martes, 28 de abril de 2020

Adhemar Cereño Quevedo - Chile



Foto: Paola Scagliotti


Primero es el asombro. De los impactos sobre los cuerpos sólo distingo un aullido
de mujer. Acarreados al fuego alteran la escena del horror y esconden en sus
uniformes cuerpos de cenizas que no regresan. Otros cuantos bailan
semidesnudos la marcha de la muerte. Quiero irme a mi casa, conchetumare, le escucho
sus restos sollozando esparcidos sobre la Alameda. ¿Dónde irán los que
no aparecen esta noche? ¿Cuál es el color de una oscuridad sin ojos?
A una artista de la ilusión le ahorcaron su única presentación. 
Estación Baquedano, combinación con una línea de tortura
La tierra se hunde en el mar. Nada hay de Pacífico. De fondo la cordillera.
Cualquier pueblo de Chile. 





«Arrasaremos las carreteras» Es la única condición para arrancar de
este país. La cordillera de los Andes es un espejo. Al otro lado hay
barcos que llevan pasajeros de contrabando. En su mayoría
inmigrantes que guiados por el viento recorren Sudamérica. Llevan
en sus valijas revólveres y libros de bolsillo. Silban canciones pasadas
de moda, y en sus corazones, late absoluta la juventud.




Los Intocables

Tú escondes el vértigo en los puños
para no sentir la ferocidad de las palabras.
Los antiguos poetas son intocables.
Para escucharlos desde la muerte
debes practicar piromanía en un cuarto de antigüedades,
en las periferias de la ciudad
pero prefieres hacer turismo de aerolíneas
con escala en las piernas de tu padre,
recorrer países sobrepoblados
de policías que imitan tristes rutinas de televisión.
Se trata de hacer parar autos en la carretera
bajo una despiadada lluvia de madrugada
y estrellarse con los ojos abiertos.
Si después de eso seguimos vivos,
detenernos en las posadas que siempre hemos soñado
para advertir el fin de los días dóciles.
Retomar la autopista, colisionar una vez más
ahora contra un territorio sin mapa
en el que para siempre, permanezcamos olvidados.



Ñ


La ñ
como deformación pura de la lengua española.
Mutación gráfica y hasta fonética
accidente original de lengua, paladar, nariz.
Curtida por el canto aymara
mapuche
quechua
guaraní.
También por sus conquistadores.
Falla contenida en tu apellido
que confunde al despistado lector.
Gangosa, imperfecta, incómoda.
Tuya es la virgulilla para que seas todopoderosa
dominadora de mi habla,
letra fundamental de mi sangre.




Por aquellos días había deshabitado la piel
     y deambulaba solo
por la ciudad de las nubes fugaces.
Había extraviado mis ojos
y el lucero abrasador que me llevaba.
Había perdido mi nombre, pero eso qué importaba:
mi nombre era el nombre de un país perdido
tras las áridas montañas.
¡Oh sí! Las blancas montañas,
las cargo en mi pecho como un amuleto:
                       fueron la brújula      
mientras duró el resplandor en el valle.

El presagio vino a mí a través de un susurro de cóndores
pero yo estaba afirmado en el amor
o en lo que cree un chico de veinte años
que es el amor.

Del resto de los días
no recuerdo más,
tan sólo un rostro de wawa chola
que agarrado de mis huesos aprendió a caminar
y un par de carcajadas estrepitosas
que me arrancaron la sombra de un solo golpe.

Como un suicida arrepentido
          me aferré a un sueño oculto
y mis ardientes cumbres se enfriaron,
los pesados párpados se bañaron en un río de ciénagas,
entonces el presagio de los cóndores
se reveló vibrando en el horizonte.
Toda nuestra ternura se estrechó entre el rugido de espumas:
seremos un puente de océanos, le dije.
Y las aguas se mojaron unas con otras.
Yacerán hasta nuestra muerte
           en un canto de amor mestizo.




ndrome de Ulises

Atraviesas la cordillera de los Andes
como la última hazaña que se emprende antes de la tormenta.
La luz blanca que dibuja las cumbres nocturnas
encandila la memoria.
El vuelo de un cóndor arrasa tu pecho:
es el presagio de tu muerte y resurrección.
Atrás dejas el paisaje accidentado.
Serías capaz de reconocer cada montaña
serías capaz de reconocerte en cada montaña
como si fuera tu rostro una piedra.
La cordillera de los Andes es un espejo.
Desde ahora
se levanta sigiloso el llano
y te confundes con él hasta pertenecerle
hasta sacrificar la lengua primaria.
De fondo se oye la quietud de un río
tan inmenso como el mar,
y flotas en el fango
como barco vigilado por una noche sin faros.
Palabra por palabra el ritmo de tu canto se eclipsa:
tu diferencia es musical.
Para deshabitar tu dolor has enterrado las palabras,
aprendés el español de los gauchos.
Tu nombre es el nombre de tu patria
y en cada fisura suya resuena tu lamento
árido, como el rostro del hombre amerindio.



Cuatro años

                                                                                         Enero 2017


Como los cuatro puntos cardinales
cuatro veces las estaciones sucediéndose, fugaces
como nubes por el cielo de Montevideo.
Manos y pies con los que te aventuras
y descifras los signos de este mundo:
frágil monstruo,
llena de impaciencia por devorarlo todo.

Fuego aire agua tierra
son por ahora un juego misterioso
y de ellos son tus huesos y tus risas
tanto o más que al aliento original
que encendimos con tu madre.

Cuatro años.
Lo que dura el amor según las ciencias
el tiempo que demora en cerrarse una distancia
lo que he esperado para vengas a encenderme los párpados
y decirme: padre, ¿qué has estado soñando todo este tiempo?
¿en qué paisajes yacen tus sueños? Paisajes accidentados y andinos.
Entonces mascullo un lenguaje que te parece extraño
y siento caer tus risas desde el firmamento.
Lo único que te quedará será la poesía.
En la naturaleza, en tu memoria y en las palabras.
   

Adhemar Cereño Quevedo

(Santiago de Chile-Chile 1987). Poeta y realizador audiovisual. Reside actualmente en Uruguay. En 2011 publicó la plaqueta independiente La espesura de la glaciación. Es padre de Sofía de 6 años.

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