sábado, 31 de marzo de 2018

Arecibo, Puerto Rico, en Semana Santa - Fotos: Fabricio Estrada


Debo decir que me causó una buenísima sorpresa saber que en Puerto Rico se realizaba un Santo Entierro de este nivel. La comunidad católica de Arecibo hace un gran esfuerzo por mostrar unas Estampas Vivientes (en Honduras les llamamos Cuadros Vivos) de gran calidad en el vestuario, aproximándose lo más que pueden al detalle histórico y, sobretodo, al sentido místico y gravedad que exige la fe. Otra de las motivaciones de haber asistido a la procesión fue la cruda representación del Cristo muerto. Los organizadores han decidido hacerlo a la manera de Mel Gibbson, con todas las heridas de la flagelación y crucificción expuestas sin ocultamientos. El maquillaje en realidad es muy bueno aunque no pudimos asistir al "traslado del cuerpo a la tumba" debido a la gran cantidad de gente que asistió a la iglesia. Espero que se pueda el próximo año.
No puedo dejar pasar el registro sin algunas observaciones sobre los uniformes de los soldados romanos, yerros comprensibles pero que se podrían mejorar con un pequeño esfuerzo más por alcanzar un nivel más alto del que ya se tiene, aunque la exigencia venga de un obseso como yo, incansable lector del mundo romano, así que lo que señalo a continuación solo debe servir para ayudar a desmitificar lo que Hollywood impone como historia (a excepción de La Pasión, de Gibbson, que se cuida de presentar el vestuario bajo asesoría de historiadores militares puntillosos):

1- Los soldados de Arecibo son casi todos centuriones (tocado de crin transversal sobre el casco). Una escolta de este tipo llevaba solo un Primus Pillum a cargo.

2- El escudo sugiere que la escolta forma parte de una Legión Pretoriana (alas de águila cruzadas por rayos en el scutto), sin embargo los escudos eran rectangulares. Los puntiagudos aparecieron hasta el fin del imperio, en el S. V. d.C.

3- ¡Los cascos están muy pero muy bien! Solo la posición de las crines ornamentales denota los fallos que señalo anteriormente. Han elegido bien la época: S. II d.C., una distancia temporal aceptable donde no ocurrieron demasiados cambios en la manufactura.

4- Las armaduras están erradas. Las que llevan en las fotos bien podrían acercarse a las que cubrían a los Tribunos (altos oficiales) pero no a los soldados que se cubrían con una Loriga segmentata, armadura en placas móviles similar a la que utilizan los jugadores de fútbol americano para los hombros.

5- Las pilum (lanzas) no eran del tipo que llevan estos actores de Arecibo. Las mostradas en la representación son picas renacentistas (S. XVI d.C.)

6- Las caligae (sandalias o botas militares) eran entrelazadas.





El Drácula que estuvo en mi colección

Tuve el póster de Drácula (el film de Coppola) durante años en el cuarto de mi adolescencia. En esos años coleccionaba póster de películas junto a Roberto Irías, con quien también coleccionábamos latas de cerveza de todo el mundo. Llegué a tener una buena y selecta colección en casa. Seleccionaba cuatro y los ponía en las paredes de mi cuarto. Ahí estaba Unforgiven (Eastwood), Faraway, So close (Wenders), Empire of the sun (Spielberg), 2001, a Space odissey (Kubrick), Modern times (Chaplin), The last emperor (Bertolucci) y otros más. Soñaba con tener una casa más grande para enmarcarlos y colgarlos de las paredes, pero era Drácula el que más cuidaba y el que más se mantuvo no solo en la pared sino que también en mis oídos: conseguí la banda sonora de la película y pasaba horas escuchando los tenebrosos coros en un afán de seguir viendo la película a través de las cadencias.


He encontrado este línk sobre cómo fue el diseño del vestuario de Drácula (1992) encargado a Eiko Ishioka y me ha devuelto aquel asombro por esta pieza maestra. Es digna de recordar:

http://igbureta.wixsite.com/didactica2/blank-uxcb5


jueves, 29 de marzo de 2018

domingo, 25 de marzo de 2018

Reconstrucción de la distopía


Estos videos son inquietantes, no solo por la tan bien lograda banda sonora que eligieron para acompañar las impresionantes recontrucciones digitales, sino por el dilema que impone a la conservación arqueológica del pasado, aún y cuando los restos representen la expresión mustia de un poder otrora implacable con todo aquello que lo rivalizara. El poder del nazismo, no dudó en intentar borrar de la memoria alemana y de Europa no solo las construcciones y expresiones espirituales de lo que señaló como decadente sino que también fue más allá con el intento de eliminación física de la persona, del ser de carne y hueso que llegó a representar para ellos el untermenchs, el subhumano: el judío, el gitano, la diversidad sexual, el comunista, el Testigo de Jehová y el y la afectada por algún problema psico-motor, etc. ¿Por qué debería intentarse reconstruir y mostrar el mensaje arquitectónico que decidió transmitir el Tercer Reich? La respuesta podría llevarnos a los vestigios que aún se conservan y reconstruyen del pasado imperial romano, por ejemplo, o a las bases del gran Templo Mayor de Tenochtitlán, ambos amortizados por la distensión de los siglos transcurridos pero en sí, receptáculos de un poder esencialmente sin piedad respecto a la vida humana de sus opuestos ideológicos.
Recientemente, en Rusia, surgió un movimiento que busca enterrar la momia de Lenin que aún se muestra en su mausoleo en el Kremlin, y por otro lado, en la comunidad arqueológica, se conserva casi intacta la momia del devastador Ramses II. Repito: la distensión de los años crea una atmósfera tolerante para mostrar los restos de lo que encarnó lo inhumano, aunque estoy seguro de que los años transcurridos desde 1933 a la fecha no han sido capaces de cicatrizar la impronta de un poder aún contemporáneo en la fascinación que despierta entre las élites del actual imperialismo, usuario permanente de las técnicas propagandísticas y simbolizadoras de una de las consecuencias más descarnadas del capitalismo conflictuado. 








sábado, 24 de marzo de 2018

Ocho divagaciones anti-gravitatorias

Septiembre nos dejó sin ascensor. Lo que al inicio parecía una buena forma de hacer ejercicio en la oscuridad, ahora ya es una tortura. Desde el huracán María para acá hemos probado todas las formas de entretener la subida, desde contar las gradas (14 x piso =112), hasta saber en cuál de ellas hay un error de inclinación (grada 8 del piso 6). Subir con la compra del super es algo que realmente solo lo he visto en Kung Fu Panda, como prueba de persistencia, o en los dibujos de Escher (así de infinitas parecen cuando vas con tantas bolsas encima). La espalda ya comienza a reclamar otro tipo de evolución y los perros de los diferentes pisos, aunque domesticados, han iniciado el acecho a nuestras sombras de manera sospechosa. Hubo un momento en que se encontraba una escudilla de mascota aún con agua. Un letrero explicaba que era de una gata siamesa perdida durante lo peor del huracán. Ahora, esa misma escudilla se yergue como un monumento sobre uno de los cubos de basura. Ni la gata ni el dueño aguantaron ese insufrible subir. Siento ganas de poner sobre la escudilla unas cuantas monedas, como si se tratara de una recolecta votiva al dios de "los que suben por las gradas de la luz en busca de su Bá". 

Cada nivel ha devenido en un pensamiento. Todo con tal de olvidar que subimos o bajamos. Pienso en cualquier otra cosa, divago que voy en el Poseidón volcado o en El Faro del Fin del Mundo de Verne, pero estas últimas semanas ya no está funcionando. Quisiera compartir mis principales ocho divagaciones anti-gravitatorias a lo largo de estos seis meses, como un homenaje a la gata siamesa perdida o a mi propio salto evolutivo luego de que la columna vertebral lo haga, de una buena vez, con su deformación definitiva.

La calle empedrada hacia el cementerio en Sabanagrande. Veo las vacas yendo conmigo del otro lado del alambrado. Huelo el aroma acre de las acacias en pleno verano. Al fondo, desde un recodo del camino, se ve el Cerro El Bobo, el mismo que los liberales del pueblo luego nombraron Cerro de La Democracia, en 1981. Fundieron una base y colocaron sobre ella una enorme asta de hierro donde ondeaba la bandera del Partido Liberal. Ahora ya no existe ni la bandera, ni la democracia, ni los pinos que rodeaban ese orgulloso y viejo ideal (el gorgojo descortezador les dio otra utilidad, más práctica). Ahora, solo queda El Bobo. Mejor consecuencia democrática hondureña no puede haber en 100 km a la redonda.

Los cien metros planos en que yo pude ser Carl Lewis. Una noche casi me matan al regreso de la zona 4, en la colonia Cerro Grande. Caminábamos junto a mis amigos de la zona 3, cerca de las 8 de la noche. Enojamos a unos cuasi-pandilleros de la zona 2 a los que les gritamos eufóricos por haberles ganado en una partida de baloncesto callejero. 4, 3, 2 y la respuesta fue emboscarnos. Se adelantaron en sus bicicletas y nos esperaron en la parte más oscura de la carretera. Al darnos cuenta del peligro nos dispersamos por el cerro. Yo no tuve tiempo de correr y decidí lanzarme cuan largo era a una cuneta, justo a los pies de los que llegaban con cuchillos y piedras. La oscuridad era tal que nunca dieron conmigo hasta que, calculando su despiste, salté hacia la carretera para ir a dar de frente con uno de ellos. El tipo, tan aterrado como yo pero con puñal, me lanzó un filazo que apenas rozó la palma de mi mano. Ahí fue donde comencé a correr y a correr y a correr hasta llegar a la zona 3. Luego estrenaron Forrest Gump y nada de lo que vi fue nuevo para mí.



Esteban aguanta la caminata bajo el sol. Fue durante mi arrojada -como inusitada- campaña política municipal. Visitábamos una aldea que el sol doraba a placer. Quiero aguantar como vos -me dijo- y caminó sin descanso hasta subir más cuestas que los ocho pisos de mi apartamento sin ascensor. Al final me esperaba, sonrojado hasta más no poder, sediento pero con alegría exultante. "Viste, papi, ¡aguanté, aguanté!"'. Luego del abrazo que nos dimos no hubo aldea, por lejana que fuera, a la que no llegaramos con mis compas. Ya no importaba si ganábamos o perdíamos, era demostrarnos a nosotros mismos lo que podía recorrer un niño que ama.


La cámara era recién comprada y no estaba  dispuesto a que los soldados me la quebraran. Nos venían siguiendo desde el Hospital Escuela, en Tegucigalpa, disparando bala viva y bombas lacrimógenas. Caía una tormenta brutal. Era 29 de junio del 2009, un día después del golpe de Estado en Honduras. En medio del Puente Estocolmo sentí que ya no daba más luego de más de dos kilómetros con los militares en los talones. Me detuve de pronto con todo el ánimo de decirles ya, ya estuvo bien, no tengo por qué huir, no hice nada, pero en eso vi a una muchacha que ya se había detenido y era pateada y arrastrada sujeta del cabello. Un militar agarró su cámara y la rompió contra el pavimento. No es un juego, me dije, y volví a correr. Me adentré en la zona de los mercados con la corriente de agua sucia hasta las rodillas.


Muchas noches caminé en la falange de Alejandro Magno. Era la trilogía de Valerio Massimo Manfredi, El hijo del sueño, Las arenas de Amón y El confín del mundo. También con Mixtli a través del Anahuac en el Azteca de Gary Jennings... y con Sila, y con Julio César y con Belisario y con Álvaro Núñez Cabeza de Vaca hasta las cataratas del Iguazú. En fin... caminé.


Con Santiago Ney Marquez, uruguayo, bebimos medio Paraná. Un septiembre en Rosario, Argentina. Luego caminamos y no podíamos encontrar el hotel. Aprovechamos para conocer la ciudad que era una  sobre otra en nuestra borrachera. Igual corrimos cuesta arriba con Francisco Ruiz Udiel, en Madrid, y él me ganó porque había bebido unas tres cervezas menos. Reímos por un largo rato hasta que el festival de poesía terminó.


¿Qué hubiera pasado de no haber amado todos estos años? Despacio van apareciendo las gradas.


Mi abuela nos dice a Tita y a mí que no tengamos miedo de cruzar el camino inundado. Ha llovido muchísimo mientras estábamos donde Santos, la negra, amiga de mi abuela que vivía en una aldea del pueblo. Al escampar, los caminos eran otro río. Mi abuela se mete al agua y nos toma de la mano. Nosotros reímos y lloramos a la vez, nerviosos. La abuela María ríe, ríe, ríe.


viernes, 23 de marzo de 2018

Honduras está ahí

La bala está ahí, incrustada en el cerebro de un civil que protestó desarmado. El fraude está ahí, incrustado en la urna de dos millones de hondureños que votaron contra la reelección dictatorial de juan orlando hernández. La maquinaria de la dictadura está ahí, en el congreso nacional, como un muro erizado de púas para que no lo traspase la bancada de la oposición. La ilegitimidad se erige en cada rincón de la ciudadanía destrozada. El ejército permanece al acecho de cualquier signo de inconformidad y asesina, una veces de uniforme y otras de civil paramilitar. ¿Qué diálogo puede existir en semejante escenario? ¿A qué idea civilizada puede recurrirse en esta vertical brutalidad que ha sido legitimada por el poder colonial estadounidense y el cálculo de la Comunidad Europea?

Honduras está ahí, incrustada en el centro de América, como una bala perdida en el cráneo de un niño que jugaba a la democracia. Cada vez más cerca de aquello que Carlos Montaner llamó "el extremo Occidente"' (genial parodia de la tan usada caracterización de "extremo, cercano o lejano Oriente"), Honduras cuenta con una población de casi 9 millones de habitantes en un gueto de 112,492 km2 que debe controlarse sí o sí para asegurar la política exterior del Departamento de Estado en cuanto a frenar la inmigración hacia Estados Unidos y, a la vez, asegurar una de las plataformas de intervención militar hacia Venezuela y Cuba. Su capacidad de exportación e importación no alcanza la que mueven los estados de Delaware y New Hampshire entre sí pero se demuestra esencial para probar armas mediáticas y diseños de intervención a la institucionalidad de los demás países de Latinoamérica. Una cosa es promover teorías de gobernabilidad en los salones de Harvard y otra es comprobarlas sobre seres humanos enmarcados en un mínimo marco ciudadano, es decir, en seres vivos.
Laboratorio consuetudinario, Honduras le opone a esta visión avasalladora, una incipiente ciudadanía que ha abrevado de los últimos fragmentos de civilización occidental a mano. Su insurreción permanente en las calles, aparentemente bárbara y anárquica, es la más pura muestra de una inconformidad civilizatoria, la expresión de una incipiente ciudadanía articulada en la defensa de algo que se le está perdiendo y arrebatando. Ha sido la desesperación lúcida de un conglomerado que sabe lo que debe hacer antes de caer en la cosificación absoluta: cifra, vaca industrial, hamster, figura de maqueta en el discurso o en el informe socio-económico de distracción en el círculo de las élites colonizadas o colonizadoras.

La bala está ahí pero el forense ahora es diputado en la máquina opresora. El muerto está ahí, pero el cadáver ¡ay! -como bien dijo Vallejo- siguió muriendo. Todos los hechos están a favor de esa ciudadanía que se ha movilizado en las calles y que hoy está apenas contenida en sus casas, en los siniestros horarios del trabajo esclavista y en las aulas donde la educación apenas tiene promesa de utilidad. Sin embargo, todos los hechos de la dictadura y del imperialismo interventor favorecen a una población que va acelerando su tesis de liberación en una de las más profundas -y rumiadas- reflexiones sociales del continente americano. Mientras tanto se asiste al epectáculo nazificado del poder, donde los criollos Roland Freisler* dan su mejor actuación antes que la bomba popular les caiga encima.

Hay países que nacen para probar el impacto de la barbarie y la civilización en su gente. Honduras es uno de ellos, pero estoy seguro que las butacas para semejante show están vacías esta vez. El público está en casa, y sabe de qué lado de la civilización se encuentra. Y sabe, sobretodo, que uno de los lados de esa idea humana, tiene filos para defenderse. Si no que lo digan los griegos de Salamina o los lencas que se arremolinaron junto a Elempira en el Congolón.



*
https://es.wikipedia.org/wiki/Roland_Freisler

miércoles, 7 de marzo de 2018

La dictadura hondureña

Hace 22 años que trabajé en la ahora extinta (por decisión dictatorial) Secretaría de Cultura de Honduras. Lo último que hice fue escuchar los cassettes donde se guardaba la recopilación de literatura oral de alrededor de siete departamentos; con ellos se editó el proyecto "Por cuentas aquí en... (Goascorán, Sabanagrande, etc.). 

Yo me encargué de transcribir la zona que me tocó visitar en Lempira junto a la compañera Eva Eguigure ( Erandique, Gracias, San Rafael, incluido un anexo de Santa Rosa de Copán, por él conocí al personaje "Coronel Majunca" que recorría las calles de aquella ciudad haciendo salvas de "cañones" con su boca). Todas aquellas historias, aquellas voces de ancianxs se perdieron. Alguien encontró los registros y grabó música sobre ellos. Vi los nombres de las agrupaciones grabadas: Broncos, Kassabe, La Mafia... 

Debo decirlo: lloré. 

Hoy me entero de algo que no es nuevo, sino que se arrastra como capa de rey feo en los años de feria cultural hondureña: Un buen registro de periódicos de la Hemeroteca Nacional están tirados en los pasillos de la Biblioteca Nacional entre palas y otros equipos de albañilería. Si eso ya es aberrante lo es más el destino y uso de muchos de esos archivos: en la abisal ignorancia que promueve la dictadura están siendo utilizados como papel higiénico. ¿Existe mejor descripción del espíritu público de una dictadura instalada en el culo del mundo?

lunes, 5 de marzo de 2018

Roberto Sosa, Honduras - Canción para un gato muerto

Foto: Fabricio Estrada. Cementerio Pazzi, Viejo San Juan, P.R.


Canción para un gato muerto

Era casi de música. Todo el color de cielo
se anudaba a su cola.

Murió difícilmente.
Imploraba mi ayuda llamándome, carcomido por la sombra,
con sus verticales lucecitas felinas,
alejándose fijo entre la llovizna de la agonía.

Y fino hasta el abismo, para no herir a nadie
con el roce de sus despojos, el pobre animalito
murió a solas vaciado en la penumbra.


Gustavo Wojciechowski (Yauguru Maca) - Uruguay


Foto: Fabricio Estrada



REPARTIDO

Una parte de mí flota en el orgullo
de haberte tenido
–perro que lleva la pelota en la boca–
La otra, nada en el silencio
como en un mar de escombros
sin orilla.
Una parte se sonríe en tu sonrisa
como si fuese mía
la otra ya ni sabe dónde queda
mi boca.
Una parte fogata y la otra
todos los fósforos mojados.
Una parte es contradictoria mientras la otra
le lleva la contra.
Una parte mía ya no es mía
la otra se acuerda.





AUTOESTIMA

Siempre seré un terraja / un pendejo
terraja / y esto no amerita poema alguno /
lo digo para no olvidarme / para que mi yo
más pendejo no lo olvide / ni haga de cuenta
el muy farsante / aunque no habrá como evitar
una hilacha sobresaliendo mismito
la mala calidad de segunda mano / desde chiquito
tengo un agujero en la media por donde se me escapa
la dicha / un buen verso si lo hubiera / la maravilla
puede pasar por entre mis bigotes pero yo
estornudo / no hay como desatar tal confusión / ni sé
si debo tratarte de usted / ¡cuándo te vas a avivar! / ese ignorante
soberbio / ese soberbio ignorante / pobre diablo
/ pendejo / con este yo puedo hacer una manifestación
multitudinaria / y hasta ponerme contento de creérmela /
qué pedazo de pendejo / cualquiera de todos mis terrajas /
mi yo





PIEDRA

Tengo incrustada mismo una piedra en el pecho deshecho
Si me la arranco a punta de pena propia muy propia
: ¿qué buraco cráter oh me taladraría? sería mismo una boca
o cráter buraco puro agujero fiero muy fiero culo por donde pasarían
perros peleándose los pelajes colmillos el miedo mismito el miedo
–si lograra arrancármela– : todos los vientos endemoniados pasarían
por el agujero de la piedra un pescado muerto y sediento
pasaría el fuego el último pájaro enero entero o el vértigo
de caerme para adentro del ahí yo que soy simplemente
el borde de mi agujero





Aunque no lo quiera
e intente todo lo contrario
todo lo que pueda decir o escribir
sonará cruel y despiadado
pero si guardo silencio
sonará cruel y despiadado



He perdido mi sombra. Un whisky.

Lo comprobé hoy de golpe mi cara contra el suelo.
Con el segundo comprendo que me hace falta. Es realmente rico.
¿Me la podrías devolver? Aunque no creo que puedas. Al tercero:
está en un buen lugar, puedo andar sin piel. Pero cuídame.
Ni sombra ni piel ni ti. Me quedaría escribir… ¿para qué?
Ya no quiero más. Mi sombra dice que no me preocupe. Que en todo caso
el problema es de mi piel. Mi piel dice que sí, que el poema es el que jode.
¿Y yo? Ese no es problema mío dice mi sombra que dice mi piel
que dijo su sombra. He dejado de tomar. Por ahora.




Sanar
requiérome sanar / cambiar
de piel / morder mis dientes / arrancarme las uñas
de la culpa si hubiera rencor / matar la desilusión rematar
lo que había pensado que pudiera ser /
sanar / porque ya no tengo palabra
que diga lo que decía la palabra
/ pedregullo del orgullo se quedan garganteándome
lo que regurgito y vuelvo a regurgitar como dos vacas /
sanar / defecar cada cosita sin miramientos
lo que ya no es / hacerme de nuevo / otra cosa /
sacarme afuera / todo / sacarme afuera
afuera





VIENTOS

Todos los vientos revientan en el agujero que tengo el pecho
cada cual silba un tango y llora
y nada se les entiende pero siguen y siguen silbando
y me inundan el pecho y se producen oleajes terribles como tangos
 y no hay caso
así me montevidean los vientos



La ciudad, una gran cáscara habitada por desmemoriados fantasmas. Todo ha cambiado. Ya han venido caras extrañas. Nadie de los que conocía es el que conocía. Yo también debo ser otro. Paso entre ellos sin que nadie levante la vista. Yo: un alguien que ni siquiera los fantasmas reconocen.


Todos están muertos. No hay nadie que pueda desmentir o atestiguar lo que afirmo. Todos murieron. ¿De qué me sirve saber lo que creo saber? Puedo mentir descaradamente, puedo decir cualquier cosa y en realidad estoy mudo, manejo un idioma que nadie puede entender. Nadie puede escuchar. Si estuviera solo estaría un poco más acompañado.

Sólo quisiera que alguien me abrace en la cama y me diga al oído: tranquilo, quédate tranquilo, duérmete… no tengas miedo… ya no va a amanecer.



Hay tristezas que no son tristezas
se nos meten entre el elástico
de la sábana de abajo y el colchón
no las vemos
mientras flamea contenta la de arriba
por todos tus mares
por todos mis cielos.

Una vez que se aquieta la blanca alfombra
ya no hay calma.



La tristeza ovillo gatuno en la punta de la lengua.
Cuidado.
No quiero morder.
Sólo trago saliva con forma de letras.



Tu boca es el estuario donde me zambullo desnudo.
Tu saliva el más dulce de todos los ríos.
Rio mientras me arrulla me acaricia me hace de nuevo y mejor.
La felicidad manso horizonte, sábana mágica.
A veces entra bravío el oleaje del océano,
me revuelca por las gruesas arenas y las rocas filosas.
Tu lengua la barca donde navego como puedo.
Todos los lenguajes.
Soy el más lunático de los mortales.



Y yo que me creía tan tierra soy apenas un satélite de tu luna.



(Podría haberlo dicho así:)

tu boca era mi palacio y yo me pierdo
en tu sonrisa como en la mejor de las habitaciones
lunático y maravillado
46 veces
y aunque ya no te tenga te tengo.

(Pero sólo hizo silencio)








Deja vú desde la otra orilla



Las marejadas en Puerto Rico están alcanzando alturas record: olas de 20 pies (aprox. 7-8 metros) se estrellan con fragor espumoso y erupciones espectaculares contra los arrecifes de toda la costa norte de la isla. Desde mi ventana veo las enormes filas del océano a la carga, desplegadas todas sus banderas en un intento de anegar de una buena vez todo lo que encuentre a su paso. La sensación me lleva a la tarde del 27 de noviembre del año pasado, en Tegucigalpa, cuando decenas de miles nos congregamos ante el Tribunal Supremo Electoral en una mezcla de celebración y afirmación de que no permitiríamos que se nos quitara el triunfo electoral. La Alianza de Oposición contra la Dictadura había hecho lo suyo en las urnas y ahora se aglomeraba incontinente ante las costas de la Honduras liberada del nacionalismo.

Fuimos espuma, fragor, pero la bahía estaba plagada de un fondo ralentizador que nos impidió llegar con toda la fuerza más allá de la acumulación. Porque la historia política de los pueblos va más allá de lo que se mueve y ve en la superficie, siendo la cultura estructurada de dominio una auténtica plataforma submarina que define lo que arriba, a ras de cielo, pareciera imbatible. Gaviotas, veleros, crepúsculos, iridiscencias turquesas, todo eso es bello y más aún si se contempla desde la orilla, pero la verdadera acción acompaña a la belleza cuando los momentos son cruciales. Belleza y acción, entonces, espuma y espolón de proa para partir la quilla del opresor. No en vano se acostumbró en la antigüedad a tallar bellísimos mascarones de proa en son de embestir y triturar al enemigo sin perder la elegancia.

Recuerdo cómo electricidad el rumor que llegaba desde todas las calles ese 27 de noviembre y, en un segundo de pestañeo, el sistema dictatorial hondureño volvió a rearmar el malecón cuando ya nuestra fuerza entraba a las construcciones sólidas de la vanguardia represiva. Olvidamos el arrecife, su coral que no desperdicia momento para ajustar su habitat alrededor de los naufragios. También así actúa el pueblo sometido: logra sobrevivir bajo el agua y se aferra a la plataforma creando intrincados diseños relacionales. No será la simplicidad de la ola la que socave sus estructura de supervivencia enajenada; mucho menos la espuma, aunque parezca erupción.

La marejada en Honduras ha alcanzado cifras record de movilización histórica continua: seis graves momentos hasta la fecha desde el 2009, pero el concepto de lucha sigue asentado sobre la idea republicana de la toma del poder sin ni siquiera habernos independizado de nuestra condición neo-colonial.

El océano erosionará las costas, sí, moverá y hará mayor deriva en los continentes, pero el esfuerzo reclamará años, décadas, si no estamos conscientes de la capacidad plástica y adaptable del coral sistémico.

F.E.