Solo el
crepitar de los labios
Hemos estado hablando de la muerte
como si de una vendedora ambulante se
tratara.
Un día la saludamos y ella responde algo
sobre el clima.
Entre la prisa de la lluvia y los lentos
días abrasadores
conocemos su nombre
y hasta de una hija paralítica
le aceptamos un cigarro que nunca fumamos
y lo dejamos olvidado sobre la mesita
junto a la cama.
Las esquinas siguientes son días vacíos.
Y no sabemos adónde se fue.
Nos cuentan que fue desalojada
que una nube de gases se plantó en su
lugar
como una ceiba de espinas muy largas.
Decomisaron su mercadería, la quemaron en
un solar baldío.
Regreso a casa sin saludo
aunque tenga un cigarro que ahora
enciendo
con la cautela de un fantasma chino de
papel.
Cerca de mis ojos veo el ondular de su
rostro
y las palabras se me queman despacio.
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