miércoles, 23 de diciembre de 2020

Honduras: Mary Lester y su viaje al país, Rafael Murillo Selva

 

MARY LESTER Y SU VIAJE POR LAS HONDURAS HACE 140 AÑOS[1]

Una sombra de asombro cerró los ojos de Mary Lester cuando encima de su mula, terminó de abarcar la miseria del puerto. ¡Se lo había imaginado diferente!

Y es que cuando los cascos de las bestias se hundían en el fango, o levantaban polvo en la tierra reseca o se abrían camino en la maraña, en todas partes, por donde pasaba, desde Amapala hasta San Pedro Sula “la soltera” (Así se hacía llamar) observó cómo los macilentos y famélicos rostros de las gentes con la sola mención de dos nombres prodigiosos se transformaban e irradiaban una luz como solo sabe dibujarla la esperanza. Esas palabras “mágicas” se llamaban Puerto Cortés y el Ferrocarril Interoceánico.

 Se decían maravillas: Despegue hacia mejores tiempos, puerta dorada por donde entraría la riqueza. La fama del puerto y su ferrocarril trepaba hasta las crestas peladas de los cerros de tierra adentro. Para el pueblo hondureño ese riel milagroso que uniría los mares era la buena nueva que Dios enviaba al mundo con el nombre de Progreso. Al pueblo catracho, “el pueblo más macho” le tocaba también su partecita en ese gran “Proyecto Nacional”

Cuando se aseguraba que el préstamo estaba por llegar, que lo del proyecto era una realidad y que ya muy pronto... prontito el tren pasaría al lado de casas y de tierras, a los ingleses y al gobierno ya que esta vez, (era casi seguro) la pobreza se alejaría para siempre y con ello la derrota de un mundo ermitaño y pobre cuya semblanza tenía más parecido a la muerte que a la vida. La soltera acabó por consentir que vientos mejores se avecinaban para esta tierra que estaba recorriendo y que había anidado en su corazón.

Pero ahora que llegaba al puerto, una corriente de rabia cimbró su menudo cuerpo de maestra. Sus ojos no podían creer lo que miraban: chatarra amontonada, montañas de hierro en el muelle y en las calles, se asaban lenta pero seguramente bajo un sol que achicharraba. El milagroso riel, el ferrocarril interoceánico, dormían una siesta interminable. Pero no solo el hierro, la ciudad entera, al ritmo de un bostezo, se hundía entre el polvo y los pantanos. Eso era Honduras, el gobierno de Honduras, pensó Mary Lester. Este siempre quebrado país es un oasis para ladrones. Un ejército de buitres, prestamistas, ministros, licitadores, contadores y funcionarios de todas las calañas habían devorado casi la totalidad de los cinco millones, novecientos noventa y ocho mil libras esterlinas del crédito pedido a los banqueros de Londres y París. La construcción no podía continuarse y una deuda enorme, lastimaría como un fardo las espaldas de las gentes durante casi un siglo.

Sacudida todavía por la rabia, “la soltera” recordó los rostros buenos y sencillos que había encontrado en su dura travesía y pensó que una cólera más fuerte que la suya algún día les tendría que llegar. Para ese entonces cuando buscaba desde Puerto Cortés la manera de embarcarse hacia su lejana Irlanda, corría en el calendario el año de 1881.

 



[1] Texto inédito escrito en 1979.

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