Presento hoy Houdini vuelve a casa. Un poemario que dedico completamente a la memoria de mi querido poeta-hermano, ya fallecido, Francisco Ruiz Udiel, de Nicaragua. Luego de mucho tiempo reflexionándolo, volver a una poesía de íntimo fondo y forma ha sido un bálsamo que sólo encontré en Sextos de lluvia, mi primer poemario en 1998. Crear el silencio, que la palabra sea tan prístina como para sostener el silencio, el volver a una casa donde los signos más genuinos de mi búsqueda me permitieran abordar de nuevo el asombro ante la palabra y las imágenes casi dichas en una oralidad de susurros.
Luego de años inmerso en la actividad militante y la urgencia de poner la voz en escenarios donde el discurso golpeara, provocara, agitara, este poemario bien puede jugar con la definición de textos escapistas; y sí, de ahí viene gran parte del concepto como también el intento de explicarme las causas de la desaparición física de Fran. Un diálogo con él y su mar, el mismo que el pidió que imagináramos (el deber de todo poeta es imaginar el mar), para saber lo que las profundidades hacen del silencio y retomar, a la vez, la precisión y concentración necesaria para salir hacia el campo de vida o de muerte, como hacían los samurais antes de entrar a la batalla: escribir poesía, escribir espada, escribir movimientos simples y portentosos en la grafía, figuras de serenidad para sublimar el filo de sus armas.
Daniel Matul me ha enviado el prólogo desde Costa Rica, Mayda Colón la contraportada desde Puerto Rico. A ellos me confío para compartirles lo que de mi poemario han escrito.
La portada es de Gabriel Bulla, el gran creativo y diseñador gráfico argentino que también regresa por Tegucigalpa. Una maravilla de interpretación del texto. ¿El sello editorial? Pez Dulce, porque Rubén Izaguirre y Víctor Saborío son piedra angular en mis inicios.
Los juegos que inventamos con las manos
Dicen que Enrich Weiss, mejor conocido como Harry Houdini, inventó
juegos con las manos, abrió sueños con ciertas llaves y, tal como se amasa el
maíz entre los dedos, lentamente, le dio forma, volumen y color a ciertos
trucos para que la vida recobrara su sentido. Más allá de la apariencia,
siempre hubo una forma de volver al origen, de regresar al inicio, de hacernos
ver, como decía Rafael Alberti, que siempre habrá murallas que se quiebran con suspiros y que hay puertas
al mar que se abren con palabras.
El
truco como pretexto para volver a casa, para hacernos mirar más allá de lo
aparente, de lo superficial o de lo extraño. La ilusión que se presenta como un
acto maravilloso, como un instrumento forjado entre las manos para abolir,
derogar, dejar sin vigencia o anular esa norma establecida como verdad absoluta
a la que llamamos realidad.
Fabricio
Estrada, con sus manos, ha forjado la ilusión del poema para indicarnos un
camino. La alegoría del escape para volver al principio, para vernos a los ojos
sin ardides, ni falsas representaciones de lo que somos o es la vida.
“Las cadenas sólo fueron metáforas,
serpientes de ilusionista,
pretextos para burlar la vida.”
La
palabra, nos señala Fabricio en su libro, es el truco, es la técnica, la
herramienta, es el movimiento necesario para escapar de la camisa de fuerza, de
los candados, de las ataduras, de nuestras estúpidas formas de comportamiento
cotidiano.
“No es suficiente lo que veo y soy
para entender el accidente
que hizo de la estrella
una mala metáfora de lo
infinito”
Nos
hemos dejado atrapar en ataúdes, en cajas rodeadas de cadenas, en el fondo de
los centros comerciales, en las tristezas importadas, en las promesas globales
de felicidad; pero no hemos sido capaces de encontrar la salida al artificio de
esas realidades.
“Es como los globos
sí, como los globos que se
escapan de la feria
en un sorteo de tristezas,
es como sucede
cuando pasa
y ya.”
Harry
Houdini, astuto, mañoso, sagaz, supo que todo es un truco. Sumergido bajo las
aguas de una caja cerrada, como metáfora de una realidad dispuesta previamente,
él, a solas, mientras la gente abría los ojos, se reconciliaba, encontraba el
camino a casa, la vereda que lo devolvía a la realidad que dejamos de ver y cambiamos
por otra.
Es
por esa razón que a pesar del accidente en Albany o de los golpes propinados
aquella noche del 24 de octubre de 1926, Harry Houdini no abandonó su acto de
reconciliación con la realidad. Y por esa misma razón, por ese acto soberano de
valentía, por esa fuerza para abandonar la caja de agua, de esa realidad
inventada en la que nos sumergimos cotidianamente, es que Fabricio Estrada, tampoco
abandona la función y nos presenta –hoy- su manojo de trucos, su caja de
herramientas, para volver al inicio, para mirarnos desde un lugar fuera de la estandarización
y las reglas globales de comportamiento aceptadas.
“Que todo
todo era consecuencia del
poema
y no de la vida
que la vida era solo pausa
del implacable fragor del
poema
del irrenunciable estallido
del poema
solo pausa la vida
un lento movimiento
que conduce invariable hacia
otro poema
que se yergue
que se hunde
y mientras tanto aparece
queda su viento para habitarlo
su sol
su inminente presencia para
respirar
e intentar el siguiente acto.”
Daniel
Matul
Escritor
San
Juan de Tibás, Costa Rica, 02 de agosto
Houdini, el equilibrista, gusta de los viajes. A ese
divagar le acompañan su historia de idas y regresos. A ese lanzarse a la cuerda
le abanican: el espectro de la mirada a hacia adentro; la intimidad de la
ciudad propia, la necesidad de conocimiento del fenómeno de la patria y su
memoria. Houdini vuelve a casa es título que igual funciona como afirmación que
como ruego. Es el libro de una voz donde el poeta lanza su certezas de falso
equilibrio sobre su afirmación de hombre árbol. Expande con ese acto su honda de alcance, se lanza por tanto
sobre el poema, sobre el significado, sobre la palabra misma que se le vuelve
todo un mar donde al fin puede encontrar otro peces. Peces que también se
intentan balancear sobre los respectivos PH"s de sus aguas, y que viajan
por la línea imaginariamente sola y dura del verso. Es abriendo la semántica
que la voz poética logra paz en su tristeza, al encontrar el mar. Pero ese mar
tampoco se apacigua, amenaza con arrasar
el bosque, coquetea; se va y vuelve en su ola rítmica que todo lo inunda con
ímpetu, con su impredecible trapecio,
con su lluvia.
Es un mar que nos devuelve los dilemas de algunos versículos
bíblicos, pero también los versos y con ellos a los poetas amados, es ese mar
sin calma que nos devela una vez más la razón para la poesía. Nos devuelve a la
realidad de ser árboles pensantes, árboles que no pueden ser inertes a lo que
viven, a lo que nos toca atestiguar, en fin, árboles sociales que se doblan
para proteger y enunciar las razones que nos quedan para la lucha. Y es que un
verso puede ser alfiler, armamento de hombres como Fabricio Estrada, que nos
regala en la metáfora de ese volvernos a casa toda una cuerda firme y dotada de
ternura donde quizás sea posible el equilibrio de tanta cosa junta, sin que algo
de lo ajeno y de lo nuestro se nos escape entre las manos.
Mayda Colón, San Juan, Puerto Rico.
Agosto, 2015.
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