Nos vimos en Xela. La terraza estaba llena y todos nos despedíamos del frío con el mismo jolgorio del encuentro. Leticia sabe cómo hacer de una despedida la continuidad y el rito que ella asume sobre el escenario y transmite a todxs. Coincidía por primera vez con ella pero ya conocía su poesía y su solidaridad con las causas más dolorosas de nuestra Latinoamérica, de su México bellísimo que nunca deja de evocar, con todo y sus dioses idos, las diosas que acompañan el más largo adiós al Anahuac ya sin Huey Tlatoani ni quema de copal. En ese humo recreado van los versos de Leticia, brillante como la misma Cuatlicue que, aún despedazada, hace de la luna la luna que nos queda.
Más allá.
Desvestida de su bestial ropaje
el alma más allá de la muerte
ama
Feroz insensible y despiadado
el Tiempo nos acerca y aleja
de ese umbral
Oh danza macabra
estoica y pesimista
mi alma no envejecerá
más allá de la muerte.
Ciudad amate.
I
La ciudad es una estampa
que se niega a morir en el pasado
una telaraña que pende en el futuro
fantasma que se funde con los vivos
vivos que dormitan con sus muertos
En sus plazas circulan noticias
de hombres desaparecidos
huesos dispersos en el inframundo
de un desastre ecológico
donde alguna vez hubo un lago
un cielo transparente
II
Ciudad: pergamino de estrellas
cielos vagabundos
monolitos que desaparecen
por el callejón de San Ignacio
cruce de ríos que conducen al Mictlán
Ciudad cárcel Ciudad esclava
Ciudad damnificada:
Terremoto
Circo donde el domador no venció al león
los políticos se hirieron a sí mismos
y la mujer serpiente no tuvo nada de Coatlicue
Ciudad de antiguos mestizajes
Águilas del Anáhuac
Tigres de Guerrero
Chac Mool del Templo Mayor
Puente arrojado al tiempo
Ulama:
todos jugamos
tu eterno juego de pelota
III
Cuando el smog viste de hollín a la tristeza
la ciudad huele a viejo a caño y alcantarilla
en los caminos cotidianos de su tránsito
IV
En el espíritu ocre de México
la nostalgia brota de las faldas ancestrales
del Popocatépetl
V
En la Plaza Mayor
el tzompantli es una llaga
las fauces de los dioses
la invisible entrada hacia otros cielos
Desde los peldaños de la muerte
Mictlantecuhtli hurga en viejos cráneos
de la ciudad amotinada.
La constelación de Scorpio.
A Eduardo Balderas
y José Agustín Ramírez
La muerte de John Lennon nos tenía afectados
De las botellas del alba bebíamos
escuchando Imagina y Den oportunidad a la paz
La casa era una constelación a punto de extinguirse
de sucumbir en las aguas rojas de la noche
Como siempre
nos deseábamos en oleadas de antiguas emociones
alguien dijo que lo podíamos ver
en un viaje de hongos amanita muscaria
John Lennon toca su guitarra
y todos lo acompañan haciendo coros
Nadie ríe
irremediablemente estamos tristes
En la entrada del baño
dos mujeres se besan
un escritor de ciencia ficción se cree astronauta
y flota
Los enamorados dibujan un grafiti sobre la pared:
¡Lennon te amo!
La casa es la constelación de Scorpio
aguijoneándose a sí misma
Retorno citadino.
I
Regreso a la ciudad de muros salitrosos
mi casa sucumbió entre sus últimos peldaños
como si un terremoto oculto derrumbara
sus más ínfimas entrañas
El manzano siguió en pie
germinando lo que aún queda de savia
y vida en mi simiente
II
Afuera llueve endemoniadamente llueve
los granaderos irrumpen en la Marcha
cuando nos cobijamos con pancartas y carteles
Vieja ciudad: en ti he forjado mis esfinges
harapienta memoria en arpa de maldades
(golpes en el preludio de cualquier insurrección)
Vieja ciudad: tu rabia se me incrusta
como daga de sollozos
Desierto de Arizona.
A Mara Cruz, Selene Rose y Charlie Moon,
mis sobrinos.
Son bellos los animales
que forman las pocas nubes de Phoenix
sus espejismos y carretera sideral
La tarde calcina este recuerdo de pájaros
y poblados lejanos del Oeste
crestas de saguaros y montañas
coronadas por cuatro picos
En Mazatzal cerros de grandes rocas
más adelante
m e z q u i t e s
cenotes y filtraciones de agua en Montezuma Castle
bosques petrificados vientos de whisky
Route 66
y praderas pobladas de cactus
Hace más de doce mil años
el hombre registró su huella en esta tierra
y su escritura aún es leída por el viento que hace silbar
las piedras rojas del Desierto
Cruce.
I
Ánimas del Desierto
en la sequedad de la tierra caliza
cae la lluvia
cuando la noche arribe
los mojados harán de la tormenta
su casa
II
Nube roja:
con un parpadeo de gotas
curas las heridas que deja el sol
En el desierto húmedo de Wilcox
la luna guiará la sombra
del migrante
Cuando llueve tu poema.
Al poeta Felipe Granados
Hay algo en tu poema
que me hace leerlo antes de dormir
repetirlo al cruzar los parques
y soltarlo por el mundo cuando llueve
cuando llueve
consuela a los enfermos de melancolía
los enamorados suplican
por sus versos húmedos
y los perros lo olfatean
en los charcos sucios
de la vieja Roma
hay algo en sus palabras
que me invita a navegar
pero este barco tiene grietas
y no llegará a Paraíso de Cartago
ni podrá hacer frente a los gansos
ni a los vendedores de caramelos
en la calle de Dolores
Hay algo en tu poema
que me invita a festejar
aunque esto no sea un hidrofaltante
la laguna sepultada bajo el suelo de México
o la promesa de un diluvio que no llega
tiene algo de oración de vieja plegaria
una burbuja un tragaluz
la sonrisa de Nick Cave o el gatito de Tino
que me hacen sonreír y creer que por fin
hoy no llueve
Conmoción del verbo.
A Roberto Sosa
Son los pájaros del amanecer sobre Tegucigalpa esta noche
que en sus destellos sonoros guardan un mecanismo de
[mar
que vuela hacia la herida de su despeñadero sordo
Es el viento triste de Tegucigalpa esta noche
el hermoso Sacrificado de un Viernes Santo
el costillar ineludible de una estrella
que prende su brasa enceguecida
en el cuerpo mortal del Día
Barrio de la Leona, Honduras
Abril de 2006
Tiempo mío.
A Ramón López Velarde
La vida dura
las estaciones se suceden
una tras otra
casi hipnótica
duración del instante
en que anduve
sonámbula
buscando a los astros
su fuego ardiente
y el crepitar del pájaro
que muere en sí mismo
sin encontrarse
Y comprender
que cada huella
de la corteza del árbol
necesitó 33 días
para nombrarte
para verte girar
perlas de luz
De llama y agua
los hombres
las yeguas
la ondulación de los segundos
¡Viento que me ves nacer!
Me esfumaré en el rompecabezas
que soy
que vivo
Tiempo que verás mi fin
en el centro de tu ondulación
respiro
Declinación de la aurora.
A María Mercedes Carramza
y Aurora Marya Saavedra
Recibe en tu seno, María, a todas las poetas
a las que entre cartas y papeles fallecieron
con las manos manchadas por la tinta
del último poema
Benditas las que mueren solas
—con tan sólo la Palabra—
benditas las desterradas y las sabias
las que hablando con el aire
cortaron las cadenas de este sueño
y en su huida encontraron la absolución final
Benditas las fervientes y las tristes
las que alargando aún la voz
no pudieron hacer la última llamada:
Eunice, Alfonsina, Rosario,
Sylvia, Virginia, Alejandra,
Norma, Enriqueta, María Mercedes,
Blanca Margarita y Aurora
Señor Dios:
¿Por qué las auroras son tan inciertas?
Benditas mil veces benditas
las poetas que se van
Posdata
La poesía de Leticia Luna (México, 1965), atravesada
por la estela del erotismo, lleva como mascarón
de proa el roce de los cuerpos olfateándose, esa silueta
que se arma y se desbarata en cada texto. De ese mismo
núcleo va a desprenderse tanto la plenitud como
el desamparo; si el agua aparece aquí como símbolo
de movimiento, fertilidad, circulación, posibilidad de
ir y ser en el otro, la ceniza será el signo de lo inerte,
lo desértico, la soledad. Así, Fuego azul. Poemas 1999-
2014, se ramifica en gestos de vida y muerte; una bifurcación
que asume lenguajes que van del lirismo a
la jerga urbana en un discurso enriquecido por juegos
tipográficos e imágenes restallantes.
Esta poesía que se mueve con amplia libertad, se encuentra
en un cruce de coordenadas entre el Efraín
Huerta de “La muchacha ebria”, “Declaración de
odio” y otros textos suyos que rondan la temática
de la ciudad de México, y la Rosario Castellanos de
“Jornada de la soltera” y “Destino”. Pero también con
una adherencia que refuerza su signo vital y popular:
la trova mexicana expresada en una rica tradición de
autores como José Alfredo Jiménez. En uno de los
poemas más logrados del libro, la autora escribe: “La
vida es una fila larga de tequilas dobles/ y una canción
ranchera bajo el brazo”.
Una de las presencias fuertes de la obra que nos ocupa
es la ciudad de México, bella en sus recovecos pero
también inmensa plaza del anonimato en su desmesura:
“donde alguna vez hubo un lago/ un cielo transparente”.
Lluvia de hollín, “ciudad cárcel/ ciudad esclava”,
tumba de las ausencias. Un sitio adornado con
las guirnaldas fatuas de la modernidad, pero también
por los relámpagos de un pasado precolombino que no
deja de asomar con sus deidades, rituales y ceremonias.
Así, cruzan por estas páginas: Mictlantecuhtli,
Xólotl, el tzompantli; el señor del inframundo junto al
dios que representa al lucero de la tarde en un escenario
de sacrificios humanos, la decapitación.
Lo dije al inicio, el erotismo, en los libros de Leticia
Luna, es otro de los núcleos de su escritura., debatiéndose
entre sombras de ceniza y cuerpos de agua,
maleables, amables, al tacto y la caricia. En el lugar
del goce, allí donde se borran las fronteras, todo es
oceánico, mar (“polvo de semen marino”), espuma,
marejada, oleaje que reúne el yo en el tú: “nuestros
nombres besándose despacio”. Cuerpos con fe de enredadera,
serpenteando en imágenes rotundas como
la que sigue: “Somos dos animales hambrientos de
seo / Nada es sucio, me dices / mientras cabalgas en mi
cuerpo/ y la violencia de nuestros sexos enjoyados /
florece como espigas”. Los amantes participan de una
pasión que es cacería.
La contracara será un ramo de ausencias. Y de nuevo
el desamparo, el desgarro en ese jardín de orfandades
que es la ciudad. Y en el mismo naufragio, unos versos
de la costarricense Eunice Odio a modo de epígrafe,
incrustados en un brazalete de brasas extinguidas: “Y
me ha dolido amar a trechos/ impenitente y sola”.
Coautora de una interesantísima compilación en tres
volúmenes de poetas hispanoamericanas que reunió
la producción de “Trilogía poética de las mujeres en
Hispanoamérica (pícaras, místicas y rebeldes)” desde
el Siglo de Oro hasta las últimas promociones, Leticia
Luna (quien en “Declinación de la aurora” brinda por
“las desterradas y las sabias”) da un tono que reúne
mordacidad, intensificación de la vida interior, reapropiación
de símbolos femeninos, combatividad y oralidad
extendida. En esa línea asume la voz de la calle,
entona un bolero y un blues, se une a “la explosión interna/
de la máquina que suda rock”, entra a la cantina
y pide un caballito de tequila. Porque es justamente
allí, en ese ámbito callejero en el que se desarrolla gran
parte de la vida de las ciudades de México —con sus
bullentes plazas y mercados, y el desfile de sus hombres
y mujeres enfrascados en sus mil oficios diferentes—
donde habita la musa que se va “de tragafuegos” y es,
según la autora, la única brújula frente a todos los caos.
Dentro de esa convicción/obsesión están los mejores
momentos del libro: en el manejo de los silencios de
“Del manantial secreto de la lluvia”, en el hondo lirismo
de “Geografía de la ausencia”, en la soltura del
coloquio urbano de “Tequila doble”, en las imágenes
plenas que dicen, por ejemplo: “mi rostro es una estrella
que oscila/ en la orfandad del mundo”.
Tengo para mí que Fuego azul. Poemas 1999-2014, nos
da una voz de alta temperatura emotiva, tan necesaria
en un tiempo en que sobreabunda en la poesía un aire
de comentario anodino, insustancial; esa vocación de
indiferencia que ha instaurado una nueva modernidad
cuya bandera es la apatía. En la contracara de la
indolencia está la aventura creativa de Leticia Luna,
su remar sobre silencios, alaridos, ruegos y susurros,
hasta arribar a una orilla que es también un nombre
convertido en “sangre/ del cuerpo/ del poema”.
Jorge Boccanera