Con Zadick tenemos pendiente un "zafari antropológico" -como él lo llama- a los laberintos en los grandes mercados de Comayagüela y un ascenso dantesco a los círculos del barrio El Pastel y la Zapote Norte...mientras tanto practicamos el encuadre, la esencia de la luz y el respirar acre en el puesto de baleadas de El Guanacaste. No hay temor, es la pura vibra de la madrugada en el ya instaurado after party de la cancha de baloncesto.
Y ahí comienzan a llegar las jaurías de la tristeza, los hermanos lobos que el mar de la madrugada devuelve y deja yaciendo entre las sombras. Alisto la cámara. Zadick me ha comenzado a contar sobre su cuento y se interrumpe para darle coro a una barra brava improvisada de su Olimpia. ¿Puedo tomarles la foto? claro! y que Zadick siga contando lo que ya comenzó.
Gary observó todo en slow motion, escucho el conteo 1, 2, 3,4. Alcanzó a ver a dos desconocidos, como si fueran fantasmas o sus entrenadores, sintió un ligero líquido corriendo rostro desde sus fosas nasales, este no era verano. Recordó su infancia en Londres, “¡sí, escuchá esta banda, es de puta madre!. Fuck si, fuck qué pijudo!” aquella banda nunca lo iba a dejar solo. 1,2, 3, 4 escuchó, se levantó recordó donde estaba.
Estaba en el ring de La Puerta Negra, alguien lo escupió. “¡Hijo de puta, hijo de puta! ¡levántate perro!”. Gary, vió, tocó el lugar delante de él, un huesudo animal espigado. Siempre -se dijo para sí- estos tipos vienen revestidos con una capa de titanium frijolero hasta sus venas.
Fuck, fuck aguardiente, un par de hechizos del viejo chamán. Estiró la pierna, vió sus viejas botas florsheim ya gastadas. Roma. Marruecos. Utila. New York, New Orleáns. Tegucigalpa City. “Ahora no vuelvan a fallar” dijo mientras se levantaba. Con un intenso dolor en el tabique ésta es la última pelea, por hoy. Se cuadró, dio un par de saltos vio a su contrincante moverse como un animal enjaulado. La espalda marcada de cicatrices, “un raya mas para el tigre” pensó. Tiró un recto, para mantener la distancia; sabía que los tipos espigados no van a la lucha, recordó el equipo de lucha de la universidad, el campeonato estatal, la cuerda. El sudor. Deslizó su rodilla entrando por debajo de las rodillas del enemigo. Lo tomó de la cintura y metió su cadera hacia dentro para darse impulso, cerró los ojos vio volar una vara sobre su pecho, cayó y tiró tres jabs hacia el espigado que al menos pudo anularlo un momento.
Se escuchó un silencio dentro de la sala. Aquel tipo sangraba, había sido embestido por un viejo búfalo, era hora de los golpes. Sintió un ligero silbido hacia su sentido, “fue un tomahawk directo hacia mis sentidos” –se dijo-. Cayó sobre su eje, propio, directo hacia el suelo y aprovechoó la misma onda de choque para levantarse aturdido.
El tipo espigado, jadeaba. Gastaba sus últimas fuerzas. Descargaba aire, al disparar sus obuses, silbido acá, silbido allá. Gary se sintió como una fortaleza sitiada por buques piratas. Hasta que vio entre la borrasca un claro, entre la avalancha de puños, un claro, hacia su exacta barbilla.
Se dejó ir con todo, un gancho que lo sembró entre la barbilla y el cuello. Todo, todo el mundo gritó. “¡Esa mierda compa!”y al ver al otro tipo de pelo de púa, con la cara de militar de baja, todos callaron; alguien se acercó a Gary , “esta vivo” – dijo alguien-. Entre varios chavales lo cargaron hacia un cuarto. Todo era silencio mientras aquel tipo se retorcía en el suelo duro de la azotea de La Puerta Negra, ese viejo bar de irlandeses. Gary se desplomoó, “qué tipo más duro”,se repetía viendo sus manos hinchadas; sentía su rostro dilatarse entre fuego y explosiones. Sobrecargado de adrenalina todavía, gritó que “¡quién era el hijo de la gran puta!” que lo había insultado, “¡lo voy a deshacer!”. Sólo hubo susurros y miradas hacia abajo. El Glenn le dijo, enseñándole el fardo de billetes: “Calmate. Acá está tu dinero, hoy ganó la casa”. El Glen, siempre creyó que Gary pertenecía a una especie de mafia chechena; que algo lo había desterrado del trópico...
Aún, la adrenalina en su cuerpo caliente. “No hay peor droga, que ésta: el rush” dijo. Seguía balbuceando cuando le llevaron una Port bien helada que se tomó hasta el fondo. “Tenia seco el radiador” le dijo alguien. Tomó otra cerveza sintiéndose como un viejo rock star.
De él existían miles de historias. Había sido criado en un manicomio, había vivido en la jungla de la Mosquitia, que era un antigua guerrero de las guerras floridas, último descendiente de los brujos de Nuevo Méjico; que cuando tenía 13 años había cruzado el Norte unas mil veces, solo; que era un tesón renegado.
Estaba en el ring de La Puerta Negra, alguien lo escupió. “¡Hijo de puta, hijo de puta! ¡levántate perro!”. Gary, vió, tocó el lugar delante de él, un huesudo animal espigado. Siempre -se dijo para sí- estos tipos vienen revestidos con una capa de titanium frijolero hasta sus venas.
Fuck, fuck aguardiente, un par de hechizos del viejo chamán. Estiró la pierna, vió sus viejas botas florsheim ya gastadas. Roma. Marruecos. Utila. New York, New Orleáns. Tegucigalpa City. “Ahora no vuelvan a fallar” dijo mientras se levantaba. Con un intenso dolor en el tabique ésta es la última pelea, por hoy. Se cuadró, dio un par de saltos vio a su contrincante moverse como un animal enjaulado. La espalda marcada de cicatrices, “un raya mas para el tigre” pensó. Tiró un recto, para mantener la distancia; sabía que los tipos espigados no van a la lucha, recordó el equipo de lucha de la universidad, el campeonato estatal, la cuerda. El sudor. Deslizó su rodilla entrando por debajo de las rodillas del enemigo. Lo tomó de la cintura y metió su cadera hacia dentro para darse impulso, cerró los ojos vio volar una vara sobre su pecho, cayó y tiró tres jabs hacia el espigado que al menos pudo anularlo un momento.
Se escuchó un silencio dentro de la sala. Aquel tipo sangraba, había sido embestido por un viejo búfalo, era hora de los golpes. Sintió un ligero silbido hacia su sentido, “fue un tomahawk directo hacia mis sentidos” –se dijo-. Cayó sobre su eje, propio, directo hacia el suelo y aprovechoó la misma onda de choque para levantarse aturdido.
El tipo espigado, jadeaba. Gastaba sus últimas fuerzas. Descargaba aire, al disparar sus obuses, silbido acá, silbido allá. Gary se sintió como una fortaleza sitiada por buques piratas. Hasta que vio entre la borrasca un claro, entre la avalancha de puños, un claro, hacia su exacta barbilla.
Se dejó ir con todo, un gancho que lo sembró entre la barbilla y el cuello. Todo, todo el mundo gritó. “¡Esa mierda compa!”y al ver al otro tipo de pelo de púa, con la cara de militar de baja, todos callaron; alguien se acercó a Gary , “esta vivo” – dijo alguien-. Entre varios chavales lo cargaron hacia un cuarto. Todo era silencio mientras aquel tipo se retorcía en el suelo duro de la azotea de La Puerta Negra, ese viejo bar de irlandeses. Gary se desplomoó, “qué tipo más duro”,se repetía viendo sus manos hinchadas; sentía su rostro dilatarse entre fuego y explosiones. Sobrecargado de adrenalina todavía, gritó que “¡quién era el hijo de la gran puta!” que lo había insultado, “¡lo voy a deshacer!”. Sólo hubo susurros y miradas hacia abajo. El Glenn le dijo, enseñándole el fardo de billetes: “Calmate. Acá está tu dinero, hoy ganó la casa”. El Glen, siempre creyó que Gary pertenecía a una especie de mafia chechena; que algo lo había desterrado del trópico...
Aún, la adrenalina en su cuerpo caliente. “No hay peor droga, que ésta: el rush” dijo. Seguía balbuceando cuando le llevaron una Port bien helada que se tomó hasta el fondo. “Tenia seco el radiador” le dijo alguien. Tomó otra cerveza sintiéndose como un viejo rock star.
De él existían miles de historias. Había sido criado en un manicomio, había vivido en la jungla de la Mosquitia, que era un antigua guerrero de las guerras floridas, último descendiente de los brujos de Nuevo Méjico; que cuando tenía 13 años había cruzado el Norte unas mil veces, solo; que era un tesón renegado.
Pero nunca salió de su boca que era hijo de un diplomático que nunca lo reconoció, que había viajado por los siete mares y los lugares más recónditos de la tierra; Que se había casado con una antropóloga francesa cuya búsqueda era robarle su poder indio y entregárselo a un estado europeo. Un sin fin de historias giraban alrededor de el. Desde las mas absurdas como la que había corrido un derby en el Estadio Nacional mientras jugaba el glorioso Olimpia, que era un ex porn star, que era coca maníaco, que había conocido los mejores spa del mediterráneo, que fue guardaespaldas de Mike Tyson...todo un mito urbano. Pero del el jamás salió algo, ni musitado, ni una palabra sobre su propia vida.
“¡Puta con éste tendré por lo menos unos dos meses de descanso! Hoy dormiré con un güirro, dormiré caliente” - se dijo.
“¡Puta con éste tendré por lo menos unos dos meses de descanso! Hoy dormiré con un güirro, dormiré caliente” - se dijo.
Caminó entre la multitud y renqueando como carro viejo, sintió que emanaba poderes mágicos mientras la gente lo contemplaba entre el furor y el miedo. Buscó un lugar donde estar sentándose en un viejo sofá del bar y se puso sus lentes de sol. “Un día de estos dejaré todo atrás; un día sos el caos, el siguiente la plenitud del orden”. Liándose un buen porro escuchó que en el bar comenzaba el intro de Sweet child of mine…
3 comentarios:
Puro queso. Zadick es el narrador que le hace falta a Tegus para convertirse en la Metrópolis de lo salvaje. Su obra es un estudio antropológico y sucio de un devenir que está aquí desde hace tantos años... No hay futuro en sus palabras, son una reseña de lo absoluto.
Yo creo que el mito urbano es Zadick y que sus letras me caen en el cuerpo como sangre que derrama el suyo después de un gancho y que yo estoy abajo, contiguo al cuadrilátero, con un wisky doble, la visión nublada y pequeños fragmentos en que alucino que soy yo, que ese golpe es lo que siempre he sido.
ese maje esta loco
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