Foto: El Heraldo
Recuerdo un pasaje de El Viajero, de Gary Jenning (el viaje de Marco Polo), en el que describe una emboscada a una columna de soldados. Desde ambos lados de un desfiladero hacen explotar la montaña y miles de toneladas de piedras caen sobre ellos. Contra todo pronóstico sobreviven unos cuantos que, por alguna razón del azar, quedaron entre los espacios de la avalancha. Jenning se pregunta en ese momento sobre el destino de cada quien, observa que la vida también es incontenible y que, como afirma la teoría evolutiva, "la vida siempre se abrirá camino". Algo así sucede con los pensadores y artistas de Honduras, pero en nuestro caso es como si escribiéramos entre relámpagos, sorteando su violencia, con la salvedad que el azar no juega ningún papel en la conformación del pensamiento. Cada libro publicado en nuestro país vendría a ser como la "piedra de rayo" de la que hablan los campesinos: el rayo cae, parte el pino e incrusta en su centro una piedra galvanizada por las altas temperaturas.
Hemos aprendido a aprovechar los espacios, no me queda la menor duda, hemos aprendido a impulsarnos en ese relámpago y a hacernos piedra, talismán que se lleva a casa y se oculta bajo el catre.
Gabriel Galeano mantiene centrada su coherente praxis, su orgánica y fructífera pulsación sobre la realidad, aquí donde se asegura que solo restan bosques calcinados.
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