Héctor Lavoe me dio la bienvenida a "la isla" haciéndose pasar por Juan Gabriel. Era un sábado con parroquia llena en la barbería de Hirám, en Barahona, Morovis. Mi suegro, José Maldonado me llevó y desde ese momento, hasta ahora, es ahí donde me recorto el pelo. Pero cada pelo caído tiene su precio en la barbería de Hirám. Al preguntarme mi nombre le dije de inmediato soy Fabricio, a lo que él replicó, ¿Patricio?,no, Fabricio, le aclaré. Me quedó viendo de lado, como afinando el oído ¿Jauricio? ¿es así? No, respondió uno de los viejitos que ya se habían interesado en el asunto y que esperaban turno, Es Pagricio. Le ofrecí una sonrisa y lo corregí, pero otro de los parroquianos intervino, ya dirigiéndose al otro que estaba a su lado: acho! yo escucho Pauricio... no, no, no, es Jauricio, seguro que sí. "De ahí pa' bajo, Ayo escuchaba aquel debate melodioso donde la décima se mezclaba con la plena y ya no quise corregir a nadie.
Aquello era una apuesta donde casi se tiraban los dólares en medio de la barbería. Ellos siguieron en lo suyo y fue entonces cuando alcancé a ver de reojo el cuadro que estaba al lado del espejo. Era Juan Gabriel pintado al óleo, solo que con unos lentes ochenteros y unas solapas doradas en su camisa de largo cuello en V. Unos días antes había fallecido el divo mexicano, así que comprendí que en cualquier barbería que se preciara de pertenecer al vibrar popular habría un homenaje muy sentido por la pérdida. Me sentí identificado, parte de una familia extendida donde los boricuas se hacían presentes en las alegrías o tristezas cantadas al pie de las belloneras (rocolas) más pérfidas. Sin pensármelo dos veces, y mienttras la discusión por mi nombre subía de tono, le pregunté a Hirám que si le gustaba mucho la música de Juan Gabriel ya que hasta un cuadro de él tenía en su trabajo. ¿Dónde está Juan Gabriel? me dijo, y todos los que alegaban por mi nombre callaron de tajo. Las tijeras quedaron en suspenso. Alcancé a escuchar el retumbo de los pelos cortados contra el piso. Señalé con mi boca, y todos vieron hacia el cuadro.
!Juan Gabriel! jajajajajajajajajajajajajaja...
Las carcajadas eran un aleteo de gallos, una banda de cokis borrachos a medianoche, era el boceteo perfecto en medio de una cabalgada.
¿Juan Gabriel? dijeron todos a la vez, !a las millas que será Juan Gabriel! !Ese es Héctor Lavoe, chico! Yo sentí que me hundía en la silla. El viejito junto a la puerta se doblaba de la risa y se veía que estaba haciendo un esfuerzo considerable por no perder las placas dentales. ¿Pero quién te ha dicho a tí que Lavoe se parecía a Juan Gabriel, pana? Y las carcajadas continuaron. Ay Jauricio Jauricio, decía uno, ay Patricio Patricio, reía Hirám, te comprendo porque eres nuevo aquí y tu nombre se confunde tanto jajaja
Salí de ahí bien peinadito, jurando que pronto llegaría el día de mi suerte, y que solo hasta entonces podría habitar la isla sin equivocarme entre un lagartijo y una gallina de palo. Con Hiram nos seguimos riendo recordando ese sábado, y desde entonces, él se ha convertido junto a Pepito, mi suegro, en mis interminables fuentes para conocer el Puerto Rico profundo, sus voces, sus canciones, sus paveras incorregibles.
F.E.
No hay comentarios:
Publicar un comentario