lunes, 7 de julio de 2014

Crónica de una singularidad - Fabricio Estrada




Crónica de una singularidad.

Al minuto cinco
con veintidos segundos
ocurrió una singularidad
en el espacio tiempo del campo de fútbol.
El balón rebotó en tres jugadores
cerrando un triángulo perfecto
del cual sólo escapó
cuando la inercia condujo la acción
hacia un pase ofensivo
que por escasos milímetros no fue gol.

Al minuto treinta y dos
con quince segundos
un par de globos ceñidos por una cinta tricolor
flotó sobre la grama
confundiendo a los volantes
que vieron todo en cámara lenta;
vieron también cómo envejecían los 45 mil aficionados
y el cómo la cámara del cable
tejía un capullo impenetrable sobre la cancha
que volvió inútil todo intento de tranmisión vía TV.
Quedaba sólo la radio
pero los locutores guardaban un silencio de araña
y el ruido de fondo –materia oscura de las frecuencias-
traía resonancias de barras,
susurros de amantes desnudándose en los palcos,
la canción de los Beatles en el Voyager
y hasta el vals de Strauss
que va junto al hueso puesto en órbita por Kubrik.

Al minuto sesenta y uno
de la etapa complementaria,
el árbitro tuvo una revelación:
todo se explicaba muy bien con el Bosón de Higgs
y su asombrosa perspicacia.
El portero seguiría en el aire
cuando todos gritaran gol,
el portero seguiría cayendo
cuando la gente invadiera la cancha,
el balón continuaría su elipse
cuando la torcida se marchara,
el balón atravesaría el concreto
cuando las grúas demolieran las graderías,
el portero seguiría en el aire
cuando él, pobre diablo silbato en los labios,
detuviera el cronómetro
y recordara los viejos tiempos en que los hombres
se enfrentaban al movimiento transideral de un balón de cuero
en busca de romper las supercuerdas.

Al minuto noventa

lo que existiera

sucedería

antes

de Dios.


F.E. 

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