martes, 11 de mayo de 2021

Harry El Sucio ¡un dedo arriba!

Con Iris hemos estado sopesando dejar de ver series durante un buen tiempo. La última que nos tuvo sujetos fue Glitch (más muertos vivientes, pero softs y desconcertados por volver a la vida). No valió la pena y no vale la pena -sentenciamos- que estemos esperando que el próximo episodio mejore lo que ya se ve insalvable. Y ese es el gacho: quizá mejore... y uno se ve sentado hasta el final con unas 18 horas perdidas que bien pudieron decepcionarnos en dos horas de haber sido película. Con robustas excepciones como Raised by Wolves, The End of The Fucking World, El Perfume, Dark, Marco Polo, Breaking Bad y algunas otras, todo lo demás es un refrito de situaciones escandalosamente vacías dirigidas a adolescentes.

Hay días en que uno se despierta con dolor en la espalda o el cuello. Hoy desperté con dolor en mi área hipotalámica del gusto por el cine. Necesitaba un trago de buen café doble y sin azúcar del mejor cine que me devolviera la fe y me decidí por Harry El Sucio. ¡Y carajo que sí acerté!

En dos poderosas horas  el thriller que marcó a laspelículas de acción de los ochentas y noventas, y cada escena era la antesala de algo mejor (¡Harry subido al puente esperando saltar sobre el bus escolar!). Don Siegel pone a un consumado vaquero del imaginario western a ser una especie de Sheriff hastiado en las calles de San Francisco. Su antagonista es un Joker al que seguramente puso el ojo Heth Ledger para crear su propio personaje perturbador, y con seguridad James Cameron le guiñó el ojo a Arnold Schwarzenegger y le dijo: ¿por qué no te imaginás a Clint Eastwood como un exterminador? Y es que Harry hace todo el periplo de lucha en la película hasta llegar a la fábrica del fin y de paso rememorar sus grandes frases en El Bueno, el Malo y el Feo con un juego de palabras sarcásticas donde la ruleta rusa solo puede darse en la desesperación del villano.

Esta película, filmada en 1971 con las gloriosas imperfecciones de Panavisión y los seguimientos de cámara en bruto (es decir, sin steady ni dollys), señala con crudeza la instrumentación del guetto negro por parte de los blancos: son como activadores de la furia necesaria, como reservas donde animalizarse. Los mejores ejemplos son dos escenas: la del asalto al banco y la del anticipo del Fight Club que pide con insultos racistas el perverso asesino en serie, interpretado por el genial Andy Robinson.
Sabemos de que está hecho el show en la cultura estadounidense, pero Don Siegel logra la metáfora perfecta en la impresionante escena del estadio de fútbol donde Harry Callahan tortura al asesino: todas las luces sobre él en el gran escenario de las masas, el Pollice verso de Jean Leon-Gerome mostrándonos la sustancia pura de lo que ansía ver de nuevo la sociedad capitalista: gladiadores.





Me dedicaré un buen rato a ver de nuevo a los pesos pesados de los 60 y 70. 


No hay comentarios: