El chofer de Médicos sin Fronteras está aburrido. Lleva aparcado ya un buen rato justo detrás de un comando militar en espera que salgamos del CAC-UNAH. Un pelotón de soldados del Primer Batallón gandulean luego de su caminata por Comayagüela. Es el Operativo Libertad que cacarean desde el congrezoo nacional y desde las carpas circences de TVC. El mediodía es más brumoso que el de Londres pero la temperatura coquetea con la de todos los hornos del planeta. El chofer bosteza y se traga el Parque La Libertad entero.
Cuando entramos al 4x4 comienza a contarnos. Sentado en la parte de atrás yo lo veo en el retrovisor, explicándome su testimonio como desde un close-up de noticiario nuevo formato o como desde una edición de Tarantino. Sonríe. Al fin vio lo que tanto cuentan.
El pelotón mixto se compone de policías y soldados. Los sub-tenientes a cargo tienen detenidos a dos ladronzuelos dentro del comando. Les han decomisado una bolsa llena de relojes robados. Los oficiales escudriñan los relojes, se los miden, se dirigen a los pillos al igual que tratantes de pan. Una vez que eligen los suyos, los oficiales reparten los demás relojes a su tropa de confianza, bajan a los dos chavos y los dejan ir.
Veintiseis tornados asolaron las planicies de Estados Unidos. Un rapidito chocó con un pick-up a la altura de la granja. El chofer de mi busito improvisó una ruta de taxista y superamos el nudo ciego que se armó de inmediato. Arriba se alcanzaba a ver el gris ahumado del domo. Cuando miraba hacia los cerros de Tegucigalpa -apenas silueteados- imaginaba grotescos mastodontes de bambú atravesando lentamente el vacío.
El chofer se reía de los descarado del robo. De lo familiar en que se desarrolló el robo de los policías y soldados a los ladrones. "Hasta tuvieron la delicadeza de cronometar sus respectivos relojes y comparárselos unos con otros". Eran las doce del mediodía. La Libertad bostezaba.
F.E.
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