jueves, 28 de enero de 2021
Episodio 28, Mis primeras impresiones de Puerto Rico
martes, 26 de enero de 2021
Soñar es ver las cosas invisibles
Soñar es ver las cosas invisibles
a distancia imprecisa, y, con sensibles
impulsos de esperanza y voluntad
buscar allá en la fría línea del horizonte
árboles, playas, flores, aves, fuentes:
besos que nos debía la verdad.
(Pessoa, fragmento del poema Horizonte. Mensaje)
viernes, 22 de enero de 2021
Julio Torres - Honduras
No todo es evidente. El dolor puede estar supurando ante nuestros ojos y puede tomarse como tema, bosquejo, estudio para la insensibilidad que, ahora con más insistencia, flota en el centro de las artes. Muchas veces me he preguntado sobre la materia oscura que sotiene a la poesía desde el más acendrado anonimato, muchas veces entiendo que los libros no son suficientes para encontrar a quienes, desde la oscuridad, anotan cuidadosamente el inventario de las cosas jamás contadas. He conocido la poesía de Julio Torres desde las misivas en morse que impone Honduras para comunicarnos, y en cada poema que me ha dado el privilegio de leer -algo que ya han hecho jurados en los concursos que ha participado y que no entiendo cuál fue el criterio utilizado para dejar en la sombra sus textos-, he podido sentir la contracción muscular de un cuerpo poético conciente de su propia fuerza. Hijo del Valle de Sula, su poesía nos llega desde el cieno de las inundaciones y desde las huellas profundas en todas las despedidas. No todo es evidente cuando una luciérnaga se abre camino en medio de la luz del día, como si fuera un ser humano perdido en la selva más espesa. Y aun más allá: aun no se ha dicho todo de la poesía hondureña, mucho menos cuando Julio Torres ya ha visto a los silenciosos artesanos puliendo cajas de música y se apresta a escribirlo o a captarlo en la fotografía.
Cartel
encontrado a la orilla de un cadáver
A quienes osen
abrir nuevos caminos
dejaremos ciegos,
para solaz nuestro
bailarán sobre
botellas rotas,
la primera ley: el
que persevera sangra.
Vigilaremos
a los de mirada profunda y libro en mano.
Negamos
absolutamente las voces del papiro.
Este es el nuevo orden: animal de sacrificio.
II
Una
oscuridad geométrica
Inmersión continua, recuerdos: un viejo cuadro con paraíso de leones y niños al mismo tiempo, las casas en que estuve,
vientres protectores,
un LP de Barbary Coast.
Electricidad en los huesos, deseos: crecer, crecer como
el humo, volver al agua cotidiana,
al amor primero
bajo los almendros
a los días en que
no sabía los nombres prohibidos.
III
Semblanza
Yo
vi puños en alto como jardines de furia, silenciosos artesanos puliendo cajas
de música, escuché palabras nuevas a la orilla de la penumbra,
vi
hombres y mujeres sedientos del agua clara de la verdad; la muerte era la
verdad
en el
índice de los guardianes del silencioabismo,
yo vi la espera,
tiempo de granito irrompible,
en el rostro
fatigado de mi madre a la luz de un candil.
IV
Oráculo
Hijos del cuchillo, ustedes que siguieron
el
rastro trémulo de los perseguidos, que labraron el miedo en la piel
de
los que entraban por las puertas-libro: nadie fue llamado por el oprobio de la
sangre. A quienes les fue arrebatado el árbol joven,
escribieron
en el polvo, — para ustedes —
la muerte como único signo de la infalible justicia:
que se morirían —dijeron—
con la paciente
muerte de todos
en algún punto
exacto del calendario.
III
Vespertina
Afilarse los
párpados
para
que nadie aplaste nuestras bocas, la tarde mide lo mismo
que
un cuerpo tibio entre las hojas, vamos juntos:
hay
que deshilachar el insomnio para dar
con la raíz de los sueños, seremos espera sin uñas, escalera de papel.
De las sobras del fuego haremos una luz.
II
Víspera
La noche susurra tu
nombre,
tu
cuerpo lejano teje y desteje los hilos del deseo, en la urdimbre de las palabras
mis máscaras yacen agotadas:
digo
héroe, inmortalidad, la nada, vasija o beso, voy del insomnio a la mudez,
péndulo de los días que me han sido concedidos.
Los que dijeron ausencia
no
se acercan al tamaño del vacío entre la casa y el mar que amarás.
VIII
Destiempo
una
camisa limpia para las horas
difíciles, nadie pule el poema antes de herirse
en el cristal roto del dolor.
IX
La sed
Abrir el grifo,
sentir
que el día se derrama. En otra parte del mundo una bomba
secó las tuberías.
El
desierto nos aguarda, somos siervos del dios
líquido.
X
Poética
«Morning has broken like
the first morning»
Cat Stevens
Con
la lámpara del pecho romper la mañana,
si bastara cubrir el sol
con
el desaliento de los días malos, habrá que golpearse el rostro
para que tiemble el espejo,
masticar alfileres para decir sangre,
echar andar el atanor del día,
transmutar la voz secreta de las cosas.
XI
Página en blanco
Asomarse
a la oquedad, puntos cardinales de ceniza, una luciérnaga hará camino en el
resplandor del mediodía, ningún remordimiento
por
los insectos que abrazaron el ojo de la vela, aferrarse a la insistencia:
la
visión de la roca ascendiendo a un hombre.
Episodio 27, El poeta al final del cometa
jueves, 14 de enero de 2021
Episodio 26, Blake muere en París a causa de un paparazzo
Entrevista a Eduardo Milán, Revista Bajo Palabra, México
-¿Se puede escribir una poesía regional y ser universal a la vez?
– Sí. Y ahora es muy probable que se cultive un poco más lo local con esta crisis, es una de las posibilidades de la crisis pandémica y sanitaria que también es humanitaria que estamos viviendo a nivel mundial. Lo local, creo, se va a redimensionar en relación a la globalización que teníamos y que tenía una parte falsa, y la parte falsa es la que creía que todos los productos a nivel mundial, lo cual es una fantasía, una cosa medio estúpida, iban a circular en pie de igualdad con el mundo; imagínese que un producto cultural de Nueva York tenga la misma circulación que un producto cultural etíope o de Ruanda o de algún lugar africano, eso es para dementes, no existe. Entonces, capaz que lo local ahora va a tener una redimensión y se va a colocar en otro lugar como valor de recirculación.
Sigue...
Gustavo Campos inaugura otra década
En los momentos más duros de la Resistencia al golpe de Estado, en el mismo año 2009, surgió una expresión que cundió como esperanza entre lxs jóvenes movilizadxs en las calles: "estamos ganando en el terreno de lo simbólico"... y la frase se regó mientras los soldados disparaban, machacaban, desaparecían encarcelaban. Los nombres de los asesinados iban pintando las mantas en las multitudinarias "marchas" que atravesaban las calles bajo los gases lacrimógenos en San Pedro Sula y Tegucigalpa y en cualquier rincón donde lo simbólico encarnado gritaba la consigna de resistir... porque... ya el terreno simbólico lo teníamos ganado. El defensor de derechos humanos de la diversidad sexual Walter Tróchez y el artista visual Renán Fajardo caían asesinados bajo la instauración de la locura y se sumaban a Pedro Magdiel Múñoz -asesinado simbólicamente por 42 puñaladas de yatagán militar- y a los maestros Roger Bados, Manuel Flores, Berta Cáceres y a tantos más.
Pero surgió otra muerte, menos impactante aunque paulatina, algo que solo Kafka pudo hacer premonición para la década que iniciaba: la del artista del hambre, el que sufre en su cuerpo la pérdida de todos los horizontes posibles. Comenzaron a parecer los fantasmas vivos: nosotrxs, entre las ruinas de un país demolido, nosotrxs reuniéndonos en la fiesta macabra de la inexorable miseria y el acorralamiento intelectual. Si el poeta Francisco Ruiz Udiel inició la década 2011-2021 desde Nicaragua, la dolorosa muerte del poeta y narrador hondureño Gustavo Campos nos inaugura la década 2021-2031 desde San Pedro Sula. Sí, hablo, maldita sea, desde lo simbólico.
¿Cuántos símbolos más le daremos a la dictadura de la anomia ? Ayer 13 de enero la OMS conmemoraba el Día Mundial en la lucha contra la Depresión, un día después de que un funcionario de la Secretaría de Salud de Honduras informara que se contabilizaba un suicidio por día en lo que va del 2021. El mismo día en que Gustavo Campos fallecía, en una muerte aún no aclarada ni declarada como suicidio, pero que sabemos que responde a un encadenamiento de hechos en la vida personal de Gustavo que, quienes lo conocimos, damos por sentado como una más de las víctimas de la anomia social. Conocía a Gustavo desde el año 2002 y de inmediato sentí su pulsación anímica creando un mundo paralelo donde la tristeza era infinita y donde la poesía representaba el único lenguaje que podría comunicar su trance. Él tenía apenas dieciocho años y aún no conocía Tegucigalpa. Nos conocimos en medio de un encuentro de poetas jóvenes que luego sería eje de ferocidades y contraminas en la saludable -y perversa- época creadora que lo asentaría como un poeta absolutamente comprometido en erigir obra. Recuerdo la primera vez que llegó a Tegucigalpa. Recuerdo con claridad esa noche en que toda la fiesta en Paradiso terminó subida en un pick up que nos daba jalón para subir hasta mi casa en Cerro Grande. Su alegría era pura y sorprendida. Gustavo estaba fascinado con la noche decadente de la ciudad y lo miraba todo con arrobo, desde los adoquines del centro hasta las enmarañadas cuestas. Me gusta -decía- me gusta. Tegucigalpa hizo sincronía con su paisaje interno.
Luego llegaron sus cuentos y sus novelas y premios y todo aquello que ya era inevitable: su mundo interior le estaba dando sustancia al desmoronamiento físico de la realidad hondureña antes de que el cataclismo político irrumpiera pragmático en todas nuestras vidas. Confieso que no me gustaba verlo cuando tomaba en exceso y que, en los últimos años antes de trasladarme a Puerto Rico, me alarmó sobremanera su cabalgata a campo abierto de la bebida. Sin embargo, en sus momentos de sobriedad -que fueron la mayoría en su vida- la tristeza que lo corroía lo elevaba a la estatura de un niño transparente. Hablaba con una franqueza total en un tono submarino. Se volvía tierno, sabiamente huraño. Un rockstar de goma entrevistado por un mal periodista. Esta no es historia desconocida para el circuito centroamericano. Sé que cada país del área guarda a su Gustavo y Francisco y casi podría asegurar que esa cofradía exclusiva de tocados por el sino señalado por Baudeliere, hubieran creado una explosión enorme en destellos oscuros si algún día se hubieran reunido en la misma mesa.
Otoniel Guevara fue el que me avisó de su muerte, casi al mismo tiempo en que Karen Valladares me escribía. Oto quería confirmarlo, completamente anonadado como yo y Karen me lo estaba confirmando, con la misma y durísima verdad que me entregó aquella noche del 1 de enero del 2011 cuando supimos la muerte de Fran. "¿Será que nuestro oficio real es el entregarnos estas noticias?", le escribí a Karen. Y pienso que el oficio de un poeta en la Honduras actual -y de siempre- ha sido el de un merovingio, el de un Virgilio que agarra de la mano al lector y lo traslada de un punto a otro antes de desaparecer entre las sombras. ¡Que otros disfruten de los dantesco y sus maravillas atroces! El poeta solo nos trasladó algo para que aprendiéramos a recorrer aquello que él atravesó ya varias veces.
La última vez que vi a Gustavo, el 6 de enero del año pasado, en un momento donde saqué mi peor lado y me ensarcé en una pelea en Bocaloba que lamento hasta el día hoy. Gustavo fue el que me sujetó para contenerme y no seguir hundiéndome cada vez más en la bajeza. "Fabri, no jodás, Fabri, qué triste, qué triste, calmate" me decía sujetándome con fuerza nada simbólica. Dos días antes de su muerte soñé que estaba en aquel mismo lugar y que, con Gustavo de testigo, le pedía perdón al amigo con quien me enfrenté a puños vulgarmente. Gustavo me miraba con tristeza. él desaparecía cuando despertaba. Bocaloba, Honduras entera desapareció simbólicamente cuando él comenzó a dormir, en otro sueño.
Y la dictadura de la anomia aún sigue ahí.
¿Cuántos símbolos más debemos entregar? ¿Qué década ha inaugurado, dolorosamente, Gustavo Campos?