La dinámica de destrucción en la actual Honduras sucede en todo ámbito. Nada está ya bajo control, a excepción del patrón electoral para repetir los fraudes electorales que han llevado al poder del Estado -el mismo que ya no existe en su forma civil- a la organización criminal más devastadora del continente.
De esta forma, la destrucción se mueve en todas direcciones. La descomposición es tal que la misma naturaleza desata sus reacciones más violentas reconociendo que no hay control humano que pueda prevenirla o detenerla. Lo que pasa en los bosque hondureños debe elevarse a emergencia total: estas son las imágenes de un sector de los bosques en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional
La Tigra, entre Valle de Ángeles y San Juancito (a 40 km de Tegucigalpa), devastados por el fuego y por el gorgojo descortezador, el mismo que asola todo el territorio del país.
Da la impresión que la locura se asentó mientras la otra locura política juega al suicidio en "las urbes", ese conglomerado en que vivimos creyendo que la destrucción de los bosques y zonas protegidas sucede a miles de kilómetros de distancia en un país creado para vertedero de las peores consecuencias de la estupidez humana. Estoy llegando a creer, firmemente, que a este hermosa naturaleza le tocó una de las peores naciones, la más esquizofrénica, la más indiferente después de la aniquilación del espíritu indígena que lo habitaba y hacía santuario. Si algo queda para detener esto, no sé de cuánta fuerza contará para enfrentar ambas monstruosidades: la política paramilitar y la corporativa neoliberal.
Así se veían las zonas devastadas.
¿Para dónde huirán todas las poblaciones de la zona una vez que les llegue la vorágine?
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