domingo, 19 de abril de 2020

Renacimiento: Los cinco sentidos de un imperio estético - Fabricio Estrada


Renacimiento: Los cinco sentidos de un imperio estético

En una de las anotaciones que Leonardo da Vinci hiciera en el denominado Códice Atlántico, se encuentra una afirmación que bien pudiera definir las búsquedas de todo el arte renacentista: “Es más digno de elogio imitar cosas antiguas que cosas modernas”. Es paradójico que los académicos se refieran entonces al Renacimiento  como el “periodo moderno temprano”, y es que la época que ahora reconocemos como Renacimiento se concentró en elevar el conocimiento clásico del mundo greco-latino a las esferas del uso práctico, creando un cambio cultural profundo que le quitaría a la iglesia su preponderancia, a pesar de ser la iglesia el principal marco referencial donde los grandes pintores, arquitectos y escultores encontraron cabida a lo que hoy es patrimonio insoslayable del humanismo.

Estos geniales artistas lograron hacer síntesis en sus obras de todo aquello que la universidad medieval prefiguró haciendo hincapié en la teología, pero que poetas como Petrarca, en el siglo XIV, comenzaban a sincretizar con el estudio de las formas poéticas de Grecia y Roma. Esa poética es precisamente la que logró atravesar el espacio condicionado de la iglesia e integrarse a la misma más allá de la moral teológica, pero para ello, necesitó codificarse en una estricta dialéctica que protegió a los artistas de ser considerados heréticos.

Los atributos que los artistas del Renacimiento codificaron se repitieron en los que nosotros consideramos los cinco temas iconogáficos de esta época: La anunciación, La piedad, La virgen y el niño -o los santos-, El descenso de la cruz y Venus, siendo esta última la que mejor sintetizó el ideal neoplatónico. Boticelli, Leonardo, Bramante, Miguel Ángel, Rafael, Giorgione y Tiziano encierran en sus nombres y obras las reglas no escritas con que todo o toda creadora que se preciara de sí misma debería orientarse para comunicar las ideas fundamentales de este inicio de la modernidad. Los investigadores del arte llaman euritmia a este enfoque científico para lograr la composición armónica en la pintura. La así llamada euritmia constaba de cinco estipulados a los que debía prestarse la mayor atención: líneas, sonidos, colores, proporciones y perspectiva.

A propósito del enfoque científico, y tomando como referencia la arquitectura renacentista, H.W. Janson nos dice: “En el renacimiento de las formas clásicas, la arquitectura del Renacimiento encontró un vocabulario estándar. La teoría de las proporciones armoniosas le dio una sintaxis que había estado ausente en la arquitectura medieval. De manera similar, el resurgimiento de las formas y proporciones clásicas permitió a Brunelleschi transformar el "vernáculo" arquitectónico de su religión en un sistema estable, preciso y coherente. El logro de Brunelleschi colocó la arquitectura sobre una base firme y aplicó las lecciones de la antigüedad clásica para los fines de los cristianos modernos. Además, su estudio para los antiguos y su aplicación práctica de las proporciones geométricas clásicas probablemente estimularon su descubrimiento de un sistema para representar formas en tres dimensiones. Esta técnica se conoce como perspectiva lineal o científica’’.

Nos llama la atención que la codificación sistémica es reiterativo en número de cinco (sea éste en forma de atributos, normativa ética o virtud teológica) ya que también la idea que se tenía de la virtud ciudadana correspondía a la ética en boga en la Roma clásica, de la cual se buscaba abrevar para lograr la perfección cívica implícita en las pinturas o esculturas. Una obra de arte virtuosa debía entonces revelar y expresar en sus temas lo siguiente: talento, determinación, excelencia, capacidad intelectual y contención.

Es obvio que quienes debían mostrar una virtud pública permanente (lejos de la esfera privada del ciudadano anónimo) eran los gobernantes, y esto en Florencia, cuna del Renacimiento, se llevó al ámbito del retrato y a la escultura de manera profusa, como representación y propaganda de un poder republicano intachable y benefactor. El mecenazgo fue clave para hacer orgánica la virtud artística con la virtud del patrón, elevando el estatus social de los artistas y, a la vez, consolidando a la élite instaurada.

Esta dinámica es interpretada de la siguiente manera por H.W. Janson: “Los patrones que encargaron a esta pequeña cantidad de hombres dotados y ambiciosos que les hicieran obras de arte. En este período se dieron cita los exigentes patrones, gobernantes, papas, príncipes y artistas innovadores. Los mecenas compitieron por las obras de estos artistas y pusieron a los artistas en competencia entre sí, un patrón que ya había comenzado a principios del siglo XV en Florencia; Las habilidades de los artistas se pusieron a prueba entre sí para producir innovaciones en la técnica y en la expresión. El prestigio de los mecenas contribuyó a que los artistas enriquecieran el prestigio de los mecenas. Lo que es realmente notable de este grupo de artistas es su dominio de la técnica”.

Y no solo Florencia fue el epicentro fundamental para fraguar esta eclosión en la historia del arte, la Roma del papado dictó las coordenadas espirituales donde los genios encontrarían una codificación más para probar su capacidad de contención (a propósito, una de las frases preferidas de Leonardo era “Movimientos simples y contenidos, fuerza simple y contenida”, un casi tantra que le sirvió para formular su concepción escultórica). De esta forma, la virgen María, tema religioso por excelencia en el Renacimiento, se abordaría bajo los -sorpresa- cinco atributos teológicos descritos en el evangelio de Lucas I-26:38: el tema de La anunciación debía tener 1 Conturbatio o turbación (“ella se conturbó”), 2 Cogitatio o reflexión (“discurría qué significaría aquel saludo”), 3 Interrogatio o interrogación (“¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”) 4 Humiliatio o interrogación (“He aquí la esclava del Señor”) y 5 Meritatio o mérito (estado beatífico posterior a la partida del ángel).
No es de extrañar que los retratos encargados a las y los pintores, se exaltara al patrón o a la patrona con el halo de santidad y severidad que la ideología católica -enfrentada en ese momento a la liberalidad en forma y fondo propuesta por la Reforma protestante- exigía para sellar, sin craquelado alguno, el destino manifiesto de los hombres y mujeres encargados de acompañar a la Contrarreforma. La piedad y la devoción cristiana se conciliaban así con la perspectiva lineal o científica promovida desde el neoplatonismo. Si bien, los retratados no se convierten en imágenes de devoción, sí logran convertirse en iconografía civil para determinar la encarnación del poder vigente, un poder que demarcaba su posición con gestos de lejanía enigmática.

Cuando este sistema estético alcanzó su cumbre de organicidad, los genios del renacimiento tuvieron la absoluta seguridad que una nueva poética había sido creada y que incluso, había defenestrado a la imaginación de los poetas. Esta poética moderna sería descrita por Leonardo en los siguientes términos: “La imaginación no puede visualizar la belleza que ven los ojos, porque el ojo recibe las apariencias o imágenes reales de los objetos y los transmite a través del órgano sensorial a la comprensión de dónde se los juzga. Pero la imaginación nunca se sale del entendimiento; ... llega a la memoria y se detiene y muere allí si el objeto imaginado no es de gran belleza; Así, la poesía nace en la mente o más bien en la imaginación del poeta que, porque describe las mismas cosas que el pintor ¡dice ser el mismo pintor!”. Con otro alarde, Miguel Ángel Buonarroti diría: “Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”. Era, en pocas palabras, un imperio estético en todas sus dimensiones, dirigido por capitanes que iban construyendo su gloria a pinceladas y cinceladas. Deslumbrada ante el portento que casi veían en tiempo real, la sociedad renacentista elevó a sus mayores artistas a la estatura de genios y divinos, incluso, varios de ellos alcanzaron estatus nobiliario.

El perfeccionamiento de este sofisticado sistema estético alcanzó niveles que jamás hubiera sospechado el mismo Brunelleschi cuando se decidió a transformar el "vernáculo" arquitectónico de su religión en un sistema estable, preciso y coherente. A tal punto se llegó a desterrar la pasión pura del proceso de creación que bien podemos decir que esta revolución artística se adelantó trecientos años a la era de la Razón revolucionaria francesa y su expresión neoclásica. El estudioso del arte, Francisco Calvo Serraller, lo sugiere así: “(Rafael)… en una famosa carta a Castiglione  -refiriéndose al tópico clásico que narra como Zeuxis, cuando le encargaron pintar una Venus en Cretona, escogió las cinco doncellas más hermosas del lugar  y tomó de cada una los rasgos más bellos- indica que cuando no es posible utilizar un método semejante, se vale de otra fórmula: Essendo carestia e di buoni giudici e de belle donne, io mi servo di cena idea che me viene nella mente. Es decir, se las imagina, y con ello entra en un terreno muy perturbador, porque es el de la expresividad, el de la infección carnal: la reintroducción del deseo”.

Así pues, concluyendo, la imitación tan elogiada por Leonardo no se trató en ningún momento de una calca empírica, sino que de un preciso sistema estético donde los cinco sentidos del artista se sujetaban para crear la alquímica tensión entre el impulso natural y la técnica. Lo que bien dijera Aristóteles sobre la tragedia griega: “La tragedia era imitación no solo de acciones humanas, sino de las mejores de entre éstas”.

Piedad del canónigo LluisDesplá, Bartolomé Bermejo, retablo, 172 cm x 189 cm (1490) Catedral de Barcelona

Pietá, Tiziano Vecellio, óleo sobre lienzo, 351 cm x 389 cm (1473-1476 ) Galería de la Academia, Venecia


Annunciazione, Leonardo da Vinci, óleo y temple sobre tabla, 98 cm x 217 cm (1472-1475) Galería Ufizzi, Florencia

La Anunciación, Fra Angelico (Guido di Pietro de Mugello), retablo, 194 cm x 194 cm (1426) Museo del Prado, Madrid

La Deposizione, Rosso Fiorentino, panel, 333 cm x 196 cm (1521) Pinacoteca Comunale de Volterra, Italia

La Deposizione o Trasporto di Cristo, Jacopo Portorno, óleo sobre madera (1525-1528) 313 cm x 192 cm, Iglesia de Santa Felicita, Florencia

La Nascita di Venere, Sandro Botticelli, temple sobre lienzo (1482-1485) 278,5 cm x 172,5 cm, Galería Ufizzi, Florencia

Alegoría (Venus, Cupido, Locura y Tiempo), Angelo Bronzino, tabla, 1.46 cm x 1.16 cm, (1545)  National Gallery of Art, Londres

Vergine delle Rocce, Leonardo da Vinci, óleo sobre tabla, 199 cm x 122 cm (1483-1486) Museo del Louvre

La Madonna del cuello largo, Girolamo Francesco Maria Mazzola, il Parmigiano, óleo sobre tabla, 214 x 133 cm (1535-1540) Galería de los Ufizzi, Florencia

Referencias

-          Leonardo- El vuelo de la mente, Charles Nicholl, 2005, Taurus
-          Janson’s History of Art- The Western Tradition, H.W. Janson, Reissued edition (8th Edition)
-          Los Géneros de la Pintura, Francisco Calvo Serraller, 2005, Taurus
-          Miguel Angel – El pintor de la Sixtina, María Ángeles Vitoria, 2013, Ediciones Rialp

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