martes, 16 de julio de 2019

¿Y qué tiene que ver la obra Tengamos el sexo en paz con los choferes de buses de Tegucigalpa? - Fabricio Estrada

Sobre la cultura del automóvil se podrán decir muchas cosas a partir del fetiche sublimado por el consumo. He querido abordar esta realidad casi totalizadora en Puerto Rico desde que llegué a la isla, entender los mecanismos de la satisfacción por esa propiedad móvil y veloz que tan bien le ha funcionado a la colonia en su afán de fragmentación social y en el acrecentamiento de una individualidad donde el automóvil es la verdadera patria, acondicionada a placer y con las fronteras de fibra de vidrio muy bien acolchadas. Más allá del parabrisas, el mundo puede dar vuelta en U. Pero en Honduras, el automóvil no es posesión generalizada y aún subsiste el transporte público masivo: no propietarios conduciendo a decenas de miles de no propietarios.

En Honduras funciona de otro modo la psicología detrás del volante, y creo que tiene mucho que ver con el deseo de propiedad donde actúa el narcisismo más negativo. Al ser testigos en velocidad propia -lo de carne propia dejémoslo para cuando nos regrese el alma al cuerpo una vez que nos bajemos del taxi o bus- de la forma en que los conductores afrontan la calle y su oficio en Tegucigalpa, casi se puede decir que el conductor roza el límite entre el asesinato y la violencia sexual. Un enorme pene de hojalata con llantas incorporadas y la lascivia de manosear al otro bus o al otro taxi que se viene encima con las mismas intenciones. Son innumerables las ocasiones en que he visto como los buseros aceleran cuando la gente aún no ha terminado de bajar o subir, cuando el pequeño grupo intenta cruzar la calle y se da la oportunidad de lanzarse encima de ella; cuando en un duelo medieval de penes con carrocería y vidrio se retan a quién se aparta, en el último segundo, de un choque frontal.

Ese narcisismo pervertido del cual hablo y que atraviesa a diario a Tegucigalpa,  puede tener su sustento en el siguiente comentario del psicoanalista Jeremy Holmes, quien al abordar el narcicismo desde la óptica de Freud dice:

"A partir de la concepción de la líbido, Freud veía en el narcisismo una estación intermedia entre el autoerotismo y las relaciones de objeto. Las fantasías sexuales y masturbatorias inconscientes de los pacientes narcisistas (no sus fantaseos concientes) constituyen claves importantes para conocer su patología. En los hombres puede darse una enorme inquietud por el pene propio o ajeno. A veces, el narcisista ha abandonado toda esperanza de entablar relaciones de reciprocidad y confía, en cambio, en el poder y la coacción para tener acceso a sus objetos, un acceso capaz de brindarle sentimientos de seguridad y de satisfacción. De ahí que sean corrientes las fantasías sadomasoquistas".

Lo de sadomasoquistas se traslada hacia los pasajeros y sus obligada relación diaria con los insatisfechos choferes del transporte público capitalino, aclaro, como también aclaro ahora que esta es una reseña o nota motivacional para abordar la obra que el Teatro Memorias que dirige Tito Ochoa  tiene en cartelera, por estos días, en Tegucigalpa. Hablo de Tengamos el sexo en paz, la adaptación hondureña a la otra adaptación que hicieran Darío Fo, Jacopo Fo y Franca Rame en 1996 en la Italia de Juan Orlando Berlusconi. Mis disculpas, hablo de Silvio Berlusconi, el mismo que, mientras dictaba una normativa puritana para los descendientes de Bocaccio y Agripina, se desataba en las más opíparas orgías a puerta cerrada en el Palazzo Chigi. Quizá no ha sido una equivocación, sí, quizá estamos hablando de Silvio Hernández, el asunto es que la puesta en escena de Imma López ha dado de nuevo al teatro nacional una lección magistral no solo sobre los recursos actorales del monólogo, sino que también sobre cómo se vive -esta vez sí- en carne propia la insatisfacción o el desconocimiento sexual hasta desarrollar toda la velocidad del placer y la satisfacción a despecho de los que hacen el amor, cogen, chichan con la luz apagada y aguantándose los gemidos, así como los pasajeros dentro de un bus a 80 km/h bajando la cuesta Lempira en un busito, bus o taxi destartalado en Tegucigalpa.

Tengamos el sexo en paz puede ser un repaso a los prejuicios actuales y pasados de nuestra sociedad, pero también un definitivo manual de liberación del cuerpo visto desde el cuerpo y ser que más ha recibido la locura de la normativa patriarcal: la mujer. Ya Juana Pavón afirmó que Honduras tenía nombre de mujer, entonces es hora de imaginar la impotencia sexual de todo el machismo hondureño en la violenta arremetida de los choferes de buses y automóviles en general en Tegucigalpa. Total, se trata de saber cómo conducirnos, a qué velocidad ir, en qué buses, taxis o bólidos particulares jamás debemos subirnos.

F.E.






No hay comentarios: