Stephens
John L. Stephens llega a esta región en el año de 1839, como diplomático oficial del gobierno de Estados Unidos en Misión Especial y Confidencial a Centro América, como el mismo lo detalla en su libro de crónicas Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Por esas mismas fechas Francisco Morazán luchaba en muchos frentes para sostener la Federación y, el expansionismo imperialista yanki, se estaba tragando Texas con todo y sus dos millones de kilómetros cuadrados arrebatados a México. Rafael Carrera y Turcios, el cachureco insigne y atroz (cachurecos: así se les llamaba a los conservadores de la época que combatían a los liberales representados por el hondureño Morazán), ya había pasado de ser forajido y asolador de la paz a máxima figura del Estado de Guatemala, sin ser Presidente, aunque luego se sostuviera durante más de 18 años con el título de Presidente Vitalicio (1847-1865).
Carrera
Inclaudicable enemigo de Morazán, sitió varias veces Ciudad Guatemala, la tomó, puso de rodillas a la aristocracia criolla y elevó el catolicismo a categoría absoluta en el poder como respuesta a las leyes anti-clericales del Gobierno Federal. Sin embargo, durante un tiempo desesperado, Morazán pudo vencerlo en reiteradas ocasiones, poniéndolo en fuga, por lo cual, la aristocracia de Ciudad Guatemala llegó a ofrecerle la Dictadura Perpetua, una aguda trampa, por supuesto, con lo que buscaban orillarlo a la claudicación de sus principios liberales. Morazán se retiró a San Salvador cuando creyó consolidada la paz en Guatemala pero muy pronto, los clérigos volvieron a la carga utilizando a Carrera como ariete y, como consecuencia, el Gobierno Federal llegó a su fin.
Estos son los días aciagos que Stephen encuentra y, son estas las condiciones de convulsión las que le permiten llegar hasta Copán y ofrecer 50 dólares por las ruinas, cometido que logró y que, a la postre, con toda y su increíble desfachatez, mostraría al mundo la enorme herencia de la civilización maya en Honduras. Chaterwood, acompañante de Stephens, logró transmitir a través de sus dibujos de las ruinas, la irreal belleza de las estelas y la exquisita sofisticación del trazado urbano de la antigua ciudad. Una cal de cal y una arena, entonces: el duo logró dejar huella en la historia arqueológica universal y también describió la vulnerabilidad política que le permitió al imperialismo yanki entrar como Pedro por su casa a la región pos Morazanista.
Morazán
Stephens solo tiene palabras de halago para Morazán, se admira de su intachable conducta, y de Carrera, dada su mayor cercanía en Guatemala, logra darnos una aguda mirada a la psique de este otro caudillo. Esto es lo que me ha atrapado de la lectura de Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán: el conocer la vertiente indigenista de Carrera, en cuyo fondo existía una sublevación en ciernes, y en toda forma, de las naciones indígenas hartas de los abusos y contradicciones de las élites criollas (Morazán, al fin de cuentas era criollo), y tal como lo dice Stephens, con la consabida mirada colonial:
"Los indios constituían las tres cuartas partes de los habitantes de Guatemala; eran los dueños hereditarios de la tierra; por primera vez desde que cayeron bajo el dominio de los blancos, se encontraban organizados y armados bajo un jefe de su propia raza, quien prefirió por el momento sostener al partido central. Yo no simpatizaba con este partido, porque creía que en su odio hacia los liberales estaba adulando a un tercer poder que podía destruirlos a los dos; acompañándose de una bestia salvaje que en cualquier momento podría volverse y hacerlos pedazos. Yo estaba persuadido que ellos jugaban una partida con la ignorancia y con los prejuicios de los indios, y por medio de los sacerdotes, con su fanatismo religioso, divirtiéndolos con fiestas y ceremonias de iglesia, persuadiéndoles que los liberales intentaban la demolición de los templos, la muerte de los sacerdotes y hacer volver al país (...) a la oscuridad; y en la confusión general de los elementos, no había un hombre a disposición suficiente entre ellos, con la influencia de nombres y posición social, para reunir a su alrededor a los hombres más capaces y honrados del país, reorganizar la despedazada república y salvarlos de la desgracia y del peligro de humillarse a un muchacho indio, ignorante y sin educación".
Con todo lo que ya sabemos en cuanto al aprovechamiento de la situación política que luego articularía los Estados Unidos, la descripción de Stephen es valiosa para hacernos esas preguntas acerca de la confusa nacionalidad que surgió en los estertores de la primera colonia española. Creo que es momento de revalorar ciertos significados posteriores y los que ahora, en el caso de Honduras, pretenden elevar estructuras de poder a la más pura usanza de aquella época, sin ningún tipo de vergüenza en sus consignas y auto denominaciones cachurecas.
A continuación, dos pasajes del libro en mención:
"Enero 1o de 1840. Este, día tan lleno de recuerdos del hogar-nieve, y rojas narices y labios azules fuera de las casas, y flameantes fuegos y bellos rostros adentro, amaneció en Guatemala como una mañana de primavera. El sol parecía regocijarse ante la hermosura de la tierra que alumbraba. Las plantas florecían en los patios, y las montañas visibles por arriba de los tejados de las casas, estaban sonrientes de verdor. Las campanas de treinta y ocho iglesias y conventos proclamaban la llegada de un año nuevo. Las tiendas estaban cerradas como en día domingo; no había mercado en la plaza. Los caballeros, bien trajeados, y las señoras con negros mantos cruzábanla para asistir a la misa mayor en la catedral.
La música de Mozart henchía las naves. Un sacerdote en una extraña lengua proclamaba la moralidad, la religión y el amor a la patria. El piso del templo estaba atestado de blancos, de mestizos y de indios. Sobre un alto banco opuesto al público estaba sentado el Jefe del Estado, y a su lado Carrera, otra vez vestido con su valioso uniforme. Yo me recliné contra un pilar del lado opuesto y observé su rostro; si no me equivoco había olvidado la guerra y las manchas de sangre de sus manos, y toda su alma se encontraba llena de fanático entusiasmo; exactamente como los sacerdotes querían mantenerlo. Yo verdaderamente creo que él era sincero en sus impulsos, y que habría hecho lo justo si hubiera sabido cómo hacerlo. Los que tomaron a su cargo el guiarlo tienen una tremenda responsabilidad. Terminada la ceremonia, se abrió un camino entre la multitud. Carrera, acompañado de los sacerdotes y del Jefe de Estado, torpe en sus movimientos, con los ojos fijos en el suelo, o con furtivas miradas, como inquieto de ser objeto de tanta atención, caminó bajo la nave. Unos mil soldados de apariencia feroz estaban apostados frente a la puerta. Un estruendo atronador de música lo saludó, y el semblante de los hombres resplandeció de devoción hacia su jefe.
Desplegose una ancha bandera con franjas de negro y rojo, con una divisa de una calavera y huesos en el centro, y en un lado las palabras "¡Viva la religión!" y en el otro "¡Paz o muerte a los Liberales!". Carrera se puso a la cabeza con Rivera Paz a su lado y con la horrible bandera flotando al viento y una atronadora y penetrante música, y, con el silencio de la muerte alrededor, escoltaron al Jefe de Estado hasta su casa. ¡Cuán diferente del día de año nuevo en el hogar!"
"Por la tarde, en compañía de Mr. Hall, asistí a la última reunión de la Asamblea Constituyente. Tuvo lugar ésta en la antigua Sala de Congreso; la pieza era grande, adornada con retratos de antiguos españoles distinguidos en la historia del país, y escasamente alumbrada. Los diputados estaban sentados en la plataforma al extremo del salón, elevada más o menos a seis pies, y el Presidente en un puesto más elevado en un sillón; dos secretarios junto a una mesa más abajo; y sobre la pared el escudo de la República, en cuyo fondo había tres volcanes simbolizando, supongo, el combustible estado de la nación. Se encontraban presentes como treinta diputados, sentados a ambos lados, siendo más o menos la mitad de ellos sacerdotes, con vestido talar negro y bonete del mismo color; y por lo opaco de la luz de la escena me transportó a la edad media, y me pareció estar presenciando una reunión de inquisidores."