Estas son las plabras de presentación que le escribiera al poeta costarricense Alfredo Trejos, para su poemario editado en el 2016, Crooner.
Cuando se hizo el contrato para el reality más atractivo de
la temporada, Trejos puso una condición: denme un escenario, el más solitario
de San José, y déjenme cantar lo que no canto en la ducha y mucho menos
mientras cocino mi soledad. Al recibir respuesta positiva, el crooner firmó;
con mucha elegancia sacó su pluma y comenzó a escribir -como pie de página a su
nombre- una serie de historias que los productores supieron interpretar como se
debía: eran historias, cada una de ellas, hechas poemas y guiones a la vez,
postales para el más clásico cine negro, el testimonio de un desencantado que
tiene la poco común capacidad de hacer ficción su vida real.
Desde ese momento, el show ha roto todas las marcas, y no
hay solitario que no haya asistido con su periscopio de u-boat a punto de ser
cazado por un Trejos que se sienta junto a Heminway con su escopeta lista. Mientras
tanto, pasan los amores, los juramentos sensatos de no amar más allá del vodka
con limón que insinúa el chino de la esquina. Trejos canta, y vuelve a llenar a
la poesía centroamericana de esa frescura vital que trae el reírse de uno
mismo, pone los discos olvidados y los poemas van dando vueltas y vueltas.
Nadie podrá estar a salvo –nos advierte- pero todos seremos salvos si tenemos
la capacidad de agarrarle aprecio a la rata que viene a vernos en la madrugada,
casi compadecida o quizá ella también hastiada de tanta lluvia y grave poesía.
Afredo Trejos es irrenunciable, “una ciudad de varias cosas al mismo tiempo”, una soledad que es un
caleidoscopio inquietante, un caballeroso unabomber que viene y dispara al
monitor sentenciando “esto no es un kareoke, carajillo, esto es un Crooner. El
reality show puede comenzar.”
Fabricio Estrada.
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