No digas el sabor de su carne, yo mismo vi sus franjas caer sobre el paño,
sentí el sabor áspero, ondulante, de tribuna en tribuna[10]. Estoy
declarando un exterminio que me sature de existencia, provocando emigraciones
masivas hacia el punto original. Postulo un sitio limpio en la historia, sin
verdades perversas ni cronistas militantes, algo radicalmente despojado de esos
ojos de isla que lo trastornan todo con agudeza.
Eso,
contra ti quiero llevarte, saltar la piedra, arrancarle el nombre.
Y en tanto desastre humanitario ¿cuál
culpa concierne a los libros?[11]
Cada verbo tejido, sílaba por sílaba, va
fraguando la parcela pública y civil. El fuego crepita en sus junturas para que
no se disgregue de su mal. Cada frase encajada
en las volutas del cerebro a tirones arrastra el mondongo cognitivo,
para introducirlo, por ejemplo, en la hoguera donde un cordero manso se
calcina, un claro desperdicio entre aquellos hombres que lo acorralan, que se
toman fotos, curiosean y sonríen. Pudo ser un negro, un judío, predicador,
mercenario, un comunista.
Palabras palabras palabras iguales a la
curva de tu rodilla que presiona y aplasta tu propio cuello, se clava buscando
tu silencio, que sientas el placer. No puedo respirar. Y tu humanidad debe
sonreír. No puedo respirar.[12]
Un libro también fue la sangre de un niño,
la piel de una criatura recién nacida sobre la que se escribía con cierto lujo. Cuerpos habitados por las palabras,
pensamientos tatuados en la piel.[13]
Hay libros tolerantes frente al hedor de
la carne carbonizada, y libros que golpean el fuego, que arden sin salvación,
arden[14] .
Cuál es la culpa que les pertenece.
Un libro no puede justificar alguna cosa,
continua siendo una caja mal claveteada donde aún guardas confiadamente tu
humanidad. No puedo respirar. No.
Entre aquel que enciende el fuego y aquel
que lo golpea solo existe una cabrona razón, un insoportable deseo de pensar.
Cuál es la culpa, el libro. Respirar no,
ya no puedo.
Dios les perdona. Arremeten con
insistencia, persuasivos y seductores hasta borrar al hombre mismo del cuerpo[15].
Dios les perdona
hasta la sangre.
La deuda moral se hincha
desordenadamente, quieren curar la infección, hacer un piquete por donde salga
el líquido viscoso, apretar, soportar el dolor y apretar hasta que salga toda
la infección. Eso quieren, pero se
precipitan, corren a colocar una cruz de ceniza, el trozo de carne en el mismo
centro, y la ceniza despliega su arquitectura, una lógica pública, un megáfono
para amplificar la peste hasta cubrir el hueco del cielo. Crece la deuda a
punto de reventar, y algún profeta tiene que aparecer, volcar la prensa y las
redes, subir a la piedra, gritarles.
El grito reproduce los golpes de un
padre, el cinturón doblado en su mano derecha, la intensidad soñadora contra
las piernas del hijo, nalgas, espalda, intensidad fecunda por el impulso
distante y exagerado de ese grito capaz de ablandarlos hasta ceder sus almas.
Blasfemias de una era, ¿quién las
consagró? Blasfemias. ¿Cómo nadie pudo ver en esa lucidez un bulto de escombro
apenas notable en la inmensidad del cintarazo? Dios les perdona.
Es
lo excesivo, dice el profeta, la demasiada razón que huye de la violencia para
volverla perfecta.
El profeta abre los ojos. Nada ha
pasado. Más bien continúan, a palos duros, que no quede nada del hombre en el
hombre mismo. El profeta vino para juzgarlos, pero Dios les perdona.
Se repiten. Aunque nunca parezcan los
mismos siempre son la misma amenaza.
La
palabra me toma, me desenvaina sobre un par de libros, empuja a desencajarles
un saber. Cada argumento llega, su buldócer sostiene el timón, llega, contra
las míseras casas levantadas en un terreno que es de todos, terreno que no es
de nadie.
No soporto el sitio si es ya
conocido. Trabajamos por hacer ajustes en la enfermedad, no nos interesa
desplazarla[16].
Se repiten, tanta voluntad de
mejoramiento nos vuelve cada vez peores. Se repiten, el buldócer va sin freno.
Lo común es su mensaje de perdición.
[1] Siempre
tras el muro la visión se obliga a completarse, Paul Celan lo tuvo claro en
aquella habitación donde escribió este verso:
Conozco
la más vespertina de todas las casas: allí/ un ojo mucho más profundo que el
tuyo espera ansioso.
[2]La conciencia es eso, una viga
de hierro hundida en la/ sangre que se fortalece. “Un Cadáver Ideal”, Editorial Oriente, 2017,
pp68
[3] ¡Ah!, el mundo; desde mi
primera infancia ha asustado a mi espíritu y le ha hecho replegarse en sí
mismo. (Carta de Holderlin a Neuffer)
[4] El animal sanguinolento sobre
el altar fue la prótesis que simuló alguna vez nuestra perfección. R. M, Rilke
ve confirmada su tesis: “lo bello es solo el inicio de lo terrible.”
[5] Más claro lo expresa Robert Creeley, Si en la muerte estoy muerto,/entonces en vida también/muero, muero…
[6] Tengo
miedo de arrancar la máscara porque tengo miedo de ver mi verdadero rostro,
que imagino atroz. Ahí puede estar la lepra o el mal o algo más terrible que
cualquier imaginación mía. (J.L.Borges)
[7] Tan tentadora la pureza que incluso Raúl Zurita se vio dominado
por su impulso y escribió: Cuando llego a soñar siento como un bien; siento/como si me
hubiera ido de esta mugre de/ ratoneras y respirara purito, puro.
[8]¡Ah, qué grande es librarse de
los estorbos del mundo y de la opinión pública! (Willian Hazlit)
[9]A algunos asusta esta nota del diario de Gombrowich : …vuestra patria soy vosotros mismos.
[10] Es la postura fértil que admiro en el cronista de indias Gonzalo
Fernádez de Oviedo: No escribo de
autoridad de algún historiador o poeta, sino como testigo de vista. O la tan
citada actitud de los cristianos de Berea (ver Santa Biblia, Libro de Hechos,
capitulo 17)
[11]Irene Vallejo cuenta acerca del adolescente
Alejandro Magno quien dormía con la obra de Homero junto a una daga bajo la
almohada.
[12] “Me estoy asfixiando,
quítame esta bolsa de encima... soy claustrofóbico». Fueron las últimas palabras de Jamal Khashoggi, , columnista de opinión saudí en The Washington
Post. Torturado en
el consulado de arabia saudita, turquia, su agonía duró 7 minutos. “No puedo
respirar”, gritó el afrodescendiente George Floyd, bajo la rodilla de un
policía sobre su cuello, gritó hasta que llegó al paro cardiorespiratorio.
[13] Lo dice Irene Vallejo en El Infinito en un Junco
[14]Jorge Mañach lamentó la decisión de cierta
administración política que arrojó su valiosa Biblioteca al vertedero.
[15] Amar al hombre como así mismo,
según la prescripción de Cristo, es imposible. ¿Estamos condenados por la ley
del individuo en la tierra?(Carta de S. Dalí a P. Picasso)
[16] Pocos concurren a los nacimientos, son más lo que acuden a la muerte.
Así es en lo biológico y así en las cosas del espíritu.
Jorge L. Legrá
(Baracoa, Cuba, 1970) Licenciado en Educación Artística en 1996 y egresado del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso” en 2004. Desde 2001 es miembro del Grupo Literario Café Bonaparte y desde 2015, de la Sociedad Cultural José Martí.
Obras suyas aparecen en el
suplemento cultural “El
caimán barbudo”,
2004, 2013. Tiene además varios poemas publicados en la revista SIC,
Revista literaria y cultural # 27, 2005, y en revista Del
Caribe No 56, 2012. Poemas suyos han aparecido en las antologías poéticas: “Aduanas
de aire”,
2003, ediciones Santiago“, La Patria de la Luz”, 2003 Ediciones Santiago. La Poesía Contemporánea en Santiago de Cuba.¨
Ediciones. República Dominicana, 2007. Como narrador ha sido antologado en “Estaciones de la Naranja”, “Dibujar el mundo”
Selección de cuentos del grupo de narrativa “Hacedor” Ediciones Bayamo, 2010, y
“Todo un cortejo caprichoso. Cien narradores cubanos”
(Ediciones La Luz, 2011)
Su obra ha sido seleccionada para integrar otras antologías
en proceso de edición. Publicó los libros de poesía “Oración del que
traicionan”, 2004; y “Rumor de higuera”, 2006, por ediciones Santiago. Un Cadaver Ideal, Editorial Oriente. 2018. Ciertos desordenes en las ideas, Iliadaediciones 2021.Obtuvo
el premio regional de poesía “20 de octubre”, Granma 2001, premio nacional de
poesía “La Medalla del soneto Clásico ”,
2003, Mención en el premio nacional de poesía
“Fidelia”. Gramma 2010. Mención en el premio nacional de poesía
“Hermanos Loynaz”, 2013. Mención en el premio nacional de poesía “José Maria
Heredia”, 2014. Premio de la UNEAC en el concurso de poesía “XIII Concurso Literario Viña
Joven”, 2015. Premio Oriente de poesía “José Manuel
Poveda”, 2017. Premio de la UNEAC en el concurso de Ensayo “XV Concurso Literario Viña
Joven”, 2017
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