Presentación:
Quisiera iniciar
esta reseña desde el signo titular del libro, “Desde Lares”, y esto porque
desde esa primera impresión de lectura el autor nos está diciendo en qué
momento inicia la historia de liberación, independencia, o anexión, o
asimilación o estadidad fallida puertorriqueña. No hay forma de evadir la gesta
y simbolización que significó Lares para este país que aún se debate entre
nombrarse patria o nación… o ninguna de las anteriores, como se incluyó
en la papeleta del segundo plebiscito del año 1998 en busca de definir, una vez
más, el Estatus de la isla.
Carlos Gallisá
(Camuy, 1933-San Juan, 2018), fue dueño de una dilatada militancia en pro de la
independencia y, también, voz formadora de opinión política a través de su
columna en el periódico Claridad, como igual fue presencia permanente en el
programa radial Fuego cruzado, en la WSKN-AM. Su abordaje de análisis es
sentencioso en todo el libro y denota un grado de frustración comprensible a
medida que se va leyendo la larga historia de derrotas y esperanzas en la lucha
por la supervivencia de Puerto Rico como ente nacional. Y, sin embargo, Carlos
Gallisá es capaz de mantenerse ecuánime y de apuntar con precisión hacia los
momentos cruciales donde se perdió la oportunidad de independencia o se abrió
una coyuntura vergonzosa aún existente.
Me atrevo a decir vergonzosa,
porque cada día que pasa Puerto Rico bajo el dominio colonial estadounidense,
es, ciertamente, una vergüenza histórica que no se puede dejar de sentir ni
obviar, no solo en Latinoamérica, que no alcanza a dimensionar aún cuánto ha
resistido Puerto Rico por ella, sino para todo un concierto de naciones en el
mundo que permiten semejante condición oprobiosa mientras niegan, por ejemplo,
la reunificación de Taiwán con China, pueblos de una misma raíz cultural
totalmente en contraste con lo disímil de Puerto Rico respecto al sentido
cultural anglosajón de Estados Unidos.
El
oportunismo como estrategia nacional
Aquel 23 de
septiembre de 1868, en Lares, ha debido repetirse una y otra vez, parece
decirnos Gallisá, tanto como la fecha 25 de julio se repite en la refinada
maquinación de ocultamiento al día en que el Puerto Rico de la corona española
fue invadida y conquistada por los Estados Unidos, en 1898. Pero si debe
repetirse la fecha, entonces, se tendrá también que recordar las oportunistas
traiciones de Muñoz Rivera y de Luis Muñoz Marín, y por supuesto, tener
presente la fulgurante estrella apagada de Albizu Campos.
Este es el
recorrido de cabo a rabo que nos ofrece Gallisá, y son tantos los datos
luminosos demostrados con gran autoridad en el tema, que la “sola estrella” que
casi rozaba la independencia de España con la Carta Autonómica de 1897, parece
multiplicar sus traumas con mayor intensidad desoladora que todos los países
latinoamericanos juntos. Gallisá nos presenta como punto de partida la mejor
caracterización que he leído sobre cinismo político, y la caracterización está
hecha sobre Muñoz Rivera, de quien Rosendo Matienzo Cintrón llego a decir “que
era capaz de ponerse al frente de cualquier mayoría”, todo con el fin de llevar
hasta las últimas consecuencias el ideario autonomista que fue barrido por la
invasión estadounidense. Y por supuesto, al ocurrir la ocupación, Muñoz Rivera
habría de fundamentar el adn de la política calculadora de las élites criollas,
y lo haría con la siguiente declaratoria servilista:
“Por lo que a
nosotros toca, aspiramos a la pura satisfacción de que los Estados Unidos al
fijarse en estos dominios suyos, se convenzan de que aquí hay un pueblo
sensato, dócil, digno de que hasta él se extiendan las conquistas de la
Democracia, que han hecho tan grande a la patria de Franklin y Linconl”.
Sin embargo, ante los
hechos duros de la ocupación militar, todas las disquisiciones anteriores, y
que se dirigían a tratar de establecer una posición hacia la independencia de
la corona, se transformaron en una compleja búsqueda de identidad ante el nuevo
amo, mismo que en sus tribunales, y sin saber qué opinar con exactitud para
disimular su acto de conquista, determinó -tanteando- que “los boricuas eran
unos nacionales (“Nationals”) al igual que los indios nativos de Norteamérica
en el siglo XIX. Gallisá nos explica en este punto que “esta clasificación había
sido utilizada en 1844 por el Tribunal Supremo de Estados Unidos para designar
a los indios no pertenecientes a tribu alguna… y al “nacional” no se le
reconocen los derechos que tienen los ciudadanos de formar gobierno y
participar en el mismo”.
No hace falta
mucho análisis para ligar esta definición al pensamiento que ya utilizaron como
dilema los invasores españoles al momento de reconocer si los habitantes
“nativos” (los buenos salvajes) tenían alma o no.
Fanon
presente
Carlos Gallisá tiene
un especial interés en demostrar los mecanismos psicológicos del colonizado
puertorriqueño y cómo estos han determinado sus principales decisiones políticas
retardantes que lograron crear la cultura de, como él le llama, “la guerra
chiquita de interminables discusiones partidarias”. Para ello hace mención
constante de Frantz Fanon, psicólogo y filósofo político de Martinica
(1925-1961), mundialmente conocido por su libro “Los condenados de la tierra”.
Es por eso que Gallisá se detiene en resaltar declaratorias de Muños Rivera que
revelan el sometimiento y las líneas generales con que se asumió la invasión de
1898 y, por supuesto, las consecuencias de éstas, retadas tan solo por la
indignada y valerosa aparición de Albizu Campos, treinta años después.
Siendo Muñoz
Rivera Comisionado Residente en Washington, llegó a expresarse de la siguiente
forma, aun estando su expresión en medio de un fogoso discurso en defensa de la
participación política, en pleno derecho de ciudadanía (obtenida con la Ley Jones
en 1917), de Puerto Rico en las decisiones de Estados Unidos:
“La plataforma
democrática de Kansas City declaró hace catorce años, que ‘una nación no puede
ser largo tiempo imperio y mitad república’, y que el imperialismo en el
exterior conducirá rápida e inevitablemente al despotismo en el interior. Esas
no son frases puertorriqueñas, reflejadoras de la impresionabilidad latina, son
frases americanas reflejadoras del espíritu anglosajón, calmoso en sus
actitudes y celoso, muy celoso de sus derechos”.
En otro pasaje del
libro, al detallar la Base quinta del programa del partido “Unión de Puerto
Rico” (febrero de 1904), recalca este extracto lastimero, necesitado e
impotente (nótese la denominación “isla” comparado con el largo y pomposo
nombre que se le otorga al conquistador en dos ocasiones en un solo párrafo, y
además con ínfulas bilingües bastante tempranas):
“Declaramos que
entendemos factible que la Isla de Puerto Rico sea confederada a los Estados
Unidos de la América del Norte, acordando que sea ella un Estado de la Unión
Americana, medio por el cual puede sernos reconocido el self-goverment que
necesitamos y pedimos”.
Sin lugar a dudas,
los nuevos amos captaron de inmediato este sometimiento de las élites políticas
a lo largo de los años, al punto que el congresista Fred Crawford decía, en el
año de creación del ELA, que
“en ningún
momento he pensado siquiera que Puerto Rico pudiera jamás sustentar la condición
de estado. Sin duda, Puerto Rico no puede sustentar ningún tipo de
independencia. Tendría que ser un títere de algún otro país…”
Pedro Albizu
Campos y Luis Muñoz Marín
Cuando Gallisá
aborda estas figuras inseparables del destino político puertorriqueño, diría
que lo hace abriendo un doble paréntesis ((uno dentro de otro)), porque llegan
a ser indistinguibles en su radicalidad de visiones, por mucho que se quiera asignarle
a Luis Muñoz Marín una visión pragmática y mediadora con Washington. El enorme
fervor de Albizu al final es contenido por los límites que le impone la
cercanía de Muñoz Marín con altos personajes de la política de Washington, en
un momento en que el independentismo nacionalista estaba en su mejor apogeo.
El clímax de esta
situación tensa e inevitable en su colisión sucede en la insurrección de 1950,
fecha que es espejo del Grito de Lares, con todo y su derrota simbólica. Los
fervorosos discursos de Albizu Campos fueron esenciales para mantener en alto
la decisión de lucha a toda costa y al final, trascendieron su muerte, ya que,
a mi parecer, su retórica alcanzó vuelos globales, humanísimos e imposibles de
dejar a nadie indiferente. Gallisá recoge un extracto del discurso de Albizu a
su regreso de prisión federal, el 15 de diciembre de 1947, y en él concentra
toda la conciencia que el mismo Albizu tenía de su propia dimensión, tanto al
hablar como en el callar como un llamado a actuar:
“Yo confío en
no venir a pronunciar muchos discursos en Puerto Rico. No he venido a
entretener a mi pueblo. No. Yo no soy un artista. No quiero aplausos. Oíd bien.
He venido aquí porque yo no creo en el exilio voluntario. He venido porque mi
patria, esclava, como está hoy, es donde está mi deber y nadie debe rehuir de
la madre enferma y lisiada, porque es entonces cuando más necesita el amor de
sus hijos”.
La palabra
“Patria”, entonces, se erigía como estandarte de lucha, y en cambio Luis Muñoz
Marín, la encerraba a sangre y fuego en el paréntesis de un frío acrónimo: ELA
(Estado Libre Asociado) a tono con la sempiterna ambigüedad de significados y
tan cercano a los gustos con que los estadounidenses nombran lo insustancial,
pero muy corporativo.
Y es que Gallisá
también utiliza con toda intención la palabra comprar para referirse al
producto que vendió Muñoz Marín: “La mayoría del pueblo de Puerto Rico “compró”
la oferta del ELA de Muñoz, presentada como el comienzo de un proceso para
adquirir mayores poderes políticos sin cerrarse puertas a ningún otro estatus”,
y esto lo hace para definir la vocación puramente capitalista en la visión de
desarrollo que se le vendió -a alto precio- a Muñoz Marín en Washington.
La estadidad
jíbara
A partir de este
momento, como lo afirma Gallisá, todo se orientó al impulso de una
modernización descarnada y entreguista, sin ningún viso de independentismo,
pero paradójicamente, muy folclorizante. Y es que se folcloriza a una nación
cuando se busca minimizar las visiones de una patria insertada en el concierto
de las naciones. El orgullo identitario es mirarse al ombligo y a la vez
entregar al turismo del amo los rasgos y expresiones típicas-nativas como un
agrado que busca aceptación. Para 1964, nos dice Gallisá, sucedió “la
inscripción del Partido Nuevo Progresista (PNP, contendiente del PPD
muñozmarinista) con gente nueva en su dirección y, sobretodo, con un nuevo
discurso anexionista montado sobre lo que se llamó “la estadidad jíbara”. En
ese nuevo acercamiento el anexionismo se distancia de la “americanización del
puertorriqueño”.
Y fue en esos días
en que Luis A Ferré “adoptó la consigna de distinguir entre patria y nación,
siguiendo la recomendación de un conocido analista político. Para los
puertorriqueños, según Ferré, la patria es Puerto Rico, y la nación Estados
Unidos”.
El recuento
de Gallisá
En la parte final
del libro van sucediéndose las cifras del latrocinio en que derivó el ELA. La
creación de las condiciones de desmantelamiento y aprovechamiento de los fondos
federales ante la incapacidad de la empresa privada para dar empleo, algo que
el ELA tuvo que cubrir (en 1969 el número de empleados públicos ascendía a 157
mil. Treinta años más tarde se había duplicado con 302 mil empleados), la huida
o abandono de los “proyectos de inversión estadounidense”, el vaciamiento de la
isla por el incentivo de trabajos en Estados Unidos desde los cuales
(sembradíos, fábricas de manufactura) no regresaron jamás más de un millón de
puertorriqueños. En pocas palabras, el ELA fue desapareciendo en su promesa de
desarrollo ya a mediados de los años 70, al igual que se fue diluyendo el valor
estratégico de Puerto Rico como baluarte anticomunista en la medida que la
guerra fría terminaba.
Gallisá resume así
las estrategias fallidas del anexionismo:
-
1)
Política de americanización del puertorriqueño
-
2)
La estadidad jíbara como respuesta al fracaso de americanización y como intento
de armonizar la puertorriqueñidad con la estadidad
-
3)
Poner énfasis en el beneficio económico de la estadidad para los pobres, y
-
4)
La política de igualdad, desde la perspectiva de los derechos civiles, que es
mucho más amplia y contiene lo básico de la estadidad para los pobres: el
aumento en fondos federales.
La feroz represión
que se dio al Grito de Lares, así como a la insurrección del 50 y a los tremendos
gestos de valentía del comando de Lolita Lebrón, a la destrucción de los
aviones en la base aérea, a los mártires del Cerro Maravilla y a tantos más que
dieron su sangre por la autodeterminación e independencia, quedan reducidos a
la calculada estrategia de la Estadidad para los pobres: para seguir obteniendo
los fondos federales había que ser pobre a perpetuidad.
Todo pareciera
perdido y finiquitado en la lucha puertorriqueña por su libertad e
independencia (porque sí, el libro es un recorrido emotivamente independentista
aún se nos presente lo más pragmático posible), pero Gallisá mismo señala casi
al final la resistencia del puertorriqueño a dejar de serlo y diluirse como
pueblo en la anexión, y ese es el reto que propone: no solo repensar a
Puerto Rico, sino que releer su nada pasiva historia de dilemas, orgullos y, en
la gran mayoría de ocasiones, cálculos colonizados.
F.E.
Abril, 2023
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