domingo, 19 de agosto de 2018

Las Crónicas del Capitán Snorkel 3 - Fabricio Estrada



IV
Entre los peores monstruos se cuentan los autos. Son capaces de tragarse un dinosaurio mientras sueña. Insaciables atraviesan San Juan dejando un rastro de autopistas sangrantes. He dado testimonio del que viene a ochenta millas por hora con el carburador reventado. Un día, ninguno de ellos podrá ir más allá de los tanques vacíos. Ese día en ningún lado se encontrará bencina y medio mundo regresará a casa en una marcha silenciosa. Los peores son los autos, lo grito mientras destapo el octanaje de mi cerveza. Sólo ellos saben que la ciudad es una estela, la franja hecha pedazos de una bandera, la piel extendida de una patria que necesita fundarse o la santa sindone de una isla: las casas, los parques, las palomas aplastadas, cada plumaje marcado en ella a una velocidad de vértigo y con el olor irresistible de las fricciones quemadas.

V

Salgo temprano a calcular las distancias. A dos mil trescientos cinco kilómetros de aquí, hacia el oeste, donde revientan los huracanes, llegué a una casa de la República de Libertalia, una casa habitada por la hidrocefalia.
Esa niña era la casa o un globo terráqueo en precario equilibrio. Su cuerpo, una delgada espiga. A dos mil trescientos cinco kilómetros de aquí, hacia el oeste, donde se machacan los huesos y surge la fiebre, subimos en bus, a través de los frondosos bosques de Libertalianos esperaban en el cabildo para escuchar poesía. Dieron misa primero y después nosotros y el viento. A dos mil trescientos cinco kilómetros de aquí, imaginaba que la niña podría vivir que saldría flotando y esquivaría las agujas de cada pino. Nunca había visto a una niña con hidrocefalia. La sonrisa era bella, y me pedía el lápiz
brillante en mi camisa.

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