Aquí entra a colación la idea de la
temporabilidad en la imagen que las personas tenían de sí mismas hasta el
arribo de la fotografía. Se trataba de ofrecerle a la muerte el mejor rostro
que se hubiera tenido, algo que a la gente de poder no importaba ya que el
estar investidos de autoridad le daba a cualquier defecto físico o desarmonía
que presentara un atributo de distinción. Prueba de ello es la cultural modificación craneal vista
como elevación estética entre los mayas o la caricaturesca cara de Akenathon,
ni que hablar de la glotona apariencia física de Nerón o la obesidad mórbida de
Enrique VIII.
Lxs invito, entonces, a escuchar esta tercera parte de mi ensayo "El selfie: Amuleto por siempre moderno".
https://drive.google.com/file/d/1fq8TS4mXHTPAGVm6HlJO229P_35Uv4xA/view?usp=sharing