martes, 30 de mayo de 2023

Desde Lares, de Carlos Gallisá, Reseña

 


Presentación:

Quisiera iniciar esta reseña desde el signo titular del libro, “Desde Lares”, y esto porque desde esa primera impresión de lectura el autor nos está diciendo en qué momento inicia la historia de liberación, independencia, o anexión, o asimilación o estadidad fallida puertorriqueña. No hay forma de evadir la gesta y simbolización que significó Lares para este país que aún se debate entre nombrarse patria o nación… o ninguna de las anteriores, como se incluyó en la papeleta del segundo plebiscito del año 1998 en busca de definir, una vez más, el Estatus de la isla.

Carlos Gallisá (Camuy, 1933-San Juan, 2018), fue dueño de una dilatada militancia en pro de la independencia y, también, voz formadora de opinión política a través de su columna en el periódico Claridad, como igual fue presencia permanente en el programa radial Fuego cruzado, en la WSKN-AM. Su abordaje de análisis es sentencioso en todo el libro y denota un grado de frustración comprensible a medida que se va leyendo la larga historia de derrotas y esperanzas en la lucha por la supervivencia de Puerto Rico como ente nacional. Y, sin embargo, Carlos Gallisá es capaz de mantenerse ecuánime y de apuntar con precisión hacia los momentos cruciales donde se perdió la oportunidad de independencia o se abrió una coyuntura vergonzosa aún existente.

Me atrevo a decir vergonzosa, porque cada día que pasa Puerto Rico bajo el dominio colonial estadounidense, es, ciertamente, una vergüenza histórica que no se puede dejar de sentir ni obviar, no solo en Latinoamérica, que no alcanza a dimensionar aún cuánto ha resistido Puerto Rico por ella, sino para todo un concierto de naciones en el mundo que permiten semejante condición oprobiosa mientras niegan, por ejemplo, la reunificación de Taiwán con China, pueblos de una misma raíz cultural totalmente en contraste con lo disímil de Puerto Rico respecto al sentido cultural anglosajón de Estados Unidos.

El oportunismo como estrategia nacional

Aquel 23 de septiembre de 1868, en Lares, ha debido repetirse una y otra vez, parece decirnos Gallisá, tanto como la fecha 25 de julio se repite en la refinada maquinación de ocultamiento al día en que el Puerto Rico de la corona española fue invadida y conquistada por los Estados Unidos, en 1898. Pero si debe repetirse la fecha, entonces, se tendrá también que recordar las oportunistas traiciones de Muñoz Rivera y de Luis Muñoz Marín, y por supuesto, tener presente la fulgurante estrella apagada de Albizu Campos.

Este es el recorrido de cabo a rabo que nos ofrece Gallisá, y son tantos los datos luminosos demostrados con gran autoridad en el tema, que la “sola estrella” que casi rozaba la independencia de España con la Carta Autonómica de 1897, parece multiplicar sus traumas con mayor intensidad desoladora que todos los países latinoamericanos juntos. Gallisá nos presenta como punto de partida la mejor caracterización que he leído sobre cinismo político, y la caracterización está hecha sobre Muñoz Rivera, de quien Rosendo Matienzo Cintrón llego a decir “que era capaz de ponerse al frente de cualquier mayoría”, todo con el fin de llevar hasta las últimas consecuencias el ideario autonomista que fue barrido por la invasión estadounidense. Y por supuesto, al ocurrir la ocupación, Muñoz Rivera habría de fundamentar el adn de la política calculadora de las élites criollas, y lo haría con la siguiente declaratoria servilista:

Por lo que a nosotros toca, aspiramos a la pura satisfacción de que los Estados Unidos al fijarse en estos dominios suyos, se convenzan de que aquí hay un pueblo sensato, dócil, digno de que hasta él se extiendan las conquistas de la Democracia, que han hecho tan grande a la patria de Franklin y Linconl”.

Sin embargo, ante los hechos duros de la ocupación militar, todas las disquisiciones anteriores, y que se dirigían a tratar de establecer una posición hacia la independencia de la corona, se transformaron en una compleja búsqueda de identidad ante el nuevo amo, mismo que en sus tribunales, y sin saber qué opinar con exactitud para disimular su acto de conquista, determinó -tanteando- que “los boricuas eran unos nacionales (“Nationals”) al igual que los indios nativos de Norteamérica en el siglo XIX. Gallisá nos explica en este punto que “esta clasificación había sido utilizada en 1844 por el Tribunal Supremo de Estados Unidos para designar a los indios no pertenecientes a tribu alguna… y al “nacional” no se le reconocen los derechos que tienen los ciudadanos de formar gobierno y participar en el mismo”.

No hace falta mucho análisis para ligar esta definición al pensamiento que ya utilizaron como dilema los invasores españoles al momento de reconocer si los habitantes “nativos” (los buenos salvajes) tenían alma o no.

Fanon presente

Carlos Gallisá tiene un especial interés en demostrar los mecanismos psicológicos del colonizado puertorriqueño y cómo estos han determinado sus principales decisiones políticas retardantes que lograron crear la cultura de, como él le llama, “la guerra chiquita de interminables discusiones partidarias”. Para ello hace mención constante de Frantz Fanon, psicólogo y filósofo político de Martinica (1925-1961), mundialmente conocido por su libro “Los condenados de la tierra”. Es por eso que Gallisá se detiene en resaltar declaratorias de Muños Rivera que revelan el sometimiento y las líneas generales con que se asumió la invasión de 1898 y, por supuesto, las consecuencias de éstas, retadas tan solo por la indignada y valerosa aparición de Albizu Campos, treinta años después.

Siendo Muñoz Rivera Comisionado Residente en Washington, llegó a expresarse de la siguiente forma, aun estando su expresión en medio de un fogoso discurso en defensa de la participación política, en pleno derecho de ciudadanía (obtenida con la Ley Jones en 1917), de Puerto Rico en las decisiones de Estados Unidos:

“La plataforma democrática de Kansas City declaró hace catorce años, que ‘una nación no puede ser largo tiempo imperio y mitad república’, y que el imperialismo en el exterior conducirá rápida e inevitablemente al despotismo en el interior. Esas no son frases puertorriqueñas, reflejadoras de la impresionabilidad latina, son frases americanas reflejadoras del espíritu anglosajón, calmoso en sus actitudes y celoso, muy celoso de sus derechos”.

En otro pasaje del libro, al detallar la Base quinta del programa del partido “Unión de Puerto Rico” (febrero de 1904), recalca este extracto lastimero, necesitado e impotente (nótese la denominación “isla” comparado con el largo y pomposo nombre que se le otorga al conquistador en dos ocasiones en un solo párrafo, y además con ínfulas bilingües bastante tempranas):

Declaramos que entendemos factible que la Isla de Puerto Rico sea confederada a los Estados Unidos de la América del Norte, acordando que sea ella un Estado de la Unión Americana, medio por el cual puede sernos reconocido el self-goverment que necesitamos y pedimos”.

Sin lugar a dudas, los nuevos amos captaron de inmediato este sometimiento de las élites políticas a lo largo de los años, al punto que el congresista Fred Crawford decía, en el año de creación del ELA, que

en ningún momento he pensado siquiera que Puerto Rico pudiera jamás sustentar la condición de estado. Sin duda, Puerto Rico no puede sustentar ningún tipo de independencia. Tendría que ser un títere de algún otro país…

Pedro Albizu Campos y Luis Muñoz Marín

Cuando Gallisá aborda estas figuras inseparables del destino político puertorriqueño, diría que lo hace abriendo un doble paréntesis ((uno dentro de otro)), porque llegan a ser indistinguibles en su radicalidad de visiones, por mucho que se quiera asignarle a Luis Muñoz Marín una visión pragmática y mediadora con Washington. El enorme fervor de Albizu al final es contenido por los límites que le impone la cercanía de Muñoz Marín con altos personajes de la política de Washington, en un momento en que el independentismo nacionalista estaba en su mejor apogeo.

El clímax de esta situación tensa e inevitable en su colisión sucede en la insurrección de 1950, fecha que es espejo del Grito de Lares, con todo y su derrota simbólica. Los fervorosos discursos de Albizu Campos fueron esenciales para mantener en alto la decisión de lucha a toda costa y al final, trascendieron su muerte, ya que, a mi parecer, su retórica alcanzó vuelos globales, humanísimos e imposibles de dejar a nadie indiferente. Gallisá recoge un extracto del discurso de Albizu a su regreso de prisión federal, el 15 de diciembre de 1947, y en él concentra toda la conciencia que el mismo Albizu tenía de su propia dimensión, tanto al hablar como en el callar como un llamado a actuar:

Yo confío en no venir a pronunciar muchos discursos en Puerto Rico. No he venido a entretener a mi pueblo. No. Yo no soy un artista. No quiero aplausos. Oíd bien. He venido aquí porque yo no creo en el exilio voluntario. He venido porque mi patria, esclava, como está hoy, es donde está mi deber y nadie debe rehuir de la madre enferma y lisiada, porque es entonces cuando más necesita el amor de sus hijos”.

La palabra “Patria”, entonces, se erigía como estandarte de lucha, y en cambio Luis Muñoz Marín, la encerraba a sangre y fuego en el paréntesis de un frío acrónimo: ELA (Estado Libre Asociado) a tono con la sempiterna ambigüedad de significados y tan cercano a los gustos con que los estadounidenses nombran lo insustancial, pero muy corporativo.

Y es que Gallisá también utiliza con toda intención la palabra comprar para referirse al producto que vendió Muñoz Marín: “La mayoría del pueblo de Puerto Rico “compró” la oferta del ELA de Muñoz, presentada como el comienzo de un proceso para adquirir mayores poderes políticos sin cerrarse puertas a ningún otro estatus”, y esto lo hace para definir la vocación puramente capitalista en la visión de desarrollo que se le vendió -a alto precio- a Muñoz Marín en Washington.

La estadidad jíbara

A partir de este momento, como lo afirma Gallisá, todo se orientó al impulso de una modernización descarnada y entreguista, sin ningún viso de independentismo, pero paradójicamente, muy folclorizante. Y es que se folcloriza a una nación cuando se busca minimizar las visiones de una patria insertada en el concierto de las naciones. El orgullo identitario es mirarse al ombligo y a la vez entregar al turismo del amo los rasgos y expresiones típicas-nativas como un agrado que busca aceptación. Para 1964, nos dice Gallisá, sucedió “la inscripción del Partido Nuevo Progresista (PNP, contendiente del PPD muñozmarinista) con gente nueva en su dirección y, sobretodo, con un nuevo discurso anexionista montado sobre lo que se llamó “la estadidad jíbara”. En ese nuevo acercamiento el anexionismo se distancia de la “americanización del puertorriqueño”.

Y fue en esos días en que Luis A Ferré “adoptó la consigna de distinguir entre patria y nación, siguiendo la recomendación de un conocido analista político. Para los puertorriqueños, según Ferré, la patria es Puerto Rico, y la nación Estados Unidos”.

El recuento de Gallisá

En la parte final del libro van sucediéndose las cifras del latrocinio en que derivó el ELA. La creación de las condiciones de desmantelamiento y aprovechamiento de los fondos federales ante la incapacidad de la empresa privada para dar empleo, algo que el ELA tuvo que cubrir (en 1969 el número de empleados públicos ascendía a 157 mil. Treinta años más tarde se había duplicado con 302 mil empleados), la huida o abandono de los “proyectos de inversión estadounidense”, el vaciamiento de la isla por el incentivo de trabajos en Estados Unidos desde los cuales (sembradíos, fábricas de manufactura) no regresaron jamás más de un millón de puertorriqueños. En pocas palabras, el ELA fue desapareciendo en su promesa de desarrollo ya a mediados de los años 70, al igual que se fue diluyendo el valor estratégico de Puerto Rico como baluarte anticomunista en la medida que la guerra fría terminaba.

Gallisá resume así las estrategias fallidas del anexionismo:

-          1) Política de americanización del puertorriqueño

-          2) La estadidad jíbara como respuesta al fracaso de americanización y como intento de armonizar la puertorriqueñidad con la estadidad

-          3) Poner énfasis en el beneficio económico de la estadidad para los pobres, y

-          4) La política de igualdad, desde la perspectiva de los derechos civiles, que es mucho más amplia y contiene lo básico de la estadidad para los pobres: el aumento en fondos federales.

La feroz represión que se dio al Grito de Lares, así como a la insurrección del 50 y a los tremendos gestos de valentía del comando de Lolita Lebrón, a la destrucción de los aviones en la base aérea, a los mártires del Cerro Maravilla y a tantos más que dieron su sangre por la autodeterminación e independencia, quedan reducidos a la calculada estrategia de la Estadidad para los pobres: para seguir obteniendo los fondos federales había que ser pobre a perpetuidad.

Todo pareciera perdido y finiquitado en la lucha puertorriqueña por su libertad e independencia (porque sí, el libro es un recorrido emotivamente independentista aún se nos presente lo más pragmático posible), pero Gallisá mismo señala casi al final la resistencia del puertorriqueño a dejar de serlo y diluirse como pueblo en la anexión, y ese es el reto que propone: no solo repensar a Puerto Rico, sino que releer su nada pasiva historia de dilemas, orgullos y, en la gran mayoría de ocasiones, cálculos colonizados.


F.E.

Abril, 2023

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